El mes de Octubre llegaba a su fin, y con el, la estadía en la ciudad que fue nuestro hogar los últimos meses alcanzaba la recta final.
Incluso, nuestra primer parte de este viaje interminable estaba llegando a término.
Lamentablemente, no estaríamos siquiera en el país para celebrar “acción de gracias”, una de las festividades más importantes de EE.UU., junto con el día de Independencia.
Pero tendríamos un premio consuelo.
No hace demasiado tiempo que esta fiesta de origen Celta y extendida a EE.UU. mediante los inmigrantes Irlandeses se comenzó a celebrar también en Uruguay. Según Wa, cuando el era chico todavía no era algo muy celebrado, pero a pesar de los pocos años que nos llevamos, yo tengo recuerdos mucho más claros.
Independientemente del origen de esta celebración, y de las partes oscuras (realmente oscuras) que puede esconder, vivir una noche de “All Hallows Eve” (víspera de todos los santos) o más conocida como Halloween, en Minnesota, tenía que ser cuando menos curioso, sobre todo si tomamos en cuenta que fue el primer estado del país que en 1921 comenzó a realizar desfiles en honor a esta celebración.
PANDEMIA PRESENTE
En efecto, Marc nos contó que en condiciones normales, el 31 de Octubre se realiza un desfile por la calle principal, donde todos los niños de la ciudad marchan disfrazados, pidiendo dulces en las tiendas aledañas. Después de eso, se dispersan por varias calles, para continuar con el ritual casa por casa.
Pero este año fue de todo menos normal, por lo que el desfile no se realizaría para evitar aglomeraciones de personas.
Sin demasiadas esperanzas, días antes salimos a recorrer las calles de Montevideo, a la caza de las mejores y más tétricas decoraciones que según entendemos, en algunas ciudades existen hasta competencias donde la casa mejor decorada se lleva premio y todo.
Supongo que por motivos varios, en nuestro país todavía no es tan habitual el tema decorativo para la mayoría de las celebraciones populares, con excepción de Navidad y fin de año donde se pueden ver luces en algunos patios y ventanas (y las malas lenguas dicen que cada vez se ven menos) asi que queríamos ver a qué nivel de bricolage se llega en una ciudad donde podés dejar cualquier cosa afuera de tu casa sin que corra riesgo de desaparecer.
Lo que creímos sería sencillo, nos tomó una larga caminata, que otro día se repitió en bicicleta, y aún así el material que obtuvimos fue mucho menor de lo que imaginábamos.
Muchas veces dos o tres calabazas, con un esbozo de cara o incluso sin ella, colocadas a los costados de los 3 o 4 escalones de la entrada principal oficiaban de decoración.
Es cierto, colocar una calabaza debería ser símbolo suficiente de esta celebración, sobre todo si tomamos en cuenta que en sus comienzos era realizada para marcar el final de la temporada de cosecha y comienzo de la época oscura (el invierno) y que incluso cuando los romanos invadieron tierras celtas, siguieron celebrando el 31 de Octubre como una festividad en relación a las cosechas.
No podríamos asegurarlo, pero quizás sea por este mismo motivos que vimos tantos espantapájaros a modo de decoración.
Pero según las creencias paganas que originaron esta fecha, ese era también el día en donde los espíritus de los muertos pasaban a nuestro plano, y hay quienes dicen que ese es el motivo por el cual las personas decoraban las puertas de sus casas con cosas aterradoras; el fin era espantar a esos espíritus y evitar que aquella noche donde los límites entre el mundo de los vivos y el de los muertos no estaba muy demarcado, una presencia non grata los visitara para la cena.
Confieso que me parece un poco irónico intentar asustar a un espíritu con decoraciones de más espíritus y monstruos, pero no se dejen desalentar por mis pensamientos aguafiestas.
En algún punto comenzamos a entramar teorías que explicasen aquello de lo que ni siquiera teníamos pruebas contundentes de que sucediera: o el 2020 deterioró tanto el ánimo de la gente como para que muy pocos tuvieran la iniciativa de decorar los frentes de sus casas, o quizás la culpa había que achacársela a la nieve, que apareciendo de forma prematura aguó las ideas decorativas de muchos.
La tercer teoría consistía en que todo lo que habíamos visto sobre el Halloween estadounidense era marketing, o algo que solo se daba en ciudades grandes.
Bastante tuvimos que recorrer para comenzar a ver algo que no sean calabazas desparramadas, y aunque todavía lo que veíamos no cubría las expectativas que la televisión e internet nos habían dado años atrás, era mejor que nada.
No dejamos de ver algo a lo que ya casi estábamos acostumbrados, como ser las cajas de Amazon en la puerta esperando ser recogidas, los juguetes de los niños desperdigados sin miedo por los frentes o incluso las veredas, los buzones con diarios o incluso paquetes a la vista también, y demás cosas que en otro lugar sería motivo suficiente para asustarse (¿existe el “susto ajeno”? ¿Cuándo sentís miedo por lo que pueda sucederle a otra persona o algo de otra persona? Si existe, es eso a lo que quiero referirme).
Finalmente, no solo comenzaron a emerger algunas decoraciones bastante ingeniosas, sino que la emoción de encontrarlas se juntó con la alegría de lo que eso significaba… que acá se puede decorar sin miedo a que te roben las decoraciones.
Sé que vuelvo al mismo punto una y otra vez (en casi cada post de Montevideo) pero es que son cosas que nos siguen pareciendo tan increíbles como buenas. También es cierto que vimos este tipo de seguridad en algunas partes de Latinoamérica pero siendo sinceros, en estos pueblos de EE.UU. está llevado a otro nivel. Todo hay que decirlo.
Los fantasmas comenzaban a flotar en el aire, las manos salían de la tierra, y lo que es todavía mejor, algunas decoraciones eran tan ingeniosas como para llegarle al corazoncito a una pareja de frikis de la vieja escuela.
Algunas decoraciones te pegaban justo en medio del pecho, como sucedió con aquella casa llena de tumbas en el frente de su casa, donde además podían verse algunas cabezas saliendo, y los pies de la bruja de “El mago de Oz” como si ella estuviera enterrada en el pasto (lo cual fue bastante original), pero lo que me pegó a mi fue una tumba en particular, una que no tenía chiste alguno sino que era más bien una especie de tributo.
Verdad es que nada superó a la decoración que vimos en nuestro viaje hacia Winsconsin en otoño en aquella gasolinera llena de esqueletos, guillotina, muñecos, tumbas, ataúdes sobre la ruta, pero algunos lugares realmente se habían esmerado y demostraban tener un gusto bastante marcado por esta celebración pagana donde los vivos encarnamos aquello de lo que escaparíamos.
Algunas decoraciones parecían sutiles, y en otras te permitía además ponerle atención a otras cosas, como por ejemplo, a las estatuas que había en el frente de la casa en cuestión, o en aquella bandera de eeuu con el señor presidente montado en un tanque de guerra en señal de triunfo.
Se encontraban desde adornos pre-armados, de esos que vas al supermercado, agarrás la bolsita, lo sacás, lo colgás y tenés tremenda decoración y cero mano de obra, y después tenías también aquellas decoraciones que consistían, por ejemplo, en un pedazo de tela transparentosa con una pelota y una piola atada alrededor, para dar a luz un fantasmita cabezón que te hacía usar un poquito la imaginación, o muñecos de trapo que si no fuera por la cara, uno diría que se trataba del Judas, esperando su sentencia para ser quemado después de haber ayudado a recaudar algunos vintenes a su creador para comprarse unas chucherías.
Tenemos bien claro cual fue la mejor decoración pre-halloween que vimos; lo gracioso de la situación fue como casi no la vemos.
Pasando por el frente de una casa donde ya antes había llamado nuestra atención por tener el frente siempre lleno de juguetes tirados pero nunca ver niños usándolos, aquella vez no fue diferente de las anteriores.
“Mirá, una bici allá tirada, y allá un carrito de bebé con nieve, y máquinas de hacer ejercicio” rezongaba yo mientras filmaba un video para mostrar, una vez más, la cantidad de cosas que se dejan fuera de la casa sin miedo a perderlas (y agregándole un tonito de “che, si dejan estas cosas en la nieve se les va a estropear”) cuando casi pasamos de largo algo que veníamos buscando… y la que posiblemente fue la mejor decoración de Halloween que encontramos aquel día.
Era un poco más sutil que poner una calabaza o un fantasma colgando, y tenía el plus que no tenía por qué evocar seres fantásticos, sino que perfectamente podía aplicarse a una situación macabra en varios aspectos (y más “realistas”, para los escépticos) siendo por eso la ganadora de las decoraciones. Ahí va, era eso, una decoración” escéptico friendly”.
LOS MONSTRUOS INVADEN MONTEVIDEO
El 31 de Octubre nos encontró a varios reunidos en casa de Marc, ya que estaba de visita Gwen, la chica con la que acampamos aquel mismo mes, y Willa, la hija de nuestro amigo.
Desconocemos si el desfile se había realizado ya que por la calle principal no hubo movimiento alguno como, según nos contaron, sucede otros años, pero la recorrida por las calles de Montevideo en busca de monstruos no nos la podía quitar nadie.
De alguna manera los presentes se entusiasmaron por la idea, y no contentándose con solamente decirnos cuál era la calle más popular para pedir caramelos, se pusieron sus camperas y salieron con nosotros.
A mi, que disfrazarme no me cuesta nada (a veces incluso lo hago sin saberlo, aparentemente) me pareció buena idea ponerme la ropa que tuviera más potencial como disfraz que tuviese en la mochila, y esa consistió en una campera amarilla que había conseguido en la tienda de cosas usadas por U$S 3, y aquel gorro-bufanda-guantes con cara y orejas de Pikachu que había conseguido por el mismo precio y en el mismo tipo de tienda pero en El Salvador, meses atrás.
No estaba disfrazada, pero me acercaba un poco.
Muy a riesgo de que esto suene mal, nosotros buscábamos niños disfrazados, y para ello Marc nos llevaría a la que se conoce como la calle más lujosa de Montevideo, la número 12.
La mayoría de los niños disfrazados peregrinaban hasta aquella calle en busca de las mejores golosinas, las más caras y ricas.
Yo iba con la cámara del teléfono preparado para guardar en video alguna secuencia de niños tocando el timbre de las casas y siendo obsequiados con dulces de todo tipo, pero en mi intento por filmar 2 chicas, aparentemente adolescentes, con disfraces de diabla, éstas salen corriendo y se meten en su casa (que además, estaba muy decorada).
Si ya de por sí me da vergüenza filmar a la gente, y aunque en estos casos tuviera cierta justificación, me dio tanta vergüenza y culpa que dejé de filmar; al final de cuentas eran adolescentes y a lo mejor no querían ser filmadas.
Pasábamos justo por delante de la entrada de su casa, mi teléfono metido en el bolsillo, cuando de repente vemos salir por la puerta un dinosaurio enorme con un balde en las manos y la cabeza bien en alto, mientras una de las diablas, y una señora más grande disfrazada de bailarina de ballet nos hacían señas para que nos acercásemos.
Resulta que las chicas habían salido corriendo para la casa, no porque no quisieran ser filmadas, sino para llamar al Tiranosaurio Rex para que nos trajera chocolates.
Mientras agarrábamos los dulces, metiendo la mano con cierto recelo de ser mordidos por el dinosaurio, salen de adentro de la casa un chico con cabeza de gato, y dos perros que también llevaban disfraz.
No, no leíste mal. Perros con disfraz.
En resumen, aquella era una familia entera que amaba Halloween, siendo la primera vez en la vida que veíamos una situación así.
Y ni siquiera habíamos llegado a la calle estrella de la noche. De hecho, ni siquiera éramos niños, ni estábamos disfrazados.
Convengamos que todos nosotros tenemos alma de niños y nos prendemos hasta de un cable pelado cuando de cosas dicharacheras o peculiares se trata, pero probablemente no sea lo más usual… cuando comenzamos a aceptar las golosinas del dinosaurio, la hija de Marc desapareció cual ninja en acción de la escena y no volvimos a verla aquel día (en nuestro epitafio dirá: “Joy y Wa, generando vergüenza ajena desde tiempos inmemorables”).
A medida que la noche comenzaba a asomar, el viento se volvía cada vez más intenso. El cielo se tornaba oscuro con matices grises esponjosos, y aunque el frío comenzaba a sentirse, no podíamos dejar de sentir que ese clima era perfecto para una noche de Halloween.
Una casa a medio camino nos sacó una sonrisa.
Las decoraciones del patio no solo eran abundantes sino además especiales, comenzando con el muñeco gigante que mediante un motor que expulsaba aire se movía constantemente, con ese bamboleo serpentario tan perturbador, hasta las calaveras que paseaban a su perro o andaban en bicicleta.
El aire tragicómico de este tipo de decoración me recordaba a Tim Burton, generando ese ambiente en el que los personajes hacen “vida normal” y nada parece demasiado loco, hasta que te das cuenta que los personajes son calaveras o cadáveres de cualquier tipo.
Un pequeño Jack Skellington sentado en una tumba confirmaba mis teorías, y un desubicado dragón negro con cara de perrito de programa para niños daba ese toque de excentricismo (si es que se necesitaba más del que ya había).
Una señora salió de la casa a saludarnos (evidentemente nuestras fotos y admiraciones en voz alta habían llamado su atención a través de la ventana) y nos contó que el entusiasta es su marido, que todos los años decora el jardín con mucho esmero, y que ama Halloween.
No, si de eso no nos habíamos dado cuenta.
Cuando la noche ya estaba casi totalmente cerrada sobre la ciudad, nuestras esperanzas de ver las calles plagadas de monstruitos comenzaba a menguar, creyendo que el clima o la reticencia a ponerse en contacto con muchas personas en 2021 (recordemos que este Halloween se veía un poco afectado por la pandemia) había echado para atrás a los niños (o a sus padres) y que no podríamos darnos el gusto de vivir un Halloween estadounidense pleno.
Habíamos visto a algunos, pero definitivamente muy pocos comparado con la idea que teníamos pre formada (quizás habíamos visto tantos como puede verse a día de hoy pululando por las calles de Uruguay… o sea, muy pocos).
Pero la calle 12 llegó a nuestro rescate.
HALLOWEEN A LA HORA DE LOS MUERTOS
Las pesadillas más adorables del mundo comenzaron a aparecer. Salían de todos lados: desde las calles paralelas, desde autos que frenaban en cada cuadra, desde los patios de las casas.
Con mi pseudo-disfraz de Pikachu me sentía como un sobreviviente de un apocalipsis zombie que se había refregado un pedazo de brazo en descomposición por el cuerpo para confundir a los come-cerebros con el olor y evitar la muerte inminente; lo que estoy tratando de decir es que si bien lo mío no era un disfraz propiamente dicho, sentía que me camuflaba entre los monstruos de alguna manera.
La calle no solo se había llenado de estas adorables abominaciones sino que también había muchas personas esperando en en frente de sus casas o detrás de las ventanas pacientemente a que algún ser del inframundo golpeara su puerta.
El frente de una casa resaltaba particularmente.
Un Frankestein alto conversaba con algunos padres, mientras un Jesús repartía golosinas con una especie de alabrada en cuyo extremo colgaba una canastita llena de todo tipo de encantos al paladar.
Marc nos alentó a sacarnos una foto con Frankie, quién accedió con más simpatía de la que uno esperaría, viniendo de un monstruo tan discriminado y acusado por la sociedad de su época cuando el sólo buscaba amor (en este universo paralelo, la jugada le salió mucho mejor, era toda una celebridad en su cuadra y la gente no lo buscaba para matarlo sino todo lo contrario).
Recordando palabras de Mary Shelly estaba cuando el el Jesus Christ (¿o sería Moises? ya no estaba tan segura) acercó su canastito extendiendo la alabrada para que tomemos algunos chocolates (buena manera de promover el distanciamiento social en estos tiempos que corren). Imposible evitarlo cuando vi ese paquete de “Reeses” en su interior, mi nuevo dulce favorito de EE.UU. Wa, Marc y Gwen también cayeron en la tentación.
Y es que realmente, se sentía hasta ofensivo rechazar los dulces que estas personas ofrecían amablemente. La culpa de sentir que le sacábamos las golosinas a los más chiquitos debía ser reprimida porque estas personas amaban lo que estaban haciendo.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de la diferencia que había entre nuestro país (y probablemente otros) y EE.UU. en lo que a Halloween se trataba.
Mientras que en Uruguay tengo el recuerdo de personas comprando la bolsa de caramelos más barata y alegando con un bufido “voy a comprar unos caramelos por si me vienen a pedir en Halloween…” como si se tratara de un compromiso que hacen de mala gana, en este lugar del Norte Americano muchas personas esperaban ansiosamente el día para desplegar un show en plena calle, y dar las golosinas más codiciadas a los transeúntes (sin importar si éstos son niños, si están disfrazados, o si pasaron por allí de pura casualidad).
Esta gente realmente ama Halloween.
Claro, nada es blanco o negro; imagino que habrá estadounidenses que no la amen, así como habrá seres de otras partes del mundo que la esperen con ansias y mil sorpresas.
Tampoco hay que tomar en cuenta el hecho que en los demás países ésta festividad está metida como estrategia de ventas (como tantas otras), no teniendo relación alguna con su cultura (aunque tampoco sé a ciencia cierta que tan diferente sea con EE.UU., si pensamos que Halloween tiene raíces Celtas… quizás EE.UU. fue quien poco a poco introdujo el marketing y capitalizó una festividad que tiempo atrás nada tenía que ver con gastar cientos de dólares en golosinas y disfraces).
De todas formas, para nosotros era particular ya que no estábamos acostumbrados a ver este despliegue de fantasías en éste día, y fue sin lugar a dudas, una de esas experiencias estadounidenses que valía la pena vivir estando en el país.
En cuanto a eso de “truco o trato”… no vimos a nadie que sufriera el “truco” (ni siquiera estamos seguros que alguno de los monstruos cargara con material para llevar a cabo esta venganza, más aun tomando en cuenta que la mayoría iban acompañados de sus padres) pero quizás esto se diera porque la mayoría de las persona estaban dispuestas a cumplir con el trato… nadie quiere la venganza de un monstruo enfurecido al negársele su dosis de azúcar.