Salíamos del Ghetto, el barrio mas marginal y pobre de toda belice con menos prejuicios de los que entramos, y habiendo caminado varios kilómetros con la mochila, bajo una lluvia itinerante de la cual no podíamos refugiarnos, nos paramos sobre la ruta para hacer dedo hacia Riversdale.
Nada nos importaba demasiado, porque teníamos puestas unas expectativas bastante generosas en el lugar al que intentábamos llegar, pero las esperas más largas de lo que Centroamérica nos tenía acostumbrados, y las advertencias de peligro de los locales, nos pusieron en estado de alerta… cosa que nos duró apenas unos minutos.
«ACÁ NO SE PUEDE HACER ESTO… ES DEMASIADO PELIGROSO»
Después de más de 15 minutos alargando el dedito sobre la calle, un auto beige se acercó, y al ver 2 rostros jóvenes dentro nuestras esperanzas se avivaron.
Nos adelantamos demasiado.
– ¡Hola! ¿A dónde van?
-Estamos yendo a Riversdale.
-Ah… bueno, les conviene ir a tomar el bus en la esquina, porque acá es difícil que paren.
-Ah no, pero no estamos esperando bus, estamos haciendo dedo…
-Sí… mejor que tomen el bus más allá.
-Ok… gracias.
Aún a pesar de la insistencia de los muchachos, no nos pareció tan raro su consejo porque ya nos habíamos dado cuenta que, aunque Belice puede ser un país con mucho turismo, definitivamente éste no se basaba en mochileros que pretenden moverse al menos costo posible, sino todo lo contrario, este país está más acostumbrado al turista de avión y all inclusive.
Visto desde esa perspectiva, no era de extrañar que estos muchachos creyeran que estábamos intentando tomar un bus, por más universal que pueda parecer el pulgar hacia arriba.
Poniéndonos y sacándonos la capucha para lidiar con la lluvia, pero sin lucir demasiado sospechosos, continuamos sonriendo y haciéndole señas a los choferes que pasaban.
Una bicicleta que venía a lo lejos abrió su camino para esquivar nuestras mochilas, pero aminorando la velocidad, nos dijo al pasar:
«No es seguro pararse acá… muy peligroso» y siguió su camino.
Ok, a muchas personas este comentario podría haber sido determinante para hacer que sus pies los llevasen lo antes posible a otro punto o incluso, a subir los escalones del bus.
Pero nosotros ya estábamos acostumbrados.
No era la primera, ni sería la última vez, que alguien nos alerta sobre el potencial de peligro que tiene el lugar donde estamos precisamente parados, y aunque siempre es bueno escuchar a los locales y hacerles caso, si nos guiamos de las advertencias de todo el mundo, todavía estaríamos en el living de nuestra casa jugando Diablo II y viajando en Skyrim.
Solemos mezclar las advertencias con el sentido común, y si en esa evaluación sentimos esa mota de peligro de la cual nos advierten, seguimos sus consejos.
Pero estos miedos no siempre coinciden con lo que transmite el lugar.
En este caso, a media cuadra había un puesto de comida callejera abierto, y una pequeña fila de gente esperando el bus.
No habíamos visto caras sospechosas, ni estábamos en un lugar tan desolado, así que hicimos caso omiso a las advertencias y continuamos esperando.
De repente, una camioneta se detiene.
Dentro iba una pareja.
La mujer no decía una palabra y solamente nos miraba con curiosidad, pero el hombre nos alertó con los ojos asustados:
–No los puedo llevar, pero no es bueno que estén acá.
– ¿Como no es bueno?
-No… no quiero asustarlos, pero han pasado muchas desgracias últimamente. Es muy peligroso.
-Ah bueno… gracias por el consejo.
-Cuídense.
Dicen que la tercera es la vencida, y el sentido común, aquel que hace unos minutos nos decía «si acá a unos pasos hay gente, es imposible que esto sea peligroso» ahora estaba ahora tirando de la correa, deseoso de escaparse y hacernos tomar el primer bus que pasara.
La pregunta flotó en el aire húmedo con timidez: «¿Tomamos el bus?«.
Creo que a mí me alertó más el hecho de que fuera Wa el que formulara esa pregunta.
Yo suelo ser despistada y muchas veces no me doy cuenta cuando caminamos por lugares peligrosos a menos que sea demasiado evidente, pero Wa es mi cable a tierra y siempre detecta las señales de peligro antes que yo, por eso ver como esa alarma que ahora tenía en la mirada se materializaba en una frase que implicaba casi una derrota me prendió las luces rojas.
Así con todo, decidimos esperar.
La gente que esperaba el bus en la esquina se había tomado el que había pasado, y ya solo quedaba el señor del carrito de comidas.
Todavía había gente… ¿qué mal podría ocurrir?
«ALQUILÉ ESTA CAMIONETA DE 100 DÓLARES, SÓLO PARA LLEVARLOS A USTEDES«
Una van color gris se detuvo unos metros más adelante, como si hubiera dudado si parar o no.
Temiendo que sea un transporte público nos acercamos.
– ¡Hola! Estamos yendo por la ruta hacia Belmopán.
– ¡Suban! Yo voy hasta Belmopán.
-Ah perfecto, pero… no es bus ¿verdad?
-No no, no bus.
– ¿Es gratis?
-Sí, gratis, suban suban.
La camioneta estaba impoluta, tanto así que hasta vergüenza nos daba apoyar nuestras mojadas y embarradas mochilas en esos asientos grises sin una mota de polvo.
El conductor era un muchacho moreno, algo grandote, de gorra con visera y lo primero que hizo una vez que ya nos habíamos acomodado, habíamos cerrado la puerta y el vehículo había comenzado a andar, fue reírse.
Sí, una carcajada abierta y sonora.
Nos quedamos con una sonrisa tonta estampada en la cara, como una versión más educada de la «cara de póker«.
La frase le salió disparada y nos heló la sangre: «¿quieren escuchar algo divertido?«.
Ya está, pensé yo, hasta acá llegamos.
No sé cuántos de nuestros lectores estarán familiarizados con el cine de terror, y a qué nivel, pero seguramente todos se darán por enterados que cuando un extraño te tiene en una zona de la cual no podés escapar, se empieza a reír sin motivo aparente, y te dice una frase del estilo de «vamos a jugar un juego» o «¿quieren escuchar algo divertido?» es porque nada bueno va a sucederle a la persona acorralada en cuestión.
Al menos recorrimos toda América del Sur y América Central, seguía pensando yo.
En menos de un segundo ideé mil formas de agarrar la navaja rápidamente, y estudié qué tan expuestos estaban los puntos débiles del chofer, porque, aunque mis pensamientos eran pesimistas, mi cuerpo sabía que no iba a morir sin luchar… y una parte de mi cerebro sabía que no iba a morir.
Odié llevar puesta la campera que me quitaba movilidad, pero adoré ir en el asiento de atrás para dar un golpe sin ser vista.
Todo esto sucedió en los 2 segundos que demoramos en responder a su pregunta.
– ¿Quieren escuchar algo divertido?
-… ¡Si claro!
¡Claro!
¿Quién no quiere escuchar los detalles de cómo será su muerte lenta y dolorosa?
El señor siguió hablando.
-Esta camioneta es alquilada, me costó 100 dólares por todo un día.
Claro, siempre es mejor alquilar un vehículo para cometer un asesinato, lógico. Y los 100 dólares no son nada comparado a los precios del mercado negro por comprar 2 personas.
–Hoy tenía que ir a buscar a unos amigos que llegaban en un crucero a Belize City, y por eso alquilé esta van. ¿Pero saben qué? El crucero se retrasó y no llegan hasta mañana.
¿Ahora nos estaba explicando el porqué de su sed de sangre? ¿Porque sus amigos venían atrasados?
–Así que fui a Belize City, pero tuve que volver atrás. Estaba volviendo a mi casa en Belmopán y casualmente venía escuchando en la radio a este pastor, que estaba hablando de lo importante que es ayudar al prójimo.
Ahora fue cuando presté atención a la radio del auto… es cierto, se oía la voz de un pastor que predicaba su religión con firmeza y emoción.
–Yo nunca levanto gente en la calle, pero me pareció que todo se estaba dando para que los llevara -hizo una pausa, y sonrió-. Así que alquilé este vehículo de 100 dólares solamente para llevarlos a ustedes. ¿No es impresionante?
EL CAMINO CONTINÚA
El viaje que empezó con un asesino terminó en ser un viaje con un accionista que nos habló con tanta terminología profesional sobre el mercado y su negocio en las farmacéuticas, que una de dos: o mejorábamos nuestro vocabulario de inglés, o no le entendíamos nada.
Fue un poco de ambas cosas.
Cada tanto hablaba de lo importante que es tener fe y valorar a las personas que uno tiene cerca, y se maravillaba ante nuestra forma de viaje porque dependía de un desprendimiento muy grande de todo lo material como de repente nos confesaba «mi meta es llegar a ser millonario«.
Supongo que una cosa no quita la otra.
Una vez en Belmopán, lugar donde este muchacho nos dejó, continuamos esperando nuestra próxima carroza que nos acercaría más al palacio.
Sí, dije palacio exagerando un poco pero no tanto, ya llegaremos a eso.
Un auto de policía se detuvo frente a nosotros y haciendo malabares para abrir la puerta sin quedarnos con el pestillo en la mano, subimos a la patrulla más venida a menos que vimos en el viaje.
El camino fue silencioso, apenas interrumpido un par de veces por un dialogo de 2 líneas cada uno.
El auto se detuvo en un pueblo llamado St. Margaret, y decirle pueblo es ser excesivamente generosa.
Unas pocas casas, una tienda y la estación de policía eran todo St. Margaret, nuestros pensamientos evocaban a Mabura en Guyana, donde nos tocó esperar durante 4 dias haciendo dedo/autostop, no se si era la similitud cultural y paisajistica con Guyana, su pasado colonial británico o que, pero por un momento nos entró el cagazo de volver a esperar 4 dias otra vez.
Para este entonces, la lluvia había parado definitivamente y un sol suave casi arrullador secaba la carretera y pintaba todo de un color esperanzador.
La camioneta que se detuvo iba cargada: el padre, la madre, una hija y un sobrino.
Nuestras mochilas volaron al compartimento trasero y nosotros nos apretamos contra los niños que nos miraban como si nunca hubieran visto extranjeros en su vida, sobre todo la niña que miraba mis guantes con esa curiosidad descarada de los niños.
El chofer mostró sus dotes bilingües cuando se enteró que hablábamos español, lo que nos costó responder como 3 veces que no, que no venimos de EE.UU. y que en Uruguay se habla español, y que no, no es que el primer idioma es el inglés y nosotros sabemos además español, sino que efectivamente, en Uruguay se habla español.
No era la primera vez que a alguien le cuesta entender esto, es como si el color de la piel, del pelo o de los ojos hagan menos creíble estas respuestas y sea necesarias repetirlas varias veces para que resulten creíbles.
Por si esto no fuera suficiente, nos pidió: «a ver, hablen en español, digan algo», y cuando nos escuchó hablar le sonrió a su mujer, convencido.
Recomendándonos varios lugares cerca de su casa, nos dejó en otro lugar cuyas dimensiones esta vez sí, catalogaban para convertirlo en pueblo, con todas las letras.
No era un lugar grande, pero eran más de 10 casas, entre ellas una en la que yo me juego la cabeza que vive un abuelo, porque por la apariencia de la casa, solo podía ser la casa de un abuelo.
Lo que frenó esta vez fue un camión enorme, que al igual que el auto de policía, estaba bastante deshecho por dentro.
No puedo evitar sentir cierta simpatía por aquellos vehículos que se utilizan hasta que ya no dan más, así que, aunque no podemos negar la comodidad que brinda un auto nuevo los malogrados nos siguen pareciendo agradables.
Y ante cualquier circunstancia, ningún vehículo es criticable cuando te está llevando gratis.
El chofer hablaba bajito y en un inglés algo cerrado, por lo que muchas veces nos costaba entenderle, pero su sonrisa constante hacía que la barrera sonora-idiomática no fuese un problema.
Nos dejó en un cruce de caminos, a 8 kms de nuestro destino.
La distancia era caminable, pero con las mochilas a cuestas nos llevaría unas 3 horas recorrerla y como las esperas habían sido más largas de lo esperado, la tarde amenazaba con irse antes de que llegásemos, así que preferimos seguir haciendo dedo… alguien iría para Riversdale.
Un auto frenó un poco más allá de donde hacíamos dedo. Wa corrió, pero antes de llegar un señor se bajó del auto agradeciendo, y acto seguido se bajó también el chofer y se dirigió a la valija del coche, como para buscar algo.
Wa se detuvo en seco y preguntó lo que parecía evidente: «estamos yendo a Riversdale, pero… ¿es taxi?«.
El chofer lo miró, y respondió con un seco «no taxi, suban«.
Nadie habló durante los 8 kilómetros que nos dejaron en donde nos esperaba una experiencia que nos dejaría en jaque nuestra condición de ratas.
LOS CONTRASTES VIOLENTOS
A pocos kilómetros de Placencia, una de las playas más turísticas de Belice, se encuentra el poblado pesquero de Riversdale.
El mismo es tan chico que no excede las 20 casas, una diminuta caseta de madera que vende algunos refrescos y snacks, un restaurante y un resort de lujo.
Y era en ese resort de lujo donde fuimos invitados a quedarnos.
El Lost Reef Resort es un complejo de cabañas independientes justo sobre la orilla de la playa.
Aunque habíamos visto fotos por internet, no sabíamos exactamente qué esperar, ya que, a lo mejor, como íbamos de invitados y estando enterado el personal del hotel sobre nuestra forma tan austera de viaje, no nos extrañaría si el espacio que nos dieran fuera menos ostentoso que todas esas fotos que aparecían en la web, después de todo, dándonos un lugar para poner la carpa ya sería de gran ayuda para nosotros.
Pero no.
No solamente nos dieron una cabaña entera, sino que, además, fue una de las mejores del resort.
La cabaña estaba completamente equipada, incluyendo microondas, frigobar y cafetera.
Ventiladores varios y aire acondicionado demostraba que el personal del Lost Reef no quiere que sus huéspedes sufran el calor que puede llegar a hacer en Belice durante algunas temporadas.
El baño, no solamente tenía todo lo necesario, sino que además tenía agua caliente, lo que, para nosotros, y después de viajar toda Sudamérica y Centroamérica, representaba un lujo como pocos.
No importaba cuántos grados pudiera hacer afuera, pero no íbamos a dejar pasar la oportunidad de darnos una ducha caliente cuando se nos presentaba la oportunidad.
Pero primero, salimos al Porche de la cabaña, a apreciar las vistas: a un lado la playa vacía, y al frente la piscina rodeada de palmeras.
Queríamos hacer todo.
Queríamos tirarnos en esa espumosa cama, darnos una ducha caliente, salir a recorrer el pueblo, conocer a las personas del hotel, hacer un café en la cafetera del cuarto, tirarnos en la piscina, caminar por la playa, dormir una siesta en las hamacas paraguayas que colgaban de las palmeras alrededor de las cabañas, ojear los libros de la biblioteca común.
Todo, y a la vez.
Pero como por ahora somos simples mortales, tuvimos que elegir un orden y hacer estas cosas de a una, empezando por convencernos de que realmente estábamos ahí.
UN PUEBLO DE PESQUEROS DE LANGOSTAS
Riversdale es esa playita que todo introvertido necesita: poca gente y ambiente tranquilo.
Según nos contaron, se trata de un pueblo habitado mayormente por pescadores de langostas, y los dueños del hotel nos recomendaron dar una vuelta por la playa y apreciar las trampas que se utilizan para la pesca de estos animalitos.
Fuimos en compañía de una simpática chica de USA, que a día de hoy no estamos seguros si era familiar de los dueños o no, pero hablamos mucho con ella durante nuestra estadía, aprovechando además que ella hablaba un muy buen español.
Los pescadores estaban jugando fútbol a pata desnuda sobre la arena, y las trampas para langostas descansaban una encima de otra sobre la orilla.
Nunca habíamos visto una… o al menos eso creíamos, porque juzgando únicamente por su apariencia cualquiera diría que eso era el techo de alguna casa a medio construir.
Consisten en un esqueleto de madera (hecho con troncos) sobre el cual se ata una chapa cuadrada.
Y ya está, esa es la trampa para langostas.
Poco tiene esto de trampa ¿no?
Sí, eso mismo pensamos nosotros, y no pudimos evitar sentir cierta lástima por las langostas cuando nos contaron su funcionamiento.
Los pescadores tiran ese cuadrado de chapa y madera al agua, con la parte de la chapa hacia arriba.
La trampa cae hasta el fondo de la playa.
Los pilares de madera debajo de la chapa hacen que quede un espacio entre la chapa y la arena del fondo, y justo ahí es donde se meten las langostas al sentirse protegidas bajo semejante techo que les cayó del cielo.
Se prenden de los troncos atados debajo de la chapa, y ahí se quedan, hasta que llega el pescador, saca la chapa de debajo del agua, y simplemente desprende con las manos a todas las langostas que se mantuvieron agarradas firmemente al esqueleto de madera.
El método de caza de estas pobres desgraciadas es tan sencillo que hasta pena nos dan, casi podría decirse que se las engaña vilmente dándoles una casa gratis, para después sacrificarlas (asumo que de ahí viene el término de «trampa»).
Pero éste es el negocio principal del pueblo, y un trabajo honrado como tal.
Nuestro primer día en Riversdale estaba transcurriendo de maravilla, hasta que llegó el momento de pensar en la cena, y nos dimos cuenta que no había tiendas en el pueblo.
Los únicos establecimientos de venta del lugar eran un restaurante pequeñito, el restaurante del Lost Reef Resort, y una caseta de madera pintada con colores muy alegres, en donde vendían refrescos chicos, snacks, un poco de fruta, y poco más (que en ese momento estaba cerrada).
Comer en restaurante no entraba en nuestro presupuesto, pero morir de inanición tampoco, así que nos dirigimos al restaurante del hotel donde nos estábamos quedando y nos pedimos una pizza.
Los precios de la comida excedían un poco nuestro presupuesto diario, pero todo sea dicho, la comida era rica, las porciones muy generosas, y para ser un Resort de lujo en Belice (país de por si caro), en un pueblito donde casi no hay lugares donde comprar comida, estaba muy bien.
Además, la atención siempre fue excelente y el agua potable era gratuita e ilimitada.
De todas maneras, al día siguiente volvimos a la tiendita de madera y aunque no parecía estar abierta, una señora que tendía ropa en una cabaña al lado nos vió y comenzó a gritar «¡Viola!», al mismo tiempo que una niña que jugaba por ahí entraba corriendo a otra cabaña cercana.
A los pocos segundos, aparece Viola, una muchacha muy menudita emperifollada en un llamativo vestido rojo, y maquillada con la mejor sonrisa.
Le compramos unos snacks y una piña y ella se ofreció a prepararnos comida para la tarde: el menú sería burritos de frijol y pollo.
Con la promesa de volver a almorzar, nos fuimos a caminar.
Sobre la tarde, mientras disfrutábamos de un chapuzón en la piscina, la niña que habíamos visto antes aparece acompañada de un niño un poquito más mayor: «Mamá dice que la comida está lista» nos dijo.
La pequeña caseta de Viola se había vestido de almuerzo, y lucía ahora una mesa con sillas preparada para nosotros.
Detrás de la tabla que oficiaba de mostrador, Viola nos sonreía desde dentro del cubículo violeta.
– ¡Hola chicos! Espero les guste.
Pidiéndole además un refresco chico para los dos, comenzamos a comer.
El burrito era muy sencillo, pero se notaba el toque especial que únicamente la comida casera puede tener.
Antes de terminarlos, Viola, que se mantenía dentro de la casita al lado nuestro, nos comenzó a hablar, empezando primero por saber si el burrito estaba rico.
Terminamos hablando de Uruguay, de nuestro viaje, de su familia que también trabajaba en la pesca, y finalmente, nos sacamos una foto los 5 juntos, ella, sus hijos y nosotros.
En la noche, volvimos a cenar en el Resort. ya que era el único lugar que ofrecía comida durante la noche.
Mientras terminábamos nuestro plato, una familia se posicionaba en la mesa que estaba detrás nuestro.
Mirando de cotelete, vemos que la chica con la que habíamos ido a ver las trampas para langostas nos saludaba desde la mesa, y se acercaba a nosotros.
Después de hablar otro rato, un muchacho que se parecía a Van Dame se acerca a nuestra mesa y le dice a ella «andá andá, sino no comemos más, yo los mantengo entretenidos a ellos».
Así fue como conocimos a Thomas, un estadounidense oriundo de California que luego de hablar sobre nuestros viajes y los suyos, al enterarse que pensábamos terminar la vuelta en Alaska, pasando por EE.UU., nos invitó a su casa, así sin más.
La verdad es que no pensábamos pasar por California, ya que nuestro plan era recorrer el país del Norte por estados más desconocidos para el turista promedio, pero después de nuestra experiencia con el camionero argentino en nuestro primer viaje como mochileros, donde tuvimos que rechazar una invitación por estar cortos de tiempo, dejando sumamente triste a la persona que nos invitaba, decidimos que en este viaje por América aceptaríamos todas aquellas cosas imprevistas que el viaje nos pusiera en frente, aunque eso implique cambiar la ruta o retrasarnos más.
Hasta ahora había funcionado muy bien, habíamos conocido todo tipo de gente gracias a esta técnica, y todas con algo en común: todas eran excelentes personas, todo lo contrario, a lo que uno puede pensar de un desconocido que te encuentra en la calle y te invita a su casa.
Así que tiramos la carta del comodín y le dijimos que sí, que cuando estuviésemos allí le avisaríamos.
No conforme con la invitación de palabra, nos mostró fotos de su casa, por si necesitábamos un anzuelo para ir… si supiera que no nos importa donde viva, si debajo de un puente o en un palacio, nosotros aceptaríamos su invitación como sea, porque estas situaciones no pasan por un tema de comodidad, sino de humanidad.
Thomas pasaba las fotos donde nos mostraba cada uno de sus 6 cuartos disponibles, su estufa a leña, y demás comodidades que siempre vimos en las películas estadounidenses y nos parecía un truco hollywoodense.
Nos ofreció además ir a buscarnos si llegábamos en la época fría, porque según él, podía ser peligroso ya que el frio era demasiado fuerte.
Para rematarla, nos mostró fotos del lago cercano a su casa, y las vistas montañosas desde su hogar.
Intercambiando el whatsapp, nos despedimos con la promesa de volver a vernos dentro de algunos meses.
Es reconfortante saber que no importa dónde, ni qué tan diferentes sean las formas de vida de las personas y su trasfondo, uno siempre puede conectar con eso que todos compartimos, sin importar nacionalidad, color, poder adquisitivo o ideología, y poder encontrar las mismas buenas intenciones y compartir las mismas risas con un Californiano que ofrece su lujoso hogar a desconocidos, como con una beliceña hija de pescadores que pone todo su amor en un plato de comida casera.
Hola chiquilines, como se encuentran?.
Es lindo poder volver a leer con gran entusiasmo sus aventuras.
Bueno, linda manera de empezar este relato, muy alentador, sin duda, jeje, pero bueno pero por suerte siguen vivitos y coleandos y es lo que mas importa, no? Jeje…
Me dio gracia la descripcion sobre la camioneta con la familia a cuestas, yo creo que tendria una reaccion similar a la de la niña cuestionandome el por que de usar unos guantes asi, jeje…
Preciosas vistas la de ese pueblo pescador, pero se saltearon la parte de como fueron invitados, seria lindo e interesante capaz que nos hayan contado, digo se que existen algunas plataformas para intercambio entre viajeros y lugares de hospedaje por hacer algo a cambio a favor mutuo de ambas partes, obviamente no se si fue el caso de ustedes, pero seria interesante leer esa parte de esta historia si no es molestia obviamente.
En fin, me gusto como empezaron este post y tambien como lo terminaron como tipo moraleja y encima esa foto final preciosa que creo ayudo un monton para finalizar este post.
Como siempre fascinada y encantada de leer sus historias.
Abrazo fuerte, buenas rutas y se me cuidan mucho!
Hola!
Jajaja, ¿tan cuestionables son mis pobres e inocentes guantes? Jajaja, ni ellos se imaginan lo famosos que son.
En realidad, lo del hotel fue a la antigua usanza, no utilizamos ninguna plataforma de voluntariado ni ninguna web en particular.
Con el tema del blog, a veces los hoteles hacen intercambios con los viajeros a cambio de que simplemente comenten su experiencia en el hotel (ya sea buena o mala).
Que bueno que nuestras historias te gusten, la verdad es que Belice nos dejó varias dignas de ser contadas al mundo.
Cómo siempre, un brazo y gracias por estar ahi (ahí, acá y allá jaja).
Hola, cómo están muchachos?
Ah mira, no la tenía esa, pero pregunto si se puede saber también ustedes o ellos a ustedes los encontraron así de la nada?
Me interesa, me voy hacer un blog a ver si también me invitan!! Jajajajajaja, no broma.
No es el mío realmente, jeje 😋
Si, como no me van a gustar si son increíbles y además es lindo saber de un país de nuestro propio continente que poco y nada se sabe por estos lados.
Además mira, te confieso que en mi época liceal creo recordar e imaginar a la primera por pura ignorancia en ese momento cuando un profesor de geografía que tuve nos mencionó dicho país antes de darnos explicaciones y a la primera lo asocie con África. Hasta el día de hoy no puedo evitar aunque ya sepa donde se ubica geográficamente asociarlo con África o el sudeste asiático, jeje.
Ahhhhhh y por cierto, sobre tus guantes, yo creo que al no ser comunes llaman obviamente la atención y capaz también que los use aunque hayan 50° de temperatura seria otra cosa llamativa, pero quizás lo más llamativo aún es en el estado que están los pobres y los uses igual, seguro le llamo la atención y tanto a la chiquita o es lo que me sigue llamando la atención a mi pero me excuso con el pretexto de usar a la pobre chiquita, jajajaja 😋