Camino a Valparaíso, y después de Puerto Montt, nuestra primer parada fue Temuco, la ciudad de los puentes. Estuvimos apenas dos noches en la ciudad, pero justo coincidimos con una convención gratuita de animé y manga, a la cual fuimos antes de salir de la ciudad. Era super chiquita, pero nos hizo sentir un poco como en casa.
Después de Temuco, siguió Chillán, la ciudad de la longaniza. Sí, suena un poco curioso, pero lo cierto es que Chillán es conocido por la producción de longanizas de muy buena calidad… eso dicen, ya que nosotros no tuvimos el gusto de probarlas.
Visitamos el mercado que es circular y bastante pintoresco, donde se consigue desde frutas y verduras hasta condimentos y guisantes a precios más económicos.
Como dato curioso, en Chillán hay una calle entera dedicada unicamente a la venta de «Mote con Huesillo«, un postre bastante típico de Chile, el cual hace rato que quiero probar pero me vengo aguantando porque según dicen el más típico es el del Norte, ya que es un postre frío que se disfruta más cuando hace mucho calor. Era gracioso ver los carteles de señalización de las calles, y justo debajo, como si fuera una calle más, una señalización que avisaba que por ahí nomás había mote con huesillo.
Nuevamente, la estadía en esta ciudad fue escueta, pero aprovechamos para visitar un lugar tan bonito como inesperado, y para eso sí, necesito abrir un título, porque se lo merece.
Eso sí, después de descansar cómodamente en un colchón inflable puesto en una sala de ensayo, rodeados de instrumentos.
LAS TRANCAS
Buscando en internet, habíamos dado con un lugar relativamente cerca de Chillán que se llamaba «Gruta de Pangue» y que había captado nuestro interés. Parecía un lugar lindo para visitar, pero sólo eso, no nos esperábamos encontrar todo lo que nos encontramos después.
Porque resulta que la zona de la Gruta de Pangue no solo es linda, sino que es mágica. Pero ya llegaremos a eso.
Atravesamos todo Chillán caminando, y una vez fuera de la ciudad, hicimos dedo. Una camioneta nos arrimó hasta un pueblo precioso llamado «Los Lleuques» donde volvimos a hacer dedo.
Y acá es donde empieza la magia.
Nos levanta una familia en su camioneta, un señor, la esposa y su hija. Apenas entramos al auto, la chica nos convida con lo que para nosotros era un trozo de pan, pero en realidad se llamaba «Tortilla al Rescoldo» que en sí es una masa de pan, sí, pero cocida sobre las piedras calientes. Luego de insistirnos, aceptamos, y menos mal… fue de los panes más ricos que probé en mucho tiempo, y encima calentito, no podíamos pedir más.
Fuimos todo el camino hablando, al ritmo de música coreana (k-pop) cortesía de la chica que pasaba la musica con su celular.
Cuando le contamos a la familia hacia donde nos dirigíamos, ellos deciden que sería un lindo paseo ir con nosotros y subir todos juntos a la gruta de Pangue.
La entrada al pueblo de Las Trancas, continuó con la magia. El camino pasó de estar soleado a teñirse completamente de blanco. Parecía que habíamos cambiado de país.
Cuando paramos la camioneta en el medio del pueblo y bajamos para admirar el paisaje, estaba nevando.
Acá, donde por motivos tanto geográficos como de época no esperábamos volver a encontrarnos con esta reina blanca.
Y no sólo eso… déjenme decirles que después de recorrer el Sur Argentino y Chileno, recién acá arriba pudimos estar bajo una nevada más potente, no algo que parecía polvillo blanco, como nos pasó en El Chaltén.
Nosotros estábamos encantados, nos mirábamos uno a otro y como unos bobos nos decíamos cosas como «¡tenés copos de nieve en el pelo!».
Pero no eramos los únicos disfrutando el momento; la chica de la familia estaba encantada y sonreía mientras nos veía reírnos de alegría.
Luego, continuamos camino en la camioneta, rumbo a la Gruta, que estaba algo más arriba que el pueblo mismo.
Y el camino se volvía cada vez mas frío, y el blanco más denso, hasta que finalmente llegamos a la curva solitaria donde se encontraba la entrada a la Gruta, la misma curva que si seguís de largo terminas en unas termas de lo más lujosas y turísticas.
De la entrada a la gruta la distancia era corta, y entre bolas de nieve que iban y venían declarando la guerra entre todos, pronto nos encontramos de cara con una enorme piedra hueca, rodeada de vegetación congelada, y con una caída de agua idílica que completaba el paisaje y lo convertía como una escena de una película de fantasía.
En este lugar, y como somos tan originales, Wa desplegando sus dotes de casanova, decidió que regalar una flor ya estaba muy fuera de moda, y trepandose un poco en la piedra, arrancó y me regaló una estalactita.
Como yo tampoco me quedo atrás de original, el cachito de hielo se me antojó muy parecido a una zanahoria, así que no tuve mejor idea que imitar a Bugs Bunny con mi regalo nuevo.
Luego de tratar de comernos el lugar con los ojos, emprendimos todos juntos la retirada, Wa, Estalactita, la familia que nos acompañó, y yo.
Nos dejaron en el pueblo, donde rato antes estábamos encantados jugando con la nevada que caía. Mientras ellos se quedaban allí para almorzar, nosotros nos colocábamos al costado de la ruta y extendíamos el pulgar.
Al poco rato, una camioneta nos avanza unos 30 kms, dejándonos fuera del pueblo, y grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que a escasos kilómetros de la ciudad de hielo, el sol brillaba radiante en el cielo al punto de obligarnos a atarnos la campera a la cintura, y a usar gorro.
Resultaba gracioso ver pasar los autos que venían de Las Trancas, con una gruesa capa de nieve en el techo que se iba derritiendo a la velocidad de la luz.
Realmente parecía que habíamos estado en otro mundo hacía menos de media hora.
¡Y qué mundo!
Las Trancas es un lugar definitivamente recomendado para quien esté en las inmediaciones de Chillán. Y obviamente, no se pierdan la Gruta de Pangue, porque así de humilde y chiquita como es, no tiene ni un centímetro de desperdicio.
CAMBIO DE PLANES
Luego de Chillán, optamos por desviarnos un poco de nuestra ruta y retroceder unos kilómetros al Sur, para hospedarnos con una familia en «El Carmen».
Interrumpimos nuestra ruta al Norte para compartir unos días con ellos, porque si bien su hija, que era la dueña de la cuenta de couchsurfing por la cual dimos con ellos, estaba en otro país, sus padres y hermano estaban dispuestos a hospedarnos en su hogar para ayudarnos en nuestro viaje.
Los días en este pueblo transcurrieron de forma muy tranquila, y nos sentímos como en familia. Durante el día ecorríamos el pueblo y los alrededores (tarea que no lleva más de media hora) y durante la noche, cenabamos exquisitas comidas caseras mientras hablábamos de temas muy variados.
Definitivamente, conocer a esta familia tan generosa y predispuesta a ayudar, con tantas cosas lindas que compartir, fue definitivamente provechoso y valió la pena retroceder un poco en cuanto a ruta se refiere, porque de esta forma avanzamos mucho en calor humano.
TALCA, PARÍS Y LONDRES
Un camión que, a juzgar por los restos que tenía, alguna vez transportó frutillas, nos levantó en la ruta para llevarnos hasta Talca. El chofer nos hizo señas de que fuéramos en la caja del camión, es decir, la parte de «carga», no en la cabina con ellos. Por mi está perfecto, me gusta disfrutar el vientito e ir al aire libre.
La sorpresa la llevamos cuando al subir, vemos a un muchacho tirado, cuan largo era, durmiendo… claro que las zetitas no le duraron mucho, porque con el ruido que hicimos subiendo nosotros y las mochilas, se despertó enseguida a ayudarnos.
Resultó ser un mochilero Argentino que recién salía de La Plata, y estaba haciendo exactamente el mismo viaje que nosotros, es decir, recorriendo América del Sur. Después de charlar un rato con Wa sobre lugares de viaje y compartirnos unos frutos secos que le habían regalado, los varones del grupo se pusieron a dormir, mientras yo me divertía sacando una foto como si fuésemos inmigrantes ilegales cruzando la frontera.
Nuestra ruta nos dejó en una ciudad bastante grande, llamada Talca, conocida por la gruesa capa de niebla que la recubre en muchos amaneceres.
Ya habíamos leído por ahí que una frase que aparentemente representaba a Talca era «Talca, París y Londres» y nosotros no entendíamos nada. Tampoco quisimos Googlear, preferíamos entenderlo de primera mano, con una explicación local.
Resulta que la explicación nos la dieron las personas que nos recibieron allá, y si bien hay más de una versión de los hechos, la más popular (no sé si por su cercanía con la realidad o simplemente por el humor que trae consigo la anécdota) es la siguiente: resulta que hace varios años atrás, llegó a Talca un señor Europeo, y al ver semejante niebla que cubría el panorama no tuvo mejor idea que decir «Talca parece Londres», lo que debido a su español trastocado por un acento extranjero, a todos les sonó más bien como un «Talca París y Londres». Y así fue que nació esa frase que todo talquino te va a mencionar, aunque sea a modo de anécdota, ya que realmente no tiene connotación de ningún tipo.
Nuestra estadía en Talca fue también breve, pero alcanzó para comer comida india con la chica que nos recibió junto a su simpático hurón mascota (yo estaba como loca de alegría porque era mi primera vez en contacto directo con uno), y visitar el Cerro de la Virgen, desde donde apreciamos una hermosa vista panorámica de la ciudad, acompañados por un muchacho que nos recibió luego.
Y acá viene algo curioso.
En Talca, aprendimos varias cosas de Portugal.
Sí, en serio.
Y qué tiene que ver Portugal con Talca, se preguntarán.
La verdad es que nada, nada en absoluto, pero a nosotros nos recibió también un portugués que vivía desde hace unos meses en Talca.
Así que nuestra estadía en esta ciudad, significó también probar el exquisito vino Oporto el cual yo personalmente adoré debido a su dulzor (a diferencia de otros tipos de vino), conocer sobre el Fadô que es la música típica portuguesa y su guitarra portuguesa, y llevarnos de recuerdo una pulserita de Porto.
Así que para nosotros, estar en Talca fue más bien como estar en Portugal.
Nuestra ida de Talca fue bastante diferente a cualquier retirada que hayamos hecho antes, porque si bien siempre nos llevan en el asiento de atrás y el del copiloto, esta vez nosotros íbamos en el asiento del conductor (Wa) y copiloto (yo), mientras que nuestro amigo portugués iba en el asiento de atrás, primero algo preocupado ante el desconocimiento que tenía Wa para manejar un auto automático (en Uruguay todavía es más común ver autos manuales), y luego ya un poco más relajado mientras obraba a modo de GPS y comentaba la música que yo iba poniendo.
Luego, basándose sobre todo en nuestros gustos musicales, nos catalogaría como personas viejas en cuerpos jóvenes, que si bien puede sonar un poco fuerte, a mi me encantó su comparación.
Y así, manejando un auto automático por primera vez, a través de más de 300 kilómetros, llegamos a Valparaíso, la meca del arte urbano en Sudamérica.