Familias prestadas en el camino
Después de sacudirnos la pereza de encima, y siendo todavía tempranito en la mañana, Germán nos llevó en auto hasta la ruta donde seguiríamos viaje. Cuidó de dejarnos cerca de una garita de policía para mayor seguridad, si bien hasta ahora la ruta no nos ha dado motivos para tenerle miedo.
Menos de 10 minutos pasaron cuando una camioneta de reparto de alimento se detiene para dejarnos subir. No fue mucho el tiempo que charlamos con el conductor, porque nuestro siguiente destino estaba cerca.
Trelew era un pueblito prolijo. Habíamos arreglado previamente con un Host de Couchsurfing para que nos pasara a buscar pero todavía faltaba un rato.
Al acercarse la hora acordada, nos fuimos a las afueras de una Universidad, desde donde podíamos obtener wifi gratis, para conectarnos a Couchsurfing y Whatsapp y recibir así novedades de nuestro Host.
Javier nos pasó a buscar en su auto, y portando una sonrisa generosa. Lo primero que hacemos es pasar por su casa a dejar las mochilas y de paso, almorzar fugazmente. Nos preparó unas milanesas increíbles, con puré saborizado y unas fetas de calabaza al horno. No estábamos preparados para semejante banquete y lo recibimos con mil agradecimientos.
Cabe destacar también que nos presentó al único integrante de la casa que estaba presente, además de él, en ese momento: el conejo Richard.
En el patio del fondo, tenía un conejito gris, al mejor estilo Bugs Bunny, de lo más adorable. Nos contó que oficiaba de cortador de pasto, manteniéndolo bien al ras todo el tiempo. Obviamente, saludar al conejo fue un placer necesario antes de sentarnos a comer.
Después, Javier se fue a trabajar, dejándonos la casa para nosotros, con libertad de hacer uso de las instalaciones. Nos indicó que, si bien le tocaba cuidar a sus hijos ese día, nosotros dormiríamos en el cuarto de sus hijas chicas, donde nos había dicho que dejásemos las mochilas, porque él les prepararía un colchón inflable en un cuarto del segundo piso. Claro que nos sentimos tan culpables que le ofrecimos dormir en nuestro sobre, tirados en cualquier lado, después de todo, él no tiene obligación ninguna de brindarnos tanta hospitalidad. Pero no. El insistió, tranquilizándonos diciendo que sus hijas estarían más felices de poder dormir en el colchón inflable, porque rebotaba y se la pasaban mejor. Nos mostró dónde estaba el teléfono de la casa, y nos anotó el número de su oficina por cualquier cosa. Acto seguido, nos dejó solos en la casa.
Cada uno tenía bien claro cómo iba a aprovechar ese tiempo de paz: Wa se tiró a dormir una siesta, y yo me metí en la bañera.
Pero primero lo primero, un par de cosas más importantes: jugar con el conejo Richard un ratito (por supuesto), y conectarnos al wifi para mandar reporte de bienestar a familia y amigos.
En un momento dado, mientras caminaba de aca para allá por la casa, enviando frases tranquilizadoras por Whatsapp, se me ocurre ver un video de YouTube de una canción que suele tener la capacidad de alegrarme cada vez que la escucho… no es que lo necesitara, pero me habían entrado ganas.
Fue en este momento cuando conocí a mi Neanderthal tecnológico, que a veces sale a revolear un hueso en el aire para recordarme que no soy ya tan joven o que simplemente la tecnología va a una velocidad que, por mucho que me precie de entenderla, no llego a alcanzarla siempre.
Cuando abro el video de YouTube en el celular, me llama la atención una opción que nunca había visto antes, como un cuadradito en la esquina de la pantalla. Por pura curiosidad, creyendo que se debía a alguna actualización de la aplicación, lo toco, y de repente, la música jazz del ambiente deja de sonar para dar lugar a “Just like heaven” mientras Robert Smith aparece cantando al borde del acantilado en la televisión tamaño cine del living.
“¡Cosa é Mandinga! ¡Eu! ¡Che! ¡Vení, mirá!”
Feliz descubrimiento.
Antes de proseguir, y por si mi reacción de la era de las cavernas (así me sentí yo al menos) no fue suficiente, debo mencionar también el inconveniente de la bañera que vino a continuación, unos minutos más tarde, mientras Wa dormía a pata suelta en una de las camas de las nenas.
Claro que si bien el tiempo que estuve sumergida me relajó muchísimo, también tuvo su precio. Es como todo, en territorio desconocido, uno es más torpe que de costumbre (y en mi caso, que ya en estado natural soy muy torpe, eso ya es mucho decir). Mientras llenaba la bañera, parada ya adentro y en cueros (de pura impaciente nomás), mis pies resbalaron y en un intento de aminorar la caída, me prendí de la cortina de baño, arrancando prácticamente la mitad de las argollas y alivianando sinceramente muy poco del inevitable porrazo. Al intentar volver a pararme enseguida para arreglar la cortina (una idea buenísima, por supuesto) lo único que logré fue volver a resbalarme, provocando nuevamente un terremoto de magnitud 9 al impactar otra vez contra el fondo de la bañera (la cual apenas tenía una fina capa de agua recién).
Ahora sí, eso era un K.O. y decidí pedir ayuda, llamando a Wa a grito pelado mientras me abrazaba las rodillas coloradas. Nada, ni corte. No insistí más y me resigné a mi estupidez. Con todo el cuidado del mundo, y agarrándome al borde de la bañera, me volví a parar y esta vez si, la tercera es la vencida, logré incorporarme completamente y arreglar la cortina.
Relajarme en el agua me vino muy bien, mejor de lo que esperaba, dadas las circunstancias recientes.
Cuando Javier volvió, nos fuimos con el a hacer unas diligencias varias. Primero pasamos a buscar a sus hijas a la casa de la mamá, y acto seguido las dejamos en la escuela. Quiero hacer una pausa para destacar lo hermosas que eran las niñas. Nunca pensé que esas niñas que se ven en las películas y los dibujitos, super obedientes y educadas, fuesen reales. A ver, no es que yo no haya sido obediente ni educada, pero ellas estaban a un nivel de comportamiento tan idílicamente irreal que era increíble; me refiero a cosas como responder a coro ante las preguntas de su papá, festejar todo lo que el padre les proponía (para nuestra tranquilidad, saltaron de felicidad ante la noticia del colchón inflable donde dormirían hoy porque sus cuartos estarían ocupados por dos mochileros novatos) y decir frases como “Nos vemos luego papito”.
Yo estaba anonadada. Ya las quería montón.
Después fuimos con Javier a su lugar de trabajo a levantar a un muchacho que trabaja dónde él, para ir después a hacer unos trámites a otro pueblito cercano llamado Rawson.
RAWSON (LA PEQUEÑA CAPITAL)
Mientras ellos hacían esos trámites, nosotros bajamos del auto, y coordinando encontrarnos una hora después en la plaza central, salimos a recorrer los alrededores. La peatonal llena de flores y estatuas de llamas nos pareció súper simpática.
Era un pueblo bien chiquito, pero pudimos hacer fotos muy lindas en la iglesia por ejemplo, donde había murales y decoraciones espléndidas.
Hasta nos encontramos con Quico y su cara de indignación luego de ser, probablemente retorcido por Ron Damón.
A mí me dio pena un mural que vimos en una pared, donde había un señor que al parecer tenía piojos.
Una vez arriba del auto de Javier otra vez, fuimos a comprar langostinos, aprovechando que Rawson era un pueblito costero y tenía una escollera llena de puestitos de venta de frutos del mar. Eso, nos contó Javier (preguntándonos antes si nos gustaba) iba a ser la cena. Resulta que además de ser un Host super generoso, le gustaba mucho cocinar.
Una vez en la casa, tuvimos la oportunidad de charlar mas con los hijos, es decir, las dos niñas que conocimos antes y un adolescente, también super educado. Mientras padre e hijo cocinaban juntos y la niña mas grande veía videos en una laptop en la cocina y la chica jugaba sola en el piso de arriba, nosotros dedicamos el resto de la tarde a subir nuestro primer post al blog.
A la hora de comer, pasamos un momento muy lindo en familia. Charlamos de nuestras escasas experiencias hasta el momento, de nuestros planes futuros (concernientes a los viajes), nos contaron expriencias con otros couchsurfers, y por si fuera poco… ¡COMIMOS SUPER RICO! Javier era un excelente chef y nos preparó los langostinos en una salsa rosada riquísima. Amo los langostinos y nunca en la vida había tenido la oportunidad de comerlos como plato principal, ya que, dado el precio que suelen tener, nunca pudimos comprar tantos como para llenarnos la panza sólo de langostinos.
Luego, de postre, Javier había comprado una especie de alfajorcitos pero distintos… un postre que para ellos era algo así como típico de la zona, y que sus hijas adoraban, pero nosotros no conocíamos. Estaban riquísimos.
Después de ayudar con la vajilla, nos despedimos todos y cada uno se fue a su cuarto a dormir.
Nosotros, felices, con la panza pero más importante aún, el corazón lleno, nos dormimos, rodeados de muñecas, casitas de plástico, libros de cuentos de princesas, y sobre todo mucho, pero mucho color rosado.
Faltaba el sonido de dibujos animados cuando uno se resbala y esta meta patinar y quiere incorporarse o ponerse estable en equilibrio y no logra inmediatamente.
Mamma mia, ese Quico!!