Como quizás habrás notado, si bien consideramos que Roma tiene mucho valor histórico no fue un lugar en el que nos hayamos sentido muy cómodos, así que después de algunos días, incluso sin haber visto muchos lugares que probablemente vale la pena ver en la ciudad, buscamos un lugar más alejado donde pasar el resto de nuestros días en Italia.
Así fue como terminamos más al norte, en un lugar cercano a Grosseto, en la zona de la Toscana. Esta sería sin lugar a dudas la zona que quedaría muy por arriba de Roma en nuestra estima personal.
Dado que viajar a dedo en grandes autopistas está prohibido en Italia y que el tiempo que teníamos en este país era bastante breve, el medio de transporte que elegimos para llegar a esta zona fue un tren, y si vas a tomar uno en Italia hay algo importante que conviene tener en cuenta y no todo el mundo te dice.
Luego que compras el ticket, en el andén vas a encontrar varias maquinitas de pantalla verde con la hora local y una ranura debajo que sirven para marcar tu ticket. De esta manera si alguien se sube a revisarlo, evitas una posible multa.
El viaje se demoró casi una hora en salir, y debido a esto en el vagón podía sentirse cada tanto una voz que repetía que en caso de demora de más de media hora, podías pedir una devolución de parte del precio del ticket. Lamentablemente en nuestro caso no era posible porque para eso el ticket debía tener un precio superior al coste del nuestro.
Aunque arribamos en el centro de Grosseto, los primeros dos días los pasamos en una zona de campo, cerca del balneario Marina di Grosseto, el cual visitamos en una oportunidad y descubrimos cosas muy agradables, como por ejemplo asientos donde podíamos relajar los pies por un rato (sé que es raro sentirnos felices por eso pero veníamos de Roma…) y un balneario muy lindo, donde prácticamente éramos los únicos humanos caminando alrededor, si nos cruzamos 4 personas fue mucho.
Durante la noche nos quedamos en la casita que nos prestaron por unos días, una hecha a mano, a partir de un camión de carga de caballos.
La casita era muy acogedora, y pasamos un par de noches muy tranquilas allí, poniéndonos al día con la escritura y disfrutando los atardeceres únicos con el paisaje que solo la Toscana te da.
Luego nos fuimos a otra zona de la Toscana llamada Cupi, donde nos esperaba una familia napolitana con quienes pasamos los últimos días en Italia, y fue de las mejores experiencias que vivimos en el país.
En primer lugar, ellos son capitanes de velero por lo que ya de entrada conversar sobre el mantenimiento de un velero y las precauciones a tomar en cuenta eran temas muy interesantes para nosotros que nunca navegamos en uno.
Ni siquiera sabíamos de la existencia de su trabajo, en el cual ellos se hacen cargo del velero de alguien que los contrata y su tarea es básicamente mantenerlo en buenas condiciones, y navegarlo cuando el dueño quiera usarlo.
De hecho, nunca habíamos subido a un velero hasta que los conocimos a ellos y nos llevaron a ver el velero en el cual estaban trabajando, siendo esta la primera vez que pisamos uno y que pudimos además verlo por dentro.
Resultó ser un modelo bastante único de una de las mejores marcas de velero llamada Nautor´s Swan (los Rolls Royce del mar le dicen algunos) pero además un modelo antiguo, que en este caso significó estar hecho en una madera muy buena, a diferencia de los modelos más nuevos que utilizan plástico.
Nos pareció impresionante que esas instalaciones, que parecían un apartamento de lujo, estuvieran dentro de un velero.
Estando en Cupi también tuvimos la oportunidad de visitar el centro de Grosseto, el cual se ubica dentro de murallas defensivas construidas hace más de 400 años.
Cuando fuimos era domingo, por lo que la mayoría de comercios estaban cerrados, con excepción de algún que otro restaurante. La zona en sí se ve bastante turística por el tipo de comercios que tiene (entre ellos varios de marcas muy caras). El pequeño centro tenía zonas muy pintorecas, y aunque es chiquito, se disfruta una caminata por sus callecitas de piedra.
También conocimos otras ciudades dentro de la provincia de Grosseto, como por ejemplo Porto Ercole (Puerto Hércules en español), un pueblo situado justo sobre el Monte Argentario.
La pequeña ciudad tiene mucha actividad marítima, y fue acá donde nos dimos cuenta de algo que nos confirmaron nuestros amigos capitanes: las edificaciones en Toscana (al menos en estas zonas) deben respetar un código de colores tierra, lo que explicaría por qué en cada ciudad que visitábamos destacaban los colores como amarillo, anaranjado, siena y khaki.
Aparentemente, el color siena se extraía de la tierra de la Toscana y se comercializaba muchísimo siglos atrás.
Dentro de Porto Ercole se encuentra la Laguna di Orbetello, la cual es atravesada por el puente, pudiendo admirarla desde uno u otro lado.
Según nos dijeron, es posible ir a las islas que pueden observarse en la laguna, aunque también es cierto que no parece haber mucho que ver allí.
También desde donde admirábamos la laguna podía verse una playita que creímos sería privada pero nos contaron que es posible visitarla y de hecho, en verano se vuelve bastante popular en la zona.
Tanto Grosseto como Porto Ercole forman parte de la llamada Maremma, el nombre que se le dá a la zona costera que abarca parte de la región de Toscana y parte de la región de Lazio.
Mientras estábamos en Cupi, nos llamaba la atención que la mayoría de los productos que tenía esta familia en su cocina eran originarios de la Maremma, por lo que podemos suponer que existe bastante producción en la zona y que muchas personas prefieren comprar estos productos para apoyar de alguna manera a los productores locales.
Nos pasamos días disfrutando de productos locales típicos de la región y del país; el aceite de oliva es probablemente el mejor que probamos en la vida, y el jamón era una cosa adictiva.
Lo que a mi me mató un poco es el hecho de que en cada casa italiana (no solo en la Toscana) se cena con una copa de vino, así que ni Roma ni Cupi fueron la excepción. Siendo yo alguien que no suele tomar alcohol seguido pero sin querer rechazar algo no solo típico sino prácticamente un motivo de orgullo en el país, esto me significó algunos malestares estomacales que nuestra amiga de Cupi ayudó muchísimo a solucionar, brindándome productos naturales para calmar a mi pobre estómago afligido.
Tuvimos la oportunidad de visitar a un amigo de la familia, cuyo trabajo consistía en entrenar caballos para los concursos en donde estos animales realizan recorridos y “bailes” alrededor de una pista diseñada especialmente. Básicamente le llevaban caballos salvajes, y el poco a poco los domaba.
Además donde tenía a los animalitos era en casas muy antiguas y típicas de la región, construidas en piedra con al menos un centenar de años.
No solo pasamos un tiempo muy ameno interaccionando con los caballos que ya estaban domados, sino que además pudimos ver cómo los entrenaban para los concursos.
El resto del tiempo lo disfrutamos en la casita de Cupi, la cual estaba ubicada en pleno campo donde nos gustaba mucho salir a caminar y descubrir pequeños tesoros, como un pequeño bosque o árboles de olivos (los cuales había muchísimos en la zona).
También aprendimos a cocinar pizza napolitana, ya que nuestra amiga capitana es oriunda de esta zona, y les cocinamos alfajores de maicena, siendo una de las hijas de ella la máxima admiradora. Para esto tuvimos que calentar en una olla a presión una lata de leche condensada, como hicimos una vez en Guayana, porque el dulce de leche no se consigue en esta zona.
Disfrutamos mucho el poder pasar tiempo con esta familia italiana. Para nosotros poder quedarnos con una familia es una de las mejores maneras de conocer una cultura, porque es la forma en la que podemos ver la forma de vida de habitantes de todas las edades, y de esta manera aprender de su cultura desde varias perspectivas diferentes (no es lo mismo la perspectiva de una persona de 80 años que la de alguien de 40 o la de alguien de 17 por ejemplo).
También nos dio la chance de conocer algo por demás famoso sobre el pueblo italiano: los enfrentamientos verbales tanos.
No estoy diciendo nada nuevo, y además lo que vamos a contar ya lo comentamos con nuestra amiga de Cupi y ella se reía reconociendo la situación como algo típico de los italianos (es decir, no estamos exponiendo nada privado sino algo bastante común) pero para nosotros era muy gracioso presenciar una discusión en italiano, siendo además algo habitual, donde muchas veces participaba toda la familia.
Quizás si venís de otro país, discutir con alguien de tu familia es algo que sucede una vez cada tanto y te queda el recuerdo de esto como algo excepcional, pero en las familias italianas (hablando en general, por supuesto) no parece ser algo tan extraño, y pueden tener discusiones a diario sin que esto sea tan dramático.
De hecho, para mi era particularmente especial porque habiendo crecido en familia italiana (además de española) mis quejas e insultos siempre fueron en italiano; si me conocés en persona sabrás que nunca uso “malas palabras” en español, sino que las uso en italiano (y las escribo a mi manera, no en la forma correcta) lo que me daba una gran tranquilidad a la hora de maldecir o expresar indignación en cualquier otra parte del mundo, porque casi nadie entendía lo que estaba diciendo y por ende no resultaba grosero.
Pero en Italia tenía que cuidarme especialmente, y me hizo mucha gracia (hasta casi una sensación de ternura) poder escuchar todo este repertorio de palabras en una discusión italiana auténtica.
Sin dudas fue parte de la experiencia italiana.
Dentro de lo poco que conocimos de Italia, Toscana se convirtió en nuestra zona favorita con gran diferencia, al menos en comparación con Roma que aunque con grandes atractivos históricos nos dejó un sabor de boca un tanto agridulce.