Si bien disfrutamos nuestra estadía en Georgetown, llegó el día que teníamos que partir, así que moviéndonos en bus local, llegamos a las afueras de la ciudad, lugar idóneo para hacer dedo.
Lo curioso es que, si bien el camino anterior a Georgetown es cuasi intransitable y desolado, el camino opuesto, es decir, de Georgetown hacia Surinam, es todo lo contrario; se nos hacía difícil encontrar un lugar fuera de cualquier tipo de población, porque toda la ruta está llena de pueblitos, uno atrás de otro.
El bus nos dejó en uno de estos pueblos, y caminamos buscando un lugar solitario, hasta que llegamos a un puente, donde había un supermercado. Mientras Wa compraba algo, yo me quede afuera, charlando con 4 personas que tomaban cerveza alrededor de una mesa y querían saber de dónde veníamos (solamente uno, sabía qué era Uruguay y dónde estaba… típico).
Mientras tanto, Wa estaba respondiendo la misma pregunta pero a la cajera China, y una clienta oriunda de Guyana, y ambas sonreían tanto al vernos y saber de donde éramos, que no paraban de gritar «Uruguay» a cada persona que pasaba por el supermercado… todo muy loco.
Al final, nos pusimos a hacer dedo al otro lado del puente, donde había bastante tránsito.
No pasaron más de 10 minutos cuando un camión se detuvo, y 3 cabecitas asomaron de la cabina, diciéndonos «on the back… but nasty, nasty, nasty!».
Cuando vimos en qué condiciones estaba la caja del camión, entendímos por qué repetían con tanto énfasis esta palabra.
Ese camión se usaba para transportar caballos, que si bien no estaban en ese momento a bordo, podía adivinarse su pasada presencia por una prueba irrefutable: bosta.
Bosta everywhere.
Con una sonrisa a caballo entre la gracia y el «no nos queda otra» (a caballo… entendieron, ¿eh? ¿eh? ¿eh?… ok, ya me cayo) les dijimos que no pasaba nada, y nos ayudaron a buscar el mejor lugar donde acomodar las mochilas y a nosotros, es decir, no el lugar que no tuviera bosta porque eso era imposible, sino el lugar donde la bosta estaba más sequita.
Y allá fuimos, parados en la parte de atrás del camión, rodeados de un aroma que por suerte, se difuminaba con el viento.
Me hubiera gustado ser lo suficientemente inteligente para remangarme el pantalón que se arrastraba… pero no fue el caso, así que llevé este aroma durante el resto del viaje.
Unos 100 kilómetros luego, nos bajamos del camión porque ellos seguían otro camino, y continúamos haciendo dedo.
Estaba yo alejandome unos pasos de Wa para sacarle una foto, y no me dió ni tiempo a sacarla cuando un auto que doblaba paró enseguida… y cuando digo enseguida me refiero a menos de un minuto de haber empezado a estirar el pulgar.
El auto paró, y detrás de el frenó otro. El primero venía completamente lleno, pero el conductor se bajó, nos preguntó a donde ibamos a lo que respondímos «Surinam», y sin dudarlo, le pidió a algunas personas que bajaran del auto y las mandó al auto que había frenado atrás. Las personas no se mostraron muy felices, y nosotros no entendíamos nada… sólo notamos sus rasgos hindú y pensamos «¡Esta debe ser la solidariadad hindú de la que tanto nos habla la gente!».
Una vez acomodados en el auto, le di las gracias como 3 veces a la mujer que iba a mi lado con un niño a upa, y me llamó la atención que no dijera nada… pero pensé que a lo mejor era timidez.
A los pocos minutos, ella se pone a hablar por celular, y el chofer le hablaba, como diciendole qué tenía que decirle a la persona con quien ella estaba al teléfono. Una conversación familiar, pensaba yo, debe estar hablando con la suegra o la hermana y por eso él también participa en la llamada.
Durante el recorrido, una de las personas bajó del auto, entró a una casa y volvió a subir. Pensámos que se trataba de un hijo o sobrino de esta familia que nos estaba llevando.
Avanzamos unos kilómetros más y este chico se baja del auto, vemos al chofer sacar un fajo de billetes e intercambiar con este chico, y seguimos viaje. Nos pareció raro pero no nos pareció nada raro tampoco.
Al rato, el auto se detiene y se sube un señor. Acá, Wa comenzó a sospechar y me pregunta de soslayo «che, no será un taxi esto ¿no?».
Cuando el señor bajó, le pagó al chofer, y seguimos viaje.
Sí… era un taxi.
Wa le habló al conductor explicando que nosotros estábamos haciendo dedo, que el gesto del pulgar significa que estamos pidiendo viaje gratis, etc… pero que nos dejara allá donde estábamos y le pagamos ese pedazo del trayecto (a pesar de que no estaba para nada en nuestros planes gastar ese dinero ese día).
El chofer quedó medio cortado, y noté que sintió un poco de culpa… quizás pensó que tenía que haberse dado cuenta, no sé, pero por suerte no reaccionó mal. Lo que sí hay que decir, es que le pareció raro escuchar que siempre viajábamos así, porque repitió varias veces «Travel free?» («Viajar gratis?») como súper sorprendido.
Al final, lo que hizo fue llevarnos a la última ciudad antes de la frontera con Surinam, por un precio muuuy económico, tomando en cuenta todos los kilómetros que eran.
CORRIVERTON
El lugar en cuestión era Corriverton, el pueblo donde hay más taxis que personas, prácticamente.
Y que encima, ni te enterás que son taxis, a menos que veas un pequeño pegotín que tienen pegado en la parte de atrás, en el guardabarros (no me pregunten cómo sabe la gente que un auto es un taxi cuando lo vé venir de frente… no tengo idea).
Teníamos que caminar unos 15 kilómetros hasta la frontera desde donde sale el ferry a Surinam. La idea era acampar allí esa noche, ya que la embarcación sale todos los días a las 10 de la mañana, y ya eran como las 17:00 hs.
Ya estaba a punto de anochecer, y la idea de caminar 15 kilómetros por un descampado, en la noche, y con las mochilas a nuestras espaldas, no nos resultaba muy tentadora pero era lo que había que hacer.
Íbamos caminando por la ciudad, rumbo al final de ella, cuando un auto se detiene y una cabeza asoma por la ventanilla derecha y nos dice cosas que no entendíamos bien.
El señor tenía un inglés muy cerrado, mezclado con otras lenguas y no podíamos captar lo que nos decía hasta que nos habla más despacio y logramos captar cosas como «camping there is dangerous, snakes and mosquitoes, malaria» («acampar alla es peligroso, serpientes y mosquitos con malaria»).
Pensábamos que se trataba de alguien que tenía un hotel en Corriverton y estaba intentando convencernos de quedarnos en su hotel, en vez de acampar, así que estábamos a punto de agradecer y seguir caminando, cuando hicimos un último intento: «sorry, we don´t understand», a lo que el señor habló todavía mas lento y entendímos «you can stay at my home and tomorrow i´ll take you to the ferry» («se pueden quedar en mi casa, y mañana los llevo al ferry»).
¿Este señor, que no nos conoce de nada y sólo nos vió caminando con las mochilas, quería llevarnos a su casa para que pasásemos la noche allí, y luego además, ayudarnos llevándonos a la frontera?
Le dijimos que nosotros viajábamos gratis, así que no podíamos pagar nada, a lo que el nos decía «yes, free» («si, gratis») y nos mostraba una especie de llavero que tenía colgado en el auto donde decía que pertenecía a la «Organizacion contra la violencia doméstica» o algo por el estilo, y luego nos mostró una placa de policia mientras decia «i´m a cup too, so dont have to be afraid of me» («soy policia también, asi que no tienen que tenerme miedo»).
Medio sin saber qué estábamos haciendo, y sabiendo que la noche se nos venía encima, decidimos subir al auto y ver qué tenía preparado el destino para nosotros.
LA SOLIDARIDAD EN EL CAMINO
El auto paró frente a una casa donde una señora y una chica estaban sentadas conversando. El señor las presentó como su esposa y su hija.
Entre sonrisas, nos ayudaron a acomodar las mochilas en el jardin, y allá mismo armamos la carpa.
La casa era muy colorida y espaciosa, y la familia nos sonreía y nos preguntaba cosas sobre nuestro viaje.
Nos ofrecieron todas las comodidades imaginables, una ducha, el baño, wifi, y hasta nos trajeron cafe con leche calentito y un enorme pedazo de pan con manteca. Cada vez que intentábamos lavar un plato o algo, nos decían que no no no, que no nos preocupásemos, que nosotros éramos invitados asi que sólo teníamos que relajarnos, y sacándonos todo de las manos, no nos dejaban hacer nada para ayudar. ¿Viste cuando te tienen tan mimado que al final te sentís culpable? Bueno, eso.
Todavía no entendíamos bien qué estaba pasando, pero estábamos felices.
Después nos enteraríamos que este señor solía recibir a los viajeros que se encontraba en la ruta, y nos contó que los últimos antes de nosotros había sido una pareja de mexicanos que pasaron la noche allá.
Cuando pensábas que nada podía ser mejor, aparece un cachorro súper alegre y empieza a jugar con nosotros.
El señor se fue, y nos dejó con su esposa y sus hijas, que resultaron ser 3 hijas y dos hijos de los cuales uno vive en otra casa (si es que entendimos bien).
Nos quedamos en el patio de aquella casa, en la hamaca paraguaya que colgaba entre dos pilares, hasta que el reloj dió las 23:00 hs, que fue cuando decidimos ir a dormir dentro de la carpa. En eso, vuelve el señor y nos invita a dormir en un cuarto de huéspedes que tenían dentro de la casa.
¿¡Perdón!?
Después de preguntar varias veces si estaba bien hacer eso, si no les molestaba y cosas asi, desarmamos la carpa y nos mudamos a nuestro nuevo cuarto, una especie de balcón convertido en cuarto, con cortinas bien sujetas a modo de paredes, un sillon, una hamaca paraguaya y una cómoda cama de dos plazas.
El señor nos invitó a quedarnos una noche más; ese día era sábado, y el estaba proponiendo llevarnos a pasear el domingo para el lunes llevarnos a la frontera, y que de esa forma pudiésemos descansar un poco más antes de seguir viaje.
Aceptamos.
El día siguiente transcurrió tranquilo; jugamos con el perrito, conversamos con las mujeres de la casa (una de ella tocaba la batería y de hecho, tenía una… menos mal no me hicieron tocar nada porque me muero de verguenza, y no sé si me acuerdo de algo).
Por la mañana nos dieron almuerzo, y a la tarde, el hijo del señor nos llevó a conocer la ciudad en su camioneta.
Nos mostró varios barrios dentro de esta ciudad, y también nos hizo entrar a su casa en construcción, la cual estaba siendo construída cerca de la casa de su padre.
Nos explicó que el es bartender y trabaja en los cruseros, así que está muy habituado a vivir viajando. Compartimos fotos de viaje, y hablamos de diversas culturas.
Cuando llegó la noche, el señor nos invitó a quedarnos una noche más para que siguiésemos descansando, y no sabíamos cómo decir que no ante tanta amabilidad espontánea, así que volvimos a aceptar.
Nuestro lunes, el día que pensábamos estaríamos en un ferry rumbo a Surinam, transcurrió nuevamente en la casa de este señor; en la tarde salímos a recorrer caminando la ciudad, pero la lluvia nos detuvo bajo un toldo por aproximadamente media hora, que fue donde descubrimos el misterio de cómo identificar a los taxis que les dijimos antes (o sea, con el sticker). También vimos una tienda de barrio, que además de patitos bebés, vendía monos, y ahí los tenía, en jaulas, esperando ser llevados a sus nuevas casas.
A la noche nuestro anfitrión nos llevó a un bar a tomar una bebida de cereza con alcohol, que no estaba del todo mal, mientras comíamos también unos snacks súper picantes, como parece ser casi toda la comida de Guyana.

El Domino es como el truco en Guyana, todos se juntan en bares a tomar y jugar Domino por plata… claro.
Luego nos llevó a la casa de su otro hijo y su cuñada, con quienes charlamos un rato y nos dieron consejos para Surinam.
Finalmente, llegamos a la casa sobre las 23:30 hs, y cómo no podía ser de otra manera, el señor nos invitó a quedarnos una noche más, pero esta vez tuvimos que decir que no, sino no nos íbamos más… además, ya nos estábamos sintiendo demasiado lapas como para seguir allí sin poder ofrecer nada a cambio.
El martes nos despertaron a las 6:00 a.m. para poder prepararnos, tomar un desayuno y salir rumbo a la frontera.
Después de abrazos y promesas de vernos a la vuelta, salímos de Corriverton con la panza innegablemente llena, pero lo más importante… nuestro corazón estaba tan lleno que casi se nos salía del pecho.

La casa quedaba a orillas del río que separa Guyana con Surinam, al otro lado se pueden ver las cosas de Surinam.
Y sí, por si te lo estabas preguntando, la bosta fue el camión, el arena fue el taxi, y la cal fue, definitivamente, esta hermosa familia que nos acogió como hijos durante 2 días y 3 noches en Corriverton, Guyana.
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