Un temprano día de Octubre, Marc recibió un mensaje de texto.
Una conocida le contaba que este año, los colores otoñales se habían adelantado, y las rutas estaban pintadas de amarillo, rojo y ocre, y que pronto ya no quedarían hojas sobre las cuales suspirar.
Nuestro viaje estaba calculado para dentro de unos días, así que solo nos quedaba cruzar los dedos y esperar por que el viento no fuese cruel con nuestros deseos de apreciar esa paleta de colores de la que tanto nos habían hablado, y que viniendo de 2 años de verano casi eterno, no habíamos tenido el placer de disfrutar.
El día anterior hicimos una olla de guiso como para alimentar un batallón, y una torta de manzana el doble de grande. Esta vez, los días de camping serían más extensos.
Día 1
Esta vez es diferente.
La carpa que descansaba en aquel rincón del cuarto que Marc nos presta nos miró sin entender qué estaba pasando cuando la levantamos y la encaminamos al auto: “¿por qué tanto revuelo? ¿qué está pasando? Si hace meses que no me tocan, salvo para acomodarme o ponerme o sacarme en la mochila un par de veces”.
“Ojalá que tu color sea el que encontremos en las copas de los árboles” le digo, pero aparentemente no me escucha. Cierto, las carpas no escuchan ni hablan.
Nuestro equipaje se quedaba chiquito al lado del de Marc, en parte porque él llevaba lo más grande e importante, y en parte porque de todas maneras, no tenemos mucho que empacar.
El frío comienza a sentirse en estos días, así que no faltan ni el café mañanero (claro, como si el frío fue alguna vez la excusa) ni aquellas pocas prendas abrigadas que tenemos. Las medias más calentitas están agujereadas, a lo mejor es buena idea llevar el costurerito, uno nunca sabe.
La ruta es la misma, pero algo cambió.
Al principio, vamos como jugando a quién lo ve primero: “¡mirá ese, es rojo!” o “aquel es como anaranjado ¿no?” pero el juego comienza a sustituirse por expresiones de asombro cuando lo que comienza a ser difícil es encontrar los verdes.
Sí, el otoño es algo que vivimos varias veces en la vida, y el cambio de colores de las hojas no debería ser algo tan sorprendente por estar al otro hemisferio del mundo, pero solo estando acá nos damos cuenta de los detalles que hacen que sean estas dos experiencias completamente distintas.
Por un lado, la gama de colores de las hojas es más amplia y por loco que suene, casi fluorescente, y por otro lado, el tronco de los Aspen y los bosques de pinos que quieren tocar las nubes son paisajes que nunca habíamos experimentado antes.
A fuerza, este otoño es distinto.
Marc nos cuenta que de todas formas, no estamos viendo lo suficiente, que lo mejor parece que ya había pasado, que este otoño había avanzado más rápido y que hubiera sido mejor si veíamos esto unos días atrás.
Nosotros estábamos igualmente maravillados, aunque es cierto que las expectativas que se habían creado en nuestra mente (por comentarios previos, no solo en EEUU sino en México) eran un poco mayores. Las pocas fotos que habíamos visto (porque no queríamos arruinar el suspenso) mostraban paisajes de colores, y el más impresionante, aquel que lo cubría todo de amarillo, y si bien estábamos viendo colores, todavía no llegaba a ser algo tan invasivo como en las fotos.
No pasa nada, el viaje es hermoso como es, y después de todo, nos quedan días por delante para disfrutar de las pequeñas cosas y de la naturaleza.
Ya es de noche y detuvimos el auto en un parque nacional, Birch Lake, donde ya está acampando Gwen, una amiga de Marc a quien ya habíamos tenido el gusto de conocer antes.
Gwen es como Marc, una de esas personas que te caen bien de entrada, que nunca dejan de sonreír y que desde un principio sabés que su compañía va a aportar únicamente cosas buenas.
Hace tiempo, mucho mas del que nos gustaría, que no armamos la carpa, y por eso se nos está dificultando decidirnos por el lugar que más nos gusta. En el parque, como suponemos sucede en la mayoría de parques nacionales de los Estados Unidos, los lugares para acampar están marcados, y a nuestro alrededor tenemos 4.
Calculando de que lado podría pegar el viento, y tomando finalmente la decisión por el recoveco más apartado pero con entrada al lago, armamos rancho… primera vez en, al menos, 7 meses.
Parece que los parques nacionales en esta parte del mundo no están muy distantes de un hostel; no solo hay mesa con sillas y estructuras para hacer fuego en ellas, sino que además tenemos a disposición un baño más limpio que muchos que hemos visto, con papel higiénico, alcohol en gel, agarraderas en la pared, y hasta un perfumador de ambiente, prolijamente colocado sobre un tronco que oficia de mesita.
La noche cae sobre nosotros, y sintiendo un frío que hacía mucho no pasaba por nuestros huesos, nos disponemos a calentar la cena. Pero la madre naturaleza tiene mejores planes para nosotros (mejores para ella, porque lo que es nosotros, tenemos hambre) y nuestros estómagos tendrán que esperar un rato dentro de los autos antes de prender el fuego.
Día 2
Son las 8 de la mañana.
Marc y Gwen están preparando el desayuno.
Adoro los desayunos de nuestros amigos estadounidenses: cuando no son wafles es avena con manzana, nueces y almendras. Éste último es todo lo que está bien, y me dan ganas de viajar al pasado y decirle a la Joy de 8 años “¿sabés qué? Puede que ahora no te guste la consistencia de la avena, pero en unos años vas a volverte adicta, vas a ver” y aquella niña se habría reído en mi cara, pero acá estamos, rascando el fondo del tarro, agarrando hasta el último copo.
Con Wa la cosa es diferente; el y su niño interior gastronómico siguen siendo muy buenos amigos.
Bajo el sol que intenta calentar el aire (sin demasiado éxito, aunque se agradece la intención) me doy un rápido pasea hasta la entrada, muy cerca de nuestra carpa, para ojear el tablón de anuncios que se levanta al costado del camino.
Viéndolo nos estamos enterando de algunas cosas, como que en determinadas circunstancias hay que pagar para acampar, y que el parque es mucho más grande, con lugares de pesca y cabañas de alquiler, que de vez en cuando aparecen osos, que no se puede hacer ruido de 22 a 06 hs, que… un momento… ¿osos?
Sí, aparentemente es cosa común en los parques nacionales poner carteles en la entrada alertando del ultimo avistamiento de osos en la zona, y en este caso el último fue hace bastante tiempo, dos meses atrás.
Una última mirada al lago (y sus extrañas señales de humo y chaintrails) y tenemos las energías necesarias para desarmar campamento y seguir rodando en busca de tierras más norteñas.
Manteniéndonos dentro del estado de Minnesota y del circuito de las Boundarie Waters, buscamos un trekking desde el cual se pueden ver 3 lagos (Lago Blackstone, Lago Secret, y Lago Ennis) el cual encontramos fácilmente.
Dependiendo el circuito que eligas es el lago que vas a poder ver.
No tengo idea que circuito estamos haciendo, pero aquel lago aparece ante nuestros ojos nos demuestra que el nombre es lo de menos.
Las hojas verdes y amarillas alrededor del agua me hacen pensar en Monet. Estoy segura que si hubiese traído binoculares, a medida que hiciera acercamiento iría vislumbrando las pintitas de pintura hasta convertirlas en una mancha sin forma, y alejándome nuevamente, vería otra vez este paisaje que ahora se dibuja ante mis ojos que intentan ahora dejar entrar tanta amplitud como puedan.
Wa no dice nada, pero su posición estática en la roca con la mirada fija hacia el frente dice todo por el.
Aceptémoslo, nadie se quiere mover de acá, así que Marc comienza a abrir la mochila y todos sabemos lo que eso significa.
El pollo deshidratado se ha vuelto una especie de tradición en los paseos con nuestro amigo, y esta vez los humanos no somos los únicos hechizados ante su encanto.
Escucho la palabra “chipmunk” y me acuerdo de Chip y Dale, segundos antes de abrir los ojos bien grandes y empezar a mirar hacia todos lados con la felicidad indisimulable que me provoca el animalito. ¿Pero por qué le dicen Chipmunk y no squirrel (ardilla) esta vez?
Resulta que los famosos dibujitos animados de nuestra infancia, aquellas ardillitas que se peleaban con el pato Donald y después se hicieron detectives, pertenecen a una especie conocida como “Chipmunk”, mucho más chiquitas, mas vivarachas, y con rayitas sobre el lomo (que eso sí lo sabíamos por lo mismo… Chip y Dale).
Te digo más, ésta sin lugar a dudas es Chip.
Chip no es una ardillita confiada. De un tamaño mucho más cercano al ratón minerito, es difícil seguirla con la vista mientras nos inspecciona de lejos y evalúa que tan seguros son estos humanos… pero tienen comida. Vale la pena arriesgarse.
Llevó un rato, hasta que Chip se arriesgó y nos trepó los dedos de las manos, nos lamió los dedos y se quedó esperando más que un dejo de saborcito en la lengua.
Finalmente, se hizo con un trozo de manzana que Marc dejó sobre unas piedras, y con toda la parsimonia del mundo (dentro de lo que cabe para las mandíbulas veloces de una ardilla) lo comió a nuestro lado, para luego salir corriendo.
Dejamos ahora el sendero de los 3 lagos, sintiendo que vimos todo lo que teníamos que ver, manchitas de otoño sobre los árboles, lagos azules desde las alturas, y Chips y Dales comiendo de nuestra mano. ¿Acaso puede mejorar este día?
Estamos de camino a otro parque nacional, en donde mañana haremos otros senderos, pero es necesario detenernos en una estación de servicio.
Eso de servirse la nafta uno mismo, sin asistencia humana, no deja de ser novedad luego de apenas 2 veces de haberlo visto, pero lo que si es, digamos, llamativo, es aquel ataúd sobre la calle… o aquel esqueleto sentado al lado de la puerta de entrada de la tiendita de la gasolinera, o esa guillotina a un costado del estacionamiento.
No se preocupen, aquella estación de servicio no pertenecía a ningún asesino ni nada por el estilo, y no, no estamos escribiendo esto desde el más allá.
El caso es que Halloween acá es a big deal, como dijeran por estas tierras. Halloween acá es sinónimo de decoraciones que solo imaginarías ver en el juego de algún parque de diversiones, como nuestro pequeñito Tren Fantasma, o en alguna fiesta de disfraces pro en el Hotel del Prado o el Conrad. Ese nivel de decoración.
Esperar que el auto se llene de gasolina nunca fue tan divertido.
El auto se mete por otro camino de tierra y nuevamente estamos ante una zona de camping, con espacios para la fogata, mesas, baño, todo eso que ya vimos antes.
Como llegamos con algo más de una hora antes que el sol se oculte, Marc, Wa y yo nos ponemos a juntar leña mientras Gwen lee un libro y nos mira con cara de sorpresa cada que alguno de nosotros llega cargando un tronco que nos dobla en tamaño (somos así de brutos). ¡Vaya que conseguimos leña! Creo que dentro de e meses seguirá habiendo de aquella leña en esa zona de camping.
Si uno pensó que el día había sido suficientemente épico por habernos metido en un cuadro de Monet, y haber conocido a Chip en persona, es porque todavía no sabíamos el planazo que había para esa noche.
Bueno… eso no es del todo cierto. Sabíamos que ese momento llegaría pero no sabíamos cuándo.
¿En qué piensan ustedes cuando les digo estas palabras: camping en Estados Unidos?
Si estás pensando lo mismo que yo, es porque viste muchas películas en tu vida, sobre todo en los 90´s.
Habíamos empacado los ingredientes. El fuego arde, la noche está cerrada a nuestro alrededor y los árboles sibilan con la brisa.
No hay dudas. Es momento de probar los S´mores.
Aunque uno quizás tiende a pensar en el malvavisco pinchado en el palito quemándose sobre la fogata y nada más, este es simplemente uno de los pasos para llegar a obtener la comida por excelencia de los campamentos estadounidenses (sobre todo si sos menor de edad)
Básicamente, Marc nos dijo (implícitamente) que si queríamos probar algo tradicional en un camping, tenía que ser los S´mores, que consisten en un sándwich de galletas de miel, con relleno de chocolate y malvavisco derretido (las molotov un poroto).
Mientras le sacámos punta a una ramita con la navaja, Gwen nos cuenta que el nombre viene de la frase “some more” que significa “algunas mas”, porque es una golosina tan adictiva que es imposible comer una sola, y la frase “alguna mas” es la que más repiten los niños cuando las comen. De ahí le quedó el nombre “S´more” (el cual se escribe con y sin la comilla arriba).
Con nuestro maestro en Malvaviscos, el buen Marc, luego de tener lista las galletas con el chocolate encima, comenzamos a tostar nuestro malvavisco. Éste es el momento más expectante porque la gracia es que no quede ni demasiado blanco ni demasiado tostado, un color amarillo-doradito es lo ideal… y en la penumbra de la noche, dejame decirte que sabría entender si a pocos les sale bien.
El proceso de tostado es un éxito. Me tiento de pegarle un bocado así como está en el palito pero me aguanto para depositarlo con cuidado sobre el chocolate, y cuando le pongo la galleta encima y aprieto, la explosión de malvavisco chorreando a los costados es casi indecente.
Intento sacar tema de historias de terror, a lo que Gwen contribuye con una pequeñita, pero de alguna manera terminamos hablando de dragones, películas, y cosas que no asustan.
¿Existe acaso un nombre mejor puesto en el universo?
Luego de 2 S´mores cada uno que quizás se convirtieron en 3 (quizás… quién sabe) tuve que probar el malvavisco tostado solo, directo del pinchito hecho de rama. Aunque se siente mucho menos que el sanguchito, no deja de ser una buena forma de comenzar a bajar el caudal de azúcar en sangre paulatinamente por esta noche, para intentar dormir algo.
Dia 3
¿Existe algo mejor que despertarse con los sonidos de la naturaleza?
Sí. Despertarse con los sonidos de la naturaleza, y acto seguido escuchar una dulce voz de alguien que te canta una canción de girl-scout para levantarte.
Durante muchos años Gwen participó en grupos de scout (o un movimiento similar) y además de conocer varias cosas útiles y aplicables a los camping, también se sabe una canción sobre pajaritos para despertar a los durmientes de una manera dulce que aunque te dan ganas de hacerte el dormido para seguir escuchándola, también te alegran la mañana, lo suficiente como para querer salir de la carpa y empezar con energía.
Marc también trabajó por muchos años como guía en senderos, y por eso está tan acostumbrado a acampar. De hecho, nos cuenta que a veces pasaban semanas acampando, y que entre los guías se turnaban para despertarse primero y calentar el agua para el primer café matutino. Esto no parece algo tan sacrificado en verano, pero en invierno, había que hacerlo bajo lluvia, e incluso nieve… lo cual le da mucho más sacrificio y mérito que el simple hecho de levantarse más temprano.
Son las 8 de la mañana y nuevamente estamos desayunando alrededor de las fogata porque en un ratito nos vamos en búsqueda de otro sendero subiendo montañas.
Dejando las carpas armadas, con parte de nuestras pertenencias dentro partimos a pasar el día en otro punto del circuito de las Boundarie Waters.
¿Dejando las carpas con pertenencias, solas, en el parque? Sí, a nosotros también nos da un poco de cuiqui, pero Marc y Gwen nos aseguran que no pasa nada, nadie se va a llevar nada. Es difícil adaptarse al primer mundo.
Llegamos al Parque Nacional Superior, llamado así por el lago estrella que ya conocimos en el post anterior. El sendero lleva un buen rato, y mientras avanzamos en subida vamos admirando la naturaleza que parece no estar tan afectada por la fuerza del otoño, aunque el suelo de circulitos amarillo nos intenta decir lo contrario y yo no puedo pensar en otra cosa mas que en lo bello que queda el piso lleno de lunares de colores cálidos, a mi que me perdonen.
Llegamos ahora al que es el objetivo final de esta larga caminata, y créanme que se escribe más rápido de lo que se hace.
Estamos en la cima del punto más alto del estado de Minnesota, la cima de la Montaña del Águila.
Aunque algo con la palabra “águila” en su nombre, y sabiendo que es el punto más alto del estado, nos hace pensar en alturas muy generosas, lo cierto es que la ciudad de Montevideo no se encuentra en Minnesota por nada (si se acuerdan de las teorías de por qué se le puso ese nombre a la ciudad hermana de la capital de Uruguay, van a entender de lo que hablo, y sino, quizás deberían volver atrás y leer el post), y es que éste estado es bastante planito en general.
Es así como la Montaña del Águila tiene 701 metros, que contrastándolo con los 513 metros del Cerro Catedral, el punto más alto de Uruguay, no debería parecernos una diferencia abrumadora. Mucho menos si lo comparamos con otras montañas donde hemos estado, siendo la Montaña de los Colores (en Perú) la que hasta ahora se mantiene en el podio, con sus 5900 metros, por no mencionar que por el simple hecho de haber pasado unos días en La Paz, vivimos a más de 4000 metros de altura todos los días.
En fin, que aunque Eagle Mountain no es ni por asomo el punto más alto en el que hayamos estado, sigue siendo poseedora del punto más alto de Minnesota, dándole una vista que en esta época del año es digna de admirar.
Pero… ¿es realmente frente a esta vista que llegamos al punto más alto?
Bueno, no exactamente. Allá, medio escondidito, hay otro sendero que comenzamos a seguir, por indicación Marc.
Estamos a punto de comenzar a ascender de nuevo, cuando un muchacho nos pregunta si vimos a un grupo de unos 4 hombres más abajo. Recordándo un grupo de 4 muchachos vestidos de negro que pasaron a nuestro lado, no muchos minutos atrás, respondermos afirmativamente, y continuamos todos nuestro camino. No se olviden de este detalle.
Finalmente encontramos una placa rodeada de vegetación en donde se puede leer un poco de la polémica que se levantó por éste mérito.
Vamos con un capítulo de “chusmerío nivel geologismo” también conocido como “todo mal con Newton y Ulysses”.
Resulta que un tal Newton Wintell, un geólogo de Minnesota, junto con Ulysses S.Grant II (el hijo del presidente, por aquellos tiempos) estudiaron el área en 1890, determinando que la cima del Misquah Hills, otra montaña del estado, tenía el punto más alto, con 679 metros. Acá es donde otras personas les saltaron al cogote, diciendo que nada que ver, porque desde las Misquah Hills se podía ver un punto todavía más alto que ellos no habían medido: la cima de Eagle Mountain.
Igual, pasaron bastantes años cuando en 1961 las medidas volvieron a ser tomadas y se comprobó que, efectivamente, Eagle Mountain tenía 701 metros. Pero ojo que la cosa no queda ahí, porque se descubrió además que las Misquah Hills tenían además un punto más alto que el que habían determinado Newton y Ulysses, encontrando otro lugar con 690 metros de alto, que aunque no superaba al de Eagle Mountain, se acercaba más que al primero que habían determinado los otros dos personajes, que parece que los mencionaron en la placa únicamente para que nos burlemos de ellos.
Esta placa además dice que la roca de Eagle Mountain es tan vieja como otro tipo de roca llamada Duluth Gabbro, que los geologistas estiman poseen aproximadamente un billón de años de antigüedad.
Alrededor de la placa hay un grupo de senderistas recién llegados, apenas unos pasos por delante de nosotros. Uno de ellos nos está preguntando si vimos a un hombre solo, con dos palos de trekking y remera celeste; “sí, ya les dijimos que ustedes estaban aba…¿jo?… Ooops”.
Sí, efectivamente, el grupo que el hombre buscaba no estaba más abajo, ni eran aquel grupo de muchachos vestido de negro que vimos descendiendo mientras nosotros ascendíamos, sino éste otro grupo que está todavía más arriba.
¿Se generó un alboroto por la confusión? Sí, claro, pero de risas, y acá estamos ahora sacándonos fotos entre todos con la placa del punto más alto de Minnesota y diciéndole “happy birthday” a uno de los señores del grupo que suma hoy un año más a su calendario vital.
No puedo dejar de hablar de Eagle Mountain sin mencionar la cajita blanca de metal que yacía sobre las rocas, apenas 2 o 3 pasos más allá de la placa.
Desconozco si se trataba de uno de esos “tesoros” que se esconden con el fin de ser encontrados por otras personas, porque también es cierto que en los Parques Nacionales hay casetas con cosas que puedan servirte de ayuda en caso que te quedes perdido en el bosque. Pero lo que me hace a mi sospechar de que sea más bien un tesoro, es que dentro de esta caja, si bien algunas curitas (banditas, band-aids) y una botella con agua el daban un toque de Cruz Roja, lo cierto es que habían otras cosas que parecían recuerdos, junto con dos cuadernos de firmas, de los cuales según Gwen, uno de ellos parecían “bastante oficial”.
Todos lo firmamos.
Volvemos ahora al punto donde la vista es increíble, y aprovechamos las alturas y el wifi que Marc nos presta para hacer una videollamada a Uruguay; poder conversar con personas que están casi en el otro extremo del mundo, viéndonos las caras y teniendo la oportunidad de mostrar estos paisajes en vivo es algo que, aunque debamos estar ya acostumbrados a eso por pertenecer a la era de la tecnología, a veces cuesta asimilarlo y suena a brujería.
Por supuesto que la situación amerita a desenvainar el pollo deshidratado de Marc, y algunas manzanas, para poder emprender el descenso con las pilas recargadas.
La siguiente parada es… bueno, es una especie de entrada medio difícil de identificar en los bosques que bordean la ruta. La idea es encontrar una “Firetower” (traducida literalmente “Torre de fuego”) que Marc visitó alguna vez y nos quiere mostrar. Gwen prefiere continuar hacia el campamento porque sus piernas no le permiten seguir cómodamente.
Una Firetower es donde los guardabosques (o “rangers”) se suben para vigilar los bosques, y de esta forma evitar desastres como incendios (de ahí la alusión al fuego en su nombre).
Sé que ya lo dije muchas veces, pero aunque Marc nos lo explicó, era algo que ya sabíamos nuevamente por los videojuegos (de hecho, jugamos uno que se llama precisamente “Firewatch”, que es básicamente lo mismo que una “Firetower”, donde encarnas a un guardabosques de Wyoming, un estado más al Oeste de Minnesota).
Sigo afirmando que al final de cuentas los muchos videojuegos tienen su dosis de cultura general, solo hay que saber verla.
Igual te digo una cosa, ya caminamos para acá y para allá y seguimos sin encontrar la torre.
Wa se está trepando a unas rocas para intentar ver a lo lejos, mientras Marc y yo esperamos abajo, en lo más parecido a un sendero abandonado que hay (que convengamos, todo este sendero se ve bastante abandonado ya de por si).
Como esperar no es lo mío si no tengo un libro, yo también me voy a trepar rocas, aunque solo sea por el placer de hacerlo.
Ninguna torre se vislumbra desde ningún punto, así que un poco desilusionados volvemos ahora sobre nuestros pasos, buscando la carretera.
El resto de la noche transcurre con normalidad: comemos alrededor del fuego, nos damos un baño con el agua calentada en la olla, conversamos.
Día 4
Hoy es cuando nuestro viaje por los Parques Nacionales se vuelve un poquito más “urbano” por llamarlo de alguna forma (que tampoco es correcta).
Levantando campamento, porque esta noche no dormiremos en el mismo lugar, hacemos la primera parada en otro parque nacional que demuestra su faceta civilizada, comparada con los otros parques nacionales en los que estuvimos, con un estacionamiento rodeado de mesas y sillas, cincuenta millones de naves espaciales que resultan ser campers de lujo.
Este parque se encuentra mucho más cerca de la civilización que los demás, de hecho, uno de los puntos de interés es un faro, el cual puede observarse en este mismo momento que estamos teniendo nuestro almuerzo de refuerzo de huevos duros a la orilla del Lago Superior, que de tan superior que es siempre está en todos lados a los que vamos (ok no, lo que pasa es que estamos en Las Boundarie Waters Canoe Area, siendo éste el lago principal de ésta área y al cual fuimos siempre cerca de el).
Nuevamente nos encontramos con una de esas canillas que despiden agua potable sin parar, esas que me ponen un poco nerviosa, pero que cuando entiendo que el agua que cae sin ser utilizada vuelve a la tierra me calma un poco la ansiedad de querer girar un mango de canilla que no existe.
Para esta altura los colores del otoño parecen haber salido más a la luz, y las gamas de amarillos con anaranjado comienzan a ser mayoría notoria ante los verdes, sin alcanzar aun el punto de magia que nos habían mostrado en fotos, pero acercándose bastante.
Al otro lado de la calle entramos a otro Parque, en donde hay una pequeña cascada, y personas posando delante. El sendero es muy corto, sencillo, y nuevamente, cerca de la carretera. Toda esta zona de hecho, es la que menos corresponde con el adjetivo de “wilderness” (desierto, inhabitado) de las demás donde estuvimos en estos días.
Emprendemos ahora camino hacia las Caribou Falls, ubicadas sobre el Río Caribou, que desemboca ¿en dónde? Vamos vamos que lo saben.
Exacto, en el Lago Superior.
El sendero hacia estas cataratas está comenzando a dificultarse por la cantidad de barro, cada vez más inesquivable, que va apareciendo en el camino.
Así es como pasamos de “vamos a tratar de no ensuciarnos mucho las chancletas” hasta “bueno, al menos no ensuciarnos las medias” terminando en “vamos a intentar no caernos al río de un resbalón”. El barro no solo es profundo, sino además inesquivable, así que por mucho que lo intentemos, llegamos a las cataratas con todo lo que está debajo del tobillo completamente embarrado.
Procedo a sacarme las medias y lavarlas en las aguas del Río Caribou, mientras miro las cataratas y más de 20 ojos recaen sobre mi proceso de lavado de medias (porque sí, bastante gente hay en esta catarata). La imagen de las cataratas, tan bella y desordenada, se ve ligeramente insultada cuando hago contacto con el agua congelada del río, pero miro a Marc, que saltando entre las piedras encontró un punto solitario para admirar sus tan amadas corrientes de agua, y de alguna manera me trae paz, más incluso que la catarata misma.
Mientras tanto Wa, que no se embarró de manera tan escandalosa como yo a pesar de ir también de chancletas, espera a la par de Gwen.
Nos encontramos ahora nuevamente en el auto, con rumbo a Winsconsin, donde pasaremos una noche con nuestros amigos de la caravana.
Lo que no sabemos aun es que en este lugar se va a hacer la magia y yo rectificaría mi amor nunca reconocido, a pesar de haberlo tenido siempre a mi lado.
Otoño, al fin nos encontramos.
La ruta hacia Winsconsin se ha vuelto más linda que la vez anterior que rodamos sobre ella.
Hay algo diferente, algo en el cielo, algo en sus colores… el contraste es todavía más impresionante y a medida que avanzamos, más vibrantes se van tornando.
Los beige se vuelven anaranjados, los color mostaza se vuelven amarillo. Los únicos invariables son los cada vez menos frecuentes verdes.
Cada trocito de ruta filmado es mejor que el anterior. Marc me pide que le comparta algunos de los videos porque incluso para él, acostumbrado a estas variaciones cromáticas, resultan sumamente lindos.
La hermosura que vemos a través del cristal del auto se ve cortada en seco cuando torcemos la vista a la derecha… mi media marrón va flameando en el aire, golpeando contra mi ventanilla, en un intento por secarla rápidamente del agua helada de la cascada que vimos minutos antes.
Mas temprano que tarde, el verde se erradica completamente del campo visual.
El auto de Marc dobla en aquella salida de la ruta, y como por arte de magia, un túnel amarillo nos envuelve.
Se había hecho la magia.
Buscando aquel otoño que habíamos visto en fotos, aquel que ya creíamos acabado, terminamos encontrándolo en la propiedad de nuestro amigo, donde ya habíamos acampado tiempo atrás junto con una caravana de viajeros.
Las últimas gotas de verde están dadas por los pocos espacios de pasto que no están cubiertos por hojas amarillas, y los troncos de los aspen se camuflan tan bien entre este color que por momentos parece que estámos dentro de una gruta hecha de oro.
Supongo que al final de cuentas es lo mismo, estar rodeados de naturaleza siempre es incluso más valioso que el oro.
Nuestra estadía en Winsconsin es corta esta vez ya que mañana nos volvemos a Montevideo (Minnesota), pero suficiente para apreciar, no solo la magia del Aspen en otoño, sino además las comodidades que las personas de la caravana habían agregado al terreno para convertirlo en un hogar.
No solo había ahora una cocina completamente funcional, sino que además había ducha, un sistema de paneles solares que proporcionaban la energía necesaria para artículos electrónicos, y diversas campas esparcidas por todo el terreno, algunas llenas de artículos que pudieran necesitar, y otras funcionaban a modo de dormitorio.
Además, un nuevo trono hecho de troncos se escondía entre las ramas de una parte espesa del terreno, sin estar demasiado alejada de la “zona común”, es decir, del aro de piedras para el fuego, y la cocina. Un sendero de luces alimentadas con energía solar indican el sendero que hay que tomar para llegar a ésta zona.
Estar acá se siente como estar en una casa destripada, donde se encuentra de todo, solo que esparcido por diferentes lugares en medio de la naturaleza, y por momentos, nos sentimos como elfos del bosque.
La noche transcurre con la ya clásica reunión en torno a la hoguera, esta vez más necesaria por cuestiones de clima, sintiendo a su lado el mismo resguardo que sólo la calidez del fuego puede ofrecer, que te hace sentir que no importa que estés a la intemperie, mientras este calor suave y constante siga cubriendo la piel.
Nos despertamos a sabiendas que ésta es nuestra última mañana en Winsconsin, y no me refiero únicamente durante este mes, sino quizás la última en años.
Marc llevó a Gwen a conocer las cuevas del Lago Superior, así que Wa y yo estamos encaminándonos al sendero que lleva a la entrada de la propiedad, aquel que parece un túnel de oro.
En un intento de llevarnos un poco de esa magia entre los dedos, Wa recolecta hojas de los colores más intensos que vimos en mucho tiempo: un poco de amarillo, unas hojas anaranjadas, algunas rojas idénticas a la que aparece en la bandera de Canadá, otras moteadas con marrón.
La paleta de colores en el Norte es diferente a la que uno ve estando en el Sur. Quizás esto no sorprenda a nadie, ya que dependiendo el clima, la vegetación varía, y tomando eso en cuenta no debería sorprender que las hojas reaccionen de una forma diferente a las de las especies que uno acostumbra ver en el Sur… pero sorprende.
Los amarillos, pero sobre todo los anaranjados son más vibrantes, y les cuesta mucho llegar al marrón que uno tanto ve en otros lugares. Se siente casi como si las hojas pasasen del verde al amarillo para luego llenarse de lunares y desaparecer de la faz de la tierra.
A pesar de tanta belleza, si algo relacionado al otoño se extraña es lo siguiente… ¿a dónde se fueron las hojas secas que hacen crunchi-crunchi al pisarlas?, quizás solo es cuestión de tiempo.
Luego nos daríamos cuenta que, a pesar de lo que puedan explicar los tutoriales en internet, una pincelada de cascola (cola vinílica) no podría mantener lo que alguna vez vimos sin capas intermedias.
Festival del Testículo
El camino de vuelta nos regala una de las mejores fotos del viaje.
Sé que después de las maravillas que el otoño nos mostró y que nosotros intentamos resguardar en las fotos que les mostramos, pensarán que por ahí vienen los tiros… pero nada más lejos de la realidad.
La primera vez que vinimos a Winsconsin lo habíamos visto, pero olvidamos parar a sacar foto.
Esta vez, Marc no lo dejaría pasar.
Deteniendo el auto nos bajamos los 3. Wa y yo corremos a acomodarnos, y Marc da la señal “ready?”.
“It’s that time of the year again! Time to party, listen to great music, and eat some balls”
(“¡es esa época del año otra vez! Tiempo de fiesta, de escuchar buena música, y comer algunas bolas”).
Esta es la frase que te vas a encontrar si entrás al sitio oficial del Festival del Testículo de Dundas, Winsconsin.
El Festival del Testículo es un evento social que se celebra en varios estados de Estado Unidos, y a diferencia del caldo de bolas de Ecuador, que no era lo que parecía, éste festival sí es, efectivamente, lo que te podés estar imaginando… bueno, depende por qué derroteros ande tu mente en estos momentos.
En esta festividad se comen testículos de diversos animales, dependiendo mucho de la zona en donde se esté celebrando (pueden ir desde testículos de faisán, cabra, cordero, y hasta de toros).
Y si pensabas que los testículos fritos no se ven tan mal como podría uno pensar, es porque todavía no viste los testículos “frescos” es jarros de vidrio que a veces ponen para exposición en este tipo de fiestas.
Nosotros no llegamos a estar en la celebración, la cual además de realizarse en otro mes, dudo mucho que este año se celebre debido al virus que anda en la vuelta, pero no nos cuesta nada confromarnos con este excelente cartel que por supuesto, permanece todo el año sobre la ruta para atraer a gente con el humor podrido, como uno.
LLEGANDO A MONTEVIDEO
Curioso… las nubes negras se intensifican a medida que nos acercamos a Montevideo, pero no hay forma que se vaya el amarillo de nuestras pupilas.
Cuando el auto de Marc frena, llevamos las cosas escaleras abajo bajo una tormenta que se larga justo cuando nos vé abrir las puertas metálicas.
Nadie corre. El agua chorrea por nuestra nariz y pestañas, y va a introducirse por la boca, aquella que no se puede cerrar porque tiene dibujada una sonrisa que se transforma en carcajada cuando nuestras miradas se cruzan, mientras cargamos colchonetas y bolsas.
Una vez más vimos ocurrir la magia frente a nosotros, y su efecto vivirá en nosotros por tiempo indeterminado.
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