Muchas personas nos habían recomendado Mérida, y aunque la mayoría de ellos eran turistas de postal, al final les hicimos caso.
No vamos a mentir, el tema del calor nos espantaba un poco, porque según decían allá hacía muchísimo calor (y nosotros estamos buscando frío hace meses).
Y okey, tampoco es que decidimos ir a Mérida, sino que la ruta nos puso el destino en medio.
Pero bueno, llegamos a Mérida.
MÉRIDA, LA CIUDAD CULTURAL
El camión que nos levantó en la ruta iba conducido por un habitante de Mérida, ciudad que en principio no pensábamos visitar, pero el camino nos puso a este muchacho y nosotros nos dejamos tentar.
Yo tenía una excusa, y muy buena además.
No hacemos turismo gastronómico (porque sí, en el siglo donde cada cosa debe tener un nombre, el turismo gastronómico existe), o al menos no específicamente, pero si alguien me preguntaba «¿qué viniste a hacer a Mérida?» mi respuesta hubiera sido esta: «vine a probar la cochinita pibil.«
Por su parte, Wa estaba fluyendo con lo que la ruta nos ponía en el camino, un poco asustado por el calor del que nos habían hablado pero que al final no era para tanto.
Llegamos a Mérida con el acierto inesperado de encontrarnos con que ésa semana era especial porque se celebraba el cumpleaños de la ciudad, motivo por el cual se realizaban actividades que, si bien Mérida siempre está llena de actividades, estas eran un poco más especiales.
Así fue como un día nos descubrimos yendo al centro de la ciudad en la noche para escuchar cantar a Diego Torres, en un concierto gratuito.
Nunca imaginamos que terminaríamos tarareando color esperanza y cantando el cover de Penélope (porque ya saben que la original es de Serrat) en la vida, mucho menos en el viaje.
El concierto fue inesperadamente prolijo para ser una actividad gratuita, con sillitas y policías por todos lados.
La gente era en general de un par de generaciones anteriores a la nuestra, y se notó particularmente cuando, luego de haberse despedido y una vez las luces del escenario se apagaron, la mayoría de la gente comenzó a levantarse e irse.
Nosotros, con varios conciertos en nuestro índice, esperábamos sentaditos.
Cuando las luces volvieron a prenderse y Diego volvió al escenario para cantar su cover más conocido, muchos tuvieron que volver sin entender qué estaba pasando.
A un señor mayor que estaba solo, se le caía un lagrimón mientras sonaba Penélope de fondo, y me dieron ganas de abrazarlo mientras mi cabeza le creaba una explicación a sus lágrimas.
Mérida es conocida por eso, por sus actividades culturales, por sus infinitas posibilidades para que sus residentes o visitantes no se aburran nunca.
Incluso para aquellos que no quieren gastar mucha plata como nosotros.
El museo Fernando García Ponce de Mérida nos mantuvo entretenidos por un largo rato, al mismo costo que te cobran un puñado de aire, o sea, gratis (bueno… al menos por ahora).
Aunque vimos mucho arte abstracto del cual no llegábamos a rescatar demasiado, también nos encontramos con obras fácilmente admirables por cualquier ojo, entrenado o no.
Otras obras las sentímos tan personales, que casi creíamos que eran para nosotros.
Tal fue el caso de la mano sosteniendo una pata de pollo, escultura con la cual Wa se sintió profundamente representado luego de sus experiencias con las sopas de Perú, donde siempre era el único al que le tocaba una pata de gallina dentro del plato.
Nuestra favorita fue sin lugar a dudas, el cuarto retro.
No sabemos su nombre real, pero era eso, un cuarto que parecía de los años 70.
Apenas entrar uno sentía viajar a otra época, y la tenue luz amarilla funcionaba perfecto para recrear lo añejo del cuadro.
Uno podía sentir esa culpa interna al ver objetos ajenos, pero a su vez, ese morbo de sentir que estaba husmeado por la cerradura de la vida de alguien que no conocemos.
El protagonista de cierta obra de Salinger nos entendería a la perfección.
Pero independientemente de los museos, Mérida es una ciudad que vale la pena caminarla.
La arquitectura del centro histórico, con el dejo colonial al que ya venimos acostumbrados en casi toda latinoamerica es muy fotogénico, aunque a veces se sienta un poco forzado para incentivar el turismo.
Y hablando de eso… ¿realmente estaba la ciudad tan atestada de tuirstas?
Sí y no.
Que se veían turistas se veían. Nosotros formábamos parte de ese grupo, claro está.
Pero también es cierto que viniendo uno de Cancún, el turismo de Mérida era un poroto.
Suponemos que las fechas ayudaron, ya que al ser «invierno» y además fechas aún consideradas dentro del rango de las festividades, la gente no visitaba tanto la ciudad como nosotros temíamos.
NIÑEROS PERRUNOS
Pero lo que para nosotros hizo a Mérida un lugar especial, fueron los amigos que hicimos… amigos a quienes tuvimos la relajante tarea de cuidar su casa y a sus mascotas mientras ellos se tomaban una semana de vacaciones.
Si bien en alguna ocasión nos tocó cuidar casas, ésta era la primera vez que también cuidabamos mascotas.
Las mascotas en cuestión eran dos perritos de personalidades tan opuestas como sus colores: uno travieso a más no poder, la otra pacífica al punto de «¿está viva?».
Una semana convivimos como si nada estuviera pasando, como si el viaje no hubiera sucedido o como si ya hubiese terminado.
Íbamos al supermercado a hacer las compras, sacábamos la basura cuando pasaba el camión, y le dábamos los «buenos días» a los vecinos.
En una vida en movimiento constante, la quietud es rara.
Rara sí, pero necesaria también.
Si algo nos gusta mencionar cuando la oportunidad se dá, es que vivir viajando y estar feliz con esa forma de vida, no significa que uno no necesite parar de vez en cuando, y quizás, cada vez más.
Y esta oportunidad nos llegó en el momento justo.
Fue en esos días donde vimos algunos de los mejores atardeceres del viaje (sí, seguimos sumando atardeceres de ensueño a nuestra lista).
La lejanía del centro nos hacía no tener excusas para la letanía, y la escritura.
Pero eso no significa que no hayan pasado cosas. Siempre pasan cosas, sobre todo para aquellos que prestamos atención a los pequeños detalles.
Por ejemplo, nos dimos cuenta que Mérida (y luego entenderíamos, el resto de México) tiene una invasión de escarabajos.
No, no esos que se metían por debajo de la piel en la pelicula de «La Momia», que tantas pesadillas nos dieron, sino de los «Fusca».
En su mayoría blancos, el autito que en el paisito muchos asocian al Pepe Mujica, llenaba las calles Meridianas (no sé que tan correcta sea esta expresión, pero me gusta mucho).
Y ya que hablamos de autos con formita regordeta, hablemos de los bidones de agua.
En México el agua de la canilla no es potable.
No solo no lo es, sino que NO LO ES, o sea, se desaconseja con mucha fuerza hacerse el valiente y tomar agua «del grifo».
Parece que lleva tantos químicos que su consumo podría provocar piedras en los riñones en no demasiado tiempo.
Pero como el agua es una necesidad básica, no solo el costo del oro transparente potable es muy, pero MUY accesible, sino que además hay máquinas que permiten llenar tu recipiente en muchas partes.
En Mérida, nos costaba 8 pesos mexicanos rellenar el bidón de 20 litros, lo que sería el equivalente a unos 15 UYU, o U$S 0,40.
Luego veríamos que en otras ciudades el costo es todavía menor.
Para aquellos que nos preguntan si de verdad Uruguay es tan caro, quiero hacer un paréntesis para llorar contar que actualmente el bidón de 6 litros de agua potable en Uruguay, el país con una de las reservas de agua potable más grande del mundo, cuesta unos UYU 90 (casi 3 dólares).
Por último, creo que la mejor forma de cerrar este capitulo donde hablamos de nuestra pausa cuasi rutinaria en Mérida, es con esta foto.
Es graciosa porque nos parece un excelente contraste dónde se ve claramente como lo que puede ser rutina para alguien puede convertirse en algo tan diferente para otra persona.
Y es que para nosotros, sentarnos a comer una pizza en una plaza de barrio cualquiera, sobre una piedra aleatoria, y enterarnos que estabamos sentados en una cancha con cientos de años de antigüedad, donde tiempo atrás los mayas jugaban su conocido juego de pelota, no nos parece algo muy común que digamos.
Pero esto es México, una tierra llena de trozos de una civilización que fue, donde cada rinconcito puede representar un trozo de historia muy bien conservado.
UN LUGAR PARA LOS FRIKIS
México es el país elegido por excelencia para buscar a los actores de doblaje de español latino, sobre todo en los dibujos animados, entre ellos, el animé.
Desconocemos si es por este motivo o simplemente por una relación de probabilidad entre la cantidad de gente que hay en el país y sus preferencias, pero la influencia del animé se hace notar bastante en este país.
No pocas fueron las personas que nos cruzamos con remeras de alguna serie de animación japonesa, y lo que nos pareció todavía más extraño, nos encontramos con tiendas de ropa «fashion» donde podían encontrarse esos diseños que hasta ahora pensábamos que estaban únicamente relegados al fondo de algun local de segunda mano o a tiendas muy específicas.
Acá, podías encontrar una remera de Seiya en plena vidriera de una tienda de ropa «chic», de esas con paredes blancas y decoraciones en dorado, al lado de otra remera que diga «#selfie».
Y la cosa no se limita únicamente a la ropa.
Caminábamos conociendo las tiendas de la zona, cuando una galería de tecnología llamó nuestra atención, y como si de una recompensa se tratase, fue necesario esquivar las preguntas insistentes de los vendedores al ritmo de «¿qué busca?» y «¿en que los ayudamos amigos?» que caían sin parar, para llegar a un lugar que nos atrapó desde el comienzo.
La Friki Plaza.
Fue entrar en el área que nos recibía con un Pikachu estampado en la pared, para sentir completamente el cambio.
Este lugar estaba, sin lugar a dudas, pensado por y para introvertidos.
Aunque habían muchas tiendas, ninguno de sus vendedores nos llamaba, ni repetían mecánicamente preguntas que alentaran la compra, muy por el contrario, la mayoría de ellos estaban sumidos en la serie de animé que miraban en un monitor, o en el juego de su nintendo DS, y sólo reaccionaban si les preguntabas algo.
Para nosotros, esto era el disfrute en su máximo esplendor.
No solo podíamos ver las tiendas repletas de cosas de manga y animé a nuestro antojo, sino que lo hacíamos con la tranquilidad de saber que podíamos pararnos a ver una vidriera el tiempo que quisiéramos que nadie vendría a intentar vendernos algo.
Había detalles tan adorables como mesas decoradas con personajes de videojuegos, y tachos de basura con la cara de Totoro.
Lo único incómodo era evitar la tentación de comprar algo (o todo).
Pero como les dijimos, en México se respira animé, mucho más que en cualquiera de los demás países que estuvimos, así que la cosa no se termina acá… porque alguien, conociendo nuestras preferencias, nos recomendó un lugar que no esperábamos encontrar antes de Japón.
Maid Coffee – Los Ux´s.
Te puede gustar el concepto o no, pero a nosotros nos daba muchísima curiosidad, por el mero hecho de ser un clásico en Japón, y estar tan asociado al mundo del manga y animé.
Los maid coffee, son tiendas donde se ofrece café y platos típicos dulces de procedencia japonesa, con la particularidad de ser atendido por mozas vestidas como sirvientas (mucamas).
Según el menú del lugar, ellas deben dirigirse a sus clientes usando siempre la expresión «goshûjin sama» que significa «amo» en japonés, pero nosotros no íbamos para vivir el fetiche, sino más bien por el enfoque temático que estos lugares tienen con respecto al animé.
Y sí, por supuesto que lo encontramos.
Las paredes pintadas con los personajes principales de «Attack on Titan», la televisión que en ese momento pasaba Naruto, y la puerta de los servicios que diferenciaba el de hombres con la silueta de Goku y el de mujeres con la de Hatsune Miku, satisfacieron nuestras expectativas.
Probamos un par de postres de origen japonés y tomamos el café que estaba en promoción 2×1, y tenemos que decir que para ser un lugar orientado a un público tan selecto, el costo fue bastante accesible.
ANIMAYA
Nuestros días en Mérida pasaron más cerca de la periferia que del centro, y gracias a eso descubrimos un lugar genial y extrañamente, lejos del bullicio del céntrico.
Me refiero al parque zoológico Animaya, del cual nos percatamos de su presencia solo por ver pasar buses locales cuyo destino era un lugar llamado «Animaya».
Así de atrevidos, un día decidimos tomar un bus y dirigirnos a ese misterioso lugar.
Para empezar a hablar de su genialidad, tenemos que mencionar que es gratuito.
Sí, tremendo parque gratarola.
Apenas entrás te recibe una especie de monolito-tótem, al cual te podés subir, también sin pagar un peso, y tener una vista bastante agraciada del parque.
Ahora, si vas con toda la plata y querés ir a derrochar dólaretes, claro que tenés una opción de pago: el trencito que te pasea por el parque.
Tiene un exorbitante costo de 5 pesos mexicanos por persona.
No, claro que no es caro, son apenas U$S 0,25 (unos UYU 10).
Sí, claro que estaba siendo irónica cuando dije que te podías gastar los dolaretes.
También hay una opción para subirse a un barquito que te da unas vueltas por una laguna que está dentro del parque, y si coincidís en los horarios pre armados, es también gratuito.
En cuanto al resto del parque, vas a ver lo que podés ver en casi cualquier zoológico, es decir, animalitos en jaulas.
Afortunadamente, los animales parecen encontrarse en condiciones bastante decentes de salud, pero no deja de ser un zoológico.
Independientemente de esto, el parque es un lindo lugar para caminar ya que tiene senderos bien diferenciados, zonas de recreacion para los mas chiquitos y dónde comprar comida y bebida dentro del parque aunque los vendedores que se ubican afuera en la entrada tienen precios más convenientes).
¿Y QUÉ ONDA CON MÉRIDA?
En conclusión, sí, Mérida sigue siendo una ciudad atractiva para el turista, pero digamos que ya tiene algún que otro filtro que puede dividir las aguas en cuanto a los tipos de turistas que podes encontrarte.
Es un lugar más «mochilero-friendly» que Cancún porque se pueden conseguir mejores precios, y al ser un lugar tan rico culturalmente, se pueden realizar muchísimas actividades gratuitas.
Nosotros no hicimos todas, pero recomendaríamos la visita guiada al cementerio los miercoles en la noche, o el juego de pelota maya los sabados a las 20:00 hs, además del museo que mencionamos anteriormente, el Fernando García Ponce.
Y para plantarle cara al siglo XXI, no sería mala idea sentarse a conversar con alguien en los banquitos tan característicos de cualquier plaza de Mérida, donde solo entran dos personas enfrentadas.
Ah, y por si te lo estabas preguntando… la cochinita pibil, todavía no la probé.
PRECIOSO. MUY INTERESANTE