Todos los días se aprende algo nuevo, dicen por ahí.
En lo que va del viaje, hemos aprendido a cocinar cosas nuevas, a diferenciar las nubes de lluvia a las de nieve, a remar (ponele), a limpiar ubres de vacas, a bañarnos con 2 litros de agua, a transformar 5 piedritas y una línea en un juego divertidísimo, a construir una cucha de perro, a cocinar con un calentador de agua, y muchas cosas más.
Y esta ida a San Cristóbal de las Casas no sería la excepción.
La pareja que detuvo su coche en la ruta, ante el pedido de nuestro pulgar, nos llevaría a dedo unos 400 kms, completando casi todo el recorrido desde Escárcega hasta nuestro destino.
A medio camino paramos en un puestito rutero a comer pollo con arroz, ensalada y por supuesto, tortillas, a un precio de risa.
Pero el chofer no solamente comió eso… sino que en el camino se comió unos 6 pozos, motivo por el cual, una de las ruedas no aguantó más, y tuvimos que detenernos para cambiar a la rueda de repuesto, y un poco más adelante, en una talacheria, para parchar la rueda lesionada, ya que la auxiliar no aguantaría mucho más.
Talachería es lo que en Uruguay sería una gomería, una vulcanizadora en Chile, un taller de «Pinchazo» en Guatemala.
Preguntando a un grupo de señores que tomaban de una botella de vidrio algo que probablemente sería mezcal, nos dijeron que «sobre el kilómetro 120 van a encontrar una talachería».
Faltaban poco más de 20 kms, ok, estamos cerca.
El lugar en sí estaba pegado a un lugar de venta de comida que no parecía tener mucho movimiento, donde a una mesa larga como la de la última cena había únicamente una señora entretenida con su celular.
Cuando Wa quiso tomar una fotografía, la señora espabiló y le preguntó por qué había sacado esa foto, con un tono que no era precisamente amigable.
Wa, notando la amenaza en su voz, pintó una sonrisa estática y tonta en su rostro, y dió una explicación digna de un turista «de paquete»: «es que tiene al Ché Guevara… y como somos de Uruguay… por aquellos lados se ven mucho cosas del Che«.
Que estaba el Ché era cierto. Que es popular en Uruguay, también.
Lo que no le explicamos a la señora, fue que en realidad, nos había llamado la atención el cartel porque se trabata de un puesto de la Organizacion Zapatista, en este caso de Campesinos de Chiapas, una suerte de movimiento cuasi guerrillero (en la actualidad).
Ok, pero y entonces «¿qué carancho aprendieron?» se estarán preguntando ustedes, porque hasta ahora cambiar una rueda no era algo nuevo.
Lo voy a decir, pero se supone que es una técnica milenaria, que pasó de generación en generación en la familia del talachero del kilómetro 120, y que casi nadie sabe.
De hecho, el talachero tuvo que viajar a los picos de China, para cumplir con el duro entrenamiento del maestro de ojos profundos, el entrenamiento donde limpió autos y saltó cumbres, el mismo que aprendió su padre, aquel padre que desapareció misteriosamente dejando únicamente una nota a su único hijo, con la ubicación del maestro marcada con una cruz en un viejo mapa, y…
Ok, basta.
No, nada de eso sucedió.
Pero sí es cierto que es una técnica que, según el talachero, muy poquita gente conoce, y que para aumentar la codicia de este conocimiento, los materiales para llevar a cabo la técnica son extremadamente económicos en comparación con cambiar la llanta por otra (que era la opción B).
Cuando vimos aparecer al chofer del auto en el que íbamos, con dos botellas de litro de Coca Cola, creímos que era una para el y otra para el talachero.
Pues no.
Eran ambas para el talachero.
Bueno, para el talachero no, para la rueda herida.
Sí, leíste bien, para la rueda.
El talachero trajo un kilo de harina de maíz (la blanca, la más clásica que hay en México) y mezcló en un bowl de plástico el contenido de las dos Coca Colas con la harina.
Cuando hubo obtenido una pasta color crema, bastante líquida, procedió a tirarla dentro de la rueda, luego de haber colocado previamente un parche.
En teoría, el parche no es suficiente para que una rueda con un tajo como el que ésta tenía aguantase, pero con ese preparado, en poco tiempo el interior de la rueda estaría tan sellado como la cueva de Ali Babá antes del «Ábrete Sésamo«.
Y aunque sonaba a cuento, la verdad es que la rueda aguantó, y gracias a ello, llegamos a un pueblo bien cerquita de San Cristóbal de las Casas pero con un nombre tan complicado que los lugareños abreviaban como «Coita».
Para los valientes, era Ocozocoautla.
SAN CRISTOBAL DE LAS CASAS
Desde allí, y siendo ya de noche, no tuvimos opción más que tomar 2 buses locales.
Uno que nos llevaba a Tuxtla Gutiérrez, y luego otro desde allí hasta San Cristóbal de las Casas.
Los bajos costos del transporte en México nos permiten este tipo de libertades en casos así.
Llegamos sobre las 22:00 hs a San Cristóbal, y los malabaristas seguían ganándose el pan en algunos semáforos, clara señal que brinda seguridad al transeúnte (aunque no más que la seguridad que da ver niños jugando en la calle hasta altas horas de la noche).
San Cristóbal es una ciudad bastante turística, sí, de hecho, y aunque esquivamos Palenque, en parte por este motivo y en parte porque un gran porcentaje de su atractivo residía en ruinas mayas que no queríamos ver (ya habíamos visto suficientes) sí queríamos visitar San Cristóbal de las Casas.
La sensación fue similar a la que tuvimos en Cuenca, allá por Ecuador.
Aunque fuese una zona turística, es muy fácil llevar una vida barata allí.
Nosotros podíamos incluso prescindir de cocinar algún día, para comprarnos 4 tacos de carne al pastor por 24 pesos mexicanos (aproximadamente 1 dólar), y con eso comer hasta estar satisfechos (comíamos entre 3 y 4 tacos cada uno), así que con 2 dólares ya teníamos cubierta una comida, igualito que en Ecuador (todavía no batimos el récord Boliviano de comer ambos por 1 dólar, pero tampoco está mal).
Ahora, qué es lo que hace que San Cristóbal de las Casas sea tan turístico.
Principalmente dos cosas: las construcciones coloniales, y el ámbar.
Otra ciudad colonial
Es cierto que San Cristóbal era muy pintoresca, con sus casitas de colores y construcciones coloniales, y eso nadie se lo quita.
Pero para nosotros, que habíamos visto ya muchísimas ciudades de este estilo en toda Latinoamérica, no era algo tan novedoso.
Lindo sí, claro que sí, como casi todas las ciudades coloniales que ya vimos, es solo que no sentíamos estar presenciando algo diferente.
Pero había algo, un aspecto en particular que nos agarró de sorpresa y nos sacudió: el frío.
Los 1700 metros de altitud que San Cristóbal tiene de diferencia con Tuxtla Gutiérrez, lo convierten en una ciudad que a menos de 90 kms de distancia, sea muchísimo más fría que su vecina.
Y cuando digo fría, lo digo de verdad.
Fue allá donde volvimos a utilizar no una, sino 2 frazadas para dormir.
No un buzo, sino 2. Y la remera abajo del todo.
No el gorro de oso panda en mi caso, sino el de Pikachu (me estoy dando cuenta que todos mis gorros tienen orejas).
Estos 1700 metros de altura hacía que hubiera una diferencia de aproximadamente 17 grados con Tuxtla, así que cuando subímos al mini bus en remerita nunca imaginamos que nos entrarían tantos chuchos de frío al bajar.
En la noche, las temperaturas podían llegar a 8 o 9 grados, mientras que durante el día se mantenían en unos agradables 18-23.
Supongo que este factor, lejos de ser una desventaja, resulta bastante favorecedor para el turismo diurno, que podía apreciarse en grandes cantidades en el centro de la ciudad.
Los turistas estadounidenses y europeos resaltaban entre los locales, sacándoles entre 1 y 2 cabezas de altura, con melenas rubias cubiertas por gorritos de paja, entrando y saliendo de los mercados artesanales, grandes atractivos de la ciudad.
Y aunque todos los lugares turísticos tienen mercados de artesanías, el de San Cristóbal tenía una particularidad que lo hacía un poquito diferente: el ámbar.
EL ÁMBAR
El ámbar es la joya más importante de todo Chiapas.
¿Qué la hace tan especial?
Primero que nada, estamos hablando de una piedra semi preciosa, que se genera por la fosilización de cierta resina vegetal, en la época del Mioceno (hace 23 millones de años).
Pero lo más especial del ámbar que podemos encontrar en San Cristóbal de las Casas, es que se trata del «Ámbar de Chiapas», único en el mundo.
Este tipo de ámbar puede darse únicamente en el Estado de Chiapas, porque su composición está dada gracias a las características geográficas de esta zona en particular.
Eso significa que Chiapas tiene su propio ámbar, único e irrepetible.
Es esto lo que lo convierte en una joya tan especial, de la cual sus habitantes están orgullosos… y con razón.
Por si esto fuera poco, el ámbar de Chiapas tiene una característica muy atractiva para el turismo, y es que, contrario a lo que uno podría pensar, con semejantes características tan exclusivas esta piedra es muy asequible si se compra en el mismo estado de donde es originaria.
Las piezas más caras son aquellas que tienen insectos fosilizados en su interior, que suelen ser de colección, siendo el insecto mismo lo que encarece la pieza, no el ámbar en sí.
Por supuesto que, como en todos lados, hay vendedores que ofrecen imitaciones casi perfectas de esta piedra que ante el ojo de alguien que no es conocedor en el tema, puede pasar perfectamente desapercibido.
De todas maneras, una persona local nos contó que es posible conseguir pequeñas muestras de ámbar por 20 pesos mexicanos, y nosotros le creímos.
Quizás fuera ésta la única oportunidad que tendríamos en todo el viaje de adquirir una piedra semi preciosa, por ser un gusto que se ajustaba a nuestro presupuesto.
Al momento de adquirir un ejemplar, pedimos la prueba de luz ultravioleta que prueba la originalidad del producto.
Pero no conformes con ello, también la pusimos sobre el fuego para ver si largaba olor a plástico quemado o no.
Un poco de olor a algo raro sí que tenía, pero no se derritió.
Aun así, desconocemos si el collar que compramos es ámbar verdadero o no, pero la ilusión de tener una piedra con quizás 23 millones de años de antigüedad, nos hace ilusión.
Y con el botín entre las manos, dejamos otra ciudad colorida, para dirigirnos pocos kilómetros más allá, donde el calor vuelve a ser protagonista y los conejos son invisibles, mientras una marimba suena de fondo.
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