Alejandría es una ciudad grande, por lo que si queríamos salir a dedo había que recurrir a la técnica de siempre: llegar a la periferia (o incluso más allá).
Fue cuando descubrimos lo difícil que es salir fuera de las grandes ciudades en Egipto.
SALIENDO A DEDO
Aunque tomamos 2 mini buses para quedar lo más en la periferia posible, tampoco es que la ciudad se estuviera terminando del todo. Aún así, nos pusimos a hacer dedo, primero en un lugar que no resultó muy bueno y luego en otro al cual fuimos perseguidos por los escoltas de la simpatía, personajes recurrentes en el país (y con esto me refiero a personas que caminan a nuestro lado pidiéndonos fotos o preguntando cosas).
Fueron ellos quienes -luego de algunas fotos- y al ver que nos deteníamos a «hacerle señas» a los autos, se acercaron nuevamente (nunca se fueron muy lejos) a darnos a entender con señas que los buses paraban en otro lugar.
Era muy difícil explicarles el concepto de autostop por más palabras en inglés o árabe que intentásemos usar, y al ver nuestros intentos desesperados, 3 señores de un grupo de personas que se reunían alrededor de un auto (probablemente con alguna avería) se acercaron. Uno de ellos hablaba inglés, mientras que los otros 2 señores cada tanto asentían con la cabeza o aportaban alguna palabra, así que pronto fuimos 7 personas al costado de la ruta hablando entre inglés, árabe y señas, tratando de descifrar de qué manera sería más beneficioso para nosotros conseguir un auto que nos lleve.
Cuando quedó claro que queríamos hacer dedo, el que hablaba inglés dijo que efectivamente el lugar donde estábamos era adecuado para eso y junto con los otros 2 señores se fueron al grupo reunidos alrededor del auto. Los otros muchachos se alejaron un poco pero nunca demasiado, observándonos con curiosidad.
Alrededor de 10 minutos después, una camioneta se detiene y mientras avanzábamos hacia ella para hablar con él chófer, uno de los señores que se había acercado antes volvió hacia nosotros, y antes de llegar a la camioneta nos iba diciendo con pocas palabras y señas que ese camión iba a donde nosotros queríamos llegar.
Enseguida tomó la batuta e intercambió unas palabras con los chóferes. Enseguida nos dijo que subiésemos. Por si acaso, aclaramos «free» (gratis) varias veces, por lo que el señor volvió a hablar con él chófer y nos hizo la seña universal, frotando los dedos índice y anular, y luego haciendo una especie de cruz con los brazos.
Sí, nos llevarían gratis.
Hasta el día de hoy no sabemos con certeza si hicimos dedo o si ese camión fue interceptado previamente por este señor para que nos llevara. Es difícil determinarlo en Egipto, donde todo el mundo busca ayudar al viajero.
De hecho fue cuando descubrimos que hacer dedo en Egipto es difícil y hasta te diría que no aporta demasiado.
Pero no te confundas, no digo que sea difícil porque nadie te lleve, sino porque es más probable que alguien hable con algún chofer y les pida que te lleven, o que te lleve la policía (por eso de proteger al turista), sumado a que los minibuses locales tienen un precio tan pequeño, que la diferencia entre el importe a pagar para salir a las afueras de la ciudad y el importe para que te lleve a la siguiente ciudad es totalmente despreciable, y por ende, muy accesible.
En cuanto a la experiencia de hacer dedo como tal, claro que es enriquecedora desde un punto de vista social (como siempre) pero en Egipto la gente interactúa con el extranjero en cualquier lugar, el mini bus, en la calle, en cualquier tienda, por lo que no hace demasiado la diferencia.
Lo que sí sabemos con certeza es que sin importar si hablamos el mismo idioma o no, siempre hay formas de hacerte entender, aunque a veces cueste un poco más.
Al menos lo suficiente como para terminar bailando música egipcia a todo trapo en la cabina del camión, o ser invitados a tomar un té bamboleante «on the road».
SEIS DE OCTUBRE
Algo teníamos seguro: mientras estuviera a nuestro alcance, queríamos evitar el caos del Cairo.
Fue así como en nuestra búsqueda por el Nilo nos detuvimos unos días en 6 de Octubre, una ciudad nueva un poco más al Sur de Cairo, lejos del ajetreo de la gran metrópolis, con un nombre que conmemora la recuperación del Sinaí por parte del pueblo Egipcio ante los Israelíes.
Según nos contó la persona que nos recibió en su hogar, esta ciudad es probablemente más local que otras que tienen fama de ser locales pero ya ha corrido más la voz al turismo que se interesa por ver ese lado del país, como sucede por ejemplo con Fayún.
Para nosotros 6 de Octubre era una ciudad un poco extraña. A veces daba la sensación de estar en un barrio de ricos mientras que en otras oportunidades brindaba una imagen apocalíptica con extensas zonas a medio construir, todo esto acompañado del desierto de fondo.
En la zona céntrica, donde estaban las tiendas, habían grandes centros comerciales (shopping o mall) algo inesperado en una ciudad todavía nueva y no tan grande. De alguna manera, se sentía como estar en un balneario o una ciudad más enfocada a una élite de mayor poder adquisitivo (y quizás en parte lo era).
En estos lugares fue donde entramos a un baño público por primera vez y descubrimos que a diferencia de cualquier otro lugar que hayamos estado, los baños de hombres y los de mujeres estaban muy separados, a varias decenas de metros de distancia uno del otro y en direcciones opuestas, una situación que se repite de igual manera o similar en otros lugares públicos.
Aunque la ciudad estaba en plena construcción lo que le daba un aspecto post apocalíptico, había una cierta tendencia a que las cosas sean visualmente bellas.
Pero esta tendencia luchaba contra la otra cara de la cultura, donde las cosas se pueden parchear, y una silla sin una pata puede arreglarse perfectamente haciendo una pila de piedras.
Tengo que confesar que yo tengo sentimientos encontrados con esta última tendencia, ya que si bien por un lado me gusta que las cosas se reparen y reutilicen, por otro lado mi mente acostumbrada al capitalismo piensa “pero ¿qué necesidad? Una silla nueva no puede ser muy cara”.
Fue interesante poder estar unos días en una ciudad en construcción, aunque luego comprobaríamos que en el país es bastante común que cerca de una ciudad haya una parte donde simplemente se agregue la palabra “new” y se construya como una extensión de la ciudad principal.
Tal es la cantidad de gente que vive en Egipto que la construcción de edificios de viviendas es constante y las ciudades siempre están extendiéndose (de ahí que es tan difícil también salir completamente de una).
Cuando nuestro último día en Seis de Octubre llegó, nuestro plan era caminar unas 2 horas hasta llegar a una terminal de mini buses (que no significa que sea el final de la ciudad precisamente) y ver allí si sería económico tomar uno directamente a Fayún, la siguiente ciudad donde alguien se había ofrecido a hospedarnos, o si hacer dedo era una opción mejor… pero acá fue cuando la hospitalidad Egipcia vino al rescate una vez más.
HOSPITALIDAD EGIPCIA
Varios kilómetros nos esperaban entre calles a medio construir, así que con botellas llenas de agua y un cálculo de 2 horas de caminata comenzamos a avanzar.
No había pasado ni media hora cuando Wa se detiene y comienza a hablar con el chofer de un auto que se había detenido a su lado.
Al principio pensé que sería pura curiosidad o que quizás estaba ofreciéndole servicio de taxi; aunque ya la habíamos experimentado previamente, todavía no estábamos completamente acostumbrados a la hospitalidad egipcia y aun pensábamos que los ofrecimientos de ayuda podían ser intentos de obtener dinero del turista.
De repente Wa me hace señas para que me suba al auto y sin entender mucho qué había pasado ahí, embutimos las mochilas y nos metimos dentro.
El conductor hablaba poco inglés, pero podíamos entendernos.
Nos dijo que nos iba a llevar a alguna agencia de bus para que pudiésemos averiguar el costo de los mismos. Yo no sabía que había hablado con Wa, pero tampoco quería que el pobre hombre se molestara en consultar precios de buses que no íbamos a tomar, porque si acaso tomábamos alguno, tendría que ser el mini bus local, que es el barato.
Pero el señor se detuvo en una agencia de autobuses privada, y el mismo se bajó a consultar. Volvió al poco rato con la noticia que esa agencia no llegaba a Fayún.
Luego se detuvo en otra agencia pero volvió explicando que estaba cerrada.
Mientras tanto yo seguía pensando como decirle en un inglés muy básico y de forma cordial que de todas maneras no era la idea pagar un transporte privado.
Finalmente, llegamos a la estación de mini buses, donde una vez más, el mismo se bajó a consultar y volvió al ratito, que fue cuando tuvo lugar esta conversación:
-¿Tienen dinero?
-Si si, tenemos.
-Pero de verdad… ¿tienen dinero?
-¿Para el mini bus? Sí, tenemos…
-No, si tienen dinero para ustedes.
-Si si, tenemos.
Al santo botón la conversación, porque acto seguido el señor saca plata del bolsillo y nos da 400 EGP, mientras nos dice que nos subamos al bus que ya está pago, y que además pongamos las mochilas cómodamente a nuestro lado, no encima nuestro.
Dimensionemos: el tipo había pagado el mini bus hasta Fayún (que nunca supimos cuánto costó) y además había pagado un asiento extra para las mochilas y que de esa forma podamos ir más cómodos… pero por si esto no fuera suficiente, encima nos regaló 400 libras egipcias (unos 14 dólares) para que lo usemos en lo que queramos.
El señor que se detuvo al vernos caminar con las mochilas y nos invitó a subir al auto. El señor con el que apenas nos podíamos comunicar. El mismo que no nos conoce de nada. Ese señor.
Todo pasó rápido, pero nos dio tiempo a intercambiar números de teléfono, sacarnos una foto y darle un pequeño recuerdo de Uruguay (recuerdos que cargamos para situaciones que lo ameritan, como claramente fue esta).
Pero este apartado de hospitalidad recién empieza.
Una vez en Fayún, la persona que nos iba a hospedar no dio señales de vida (ya ven, todo tiene claroscuros) y dado que ya habíamos conocido una ciudad de la cual nos habían dicho que era todavía más local que esta, después de caminar un poco alrededor y no sentir “el llamado de la ciudad” a quedarnos (me refiero a no sentir esa necesidad que a veces sentís cuando ves un lugar y decís “me quiero quedar acá”) nos pareció que lo mejor era seguir bajando por la ruta, sin una idea fija de nada.
Cuando llegamos a Fayún nos empezó a caer la ficha de que en algún momento la noche nos iba a sorprender y tendríamos que dormir en algún lado.
Fayún es ciudad y además acampar en zonas que no sean específicamente de camping está prohibido por ley en Egipto, y aunque los militares cuidan muchísimo al turista, no queríamos romper una ley en un país donde cada dos por tres te cruzás un militar armado con un rifle, así que las opciones para pernoctar eran los hoteles o las aplicaciones para hospedar viajeros y ser hospedados.
Elegimos la última opción y buscamos un alma caritativa que pudiera recibirnos ese mismo día en su hogar, en algunas de las ciudades cercanas, y esperamos una respuesta. Mientras tanto, teníamos que seguir moviéndonos hacia alguna de estas ciudades a las cuales enviamos mensajes de auxilio hospitalario.
Una de las cuales enviamos mensaje a los locales dispuestos a hospedar viajeros era Beni Suef, a unos 74 kms de Fayún. Habiendo ya vivido la experiencia de que el transporte público en Egipto es sumamente barato, buscamos la forma de utilizarlo para llegar a la próxima ciudad, sin saber si tendríamos un lugar donde quedarnos allí o no. De todas formas tampoco lo teníamos en Fayún así que quedarse o seguir era casi lo mismo, pero al menos en otras ciudades más adelante teníamos todavía una esperanza, la chance que alguien respondiera a nuestra petición de hospedaje.
Empezamos a caminar en Fayún buscando la estación de mini-buses para llegar rápidamente a destino, cuando un muchacho comienza a caminar a nuestro lado, cosa que no nos sorprendió porque acá ser extranjero es casi como ser famoso; ir caminando por la ciudad (con o sin mochila pero con notoria pinta de extranjero) significa ir saludando personas en cada cuadra, agradeciendo bienvenidas, respondiendo preguntas fugaces y sacándonos alguna que otra selfie con los lugareños.
Este muchacho, a diferencia del anterior, no hablaba nada de inglés, pero intentaba comunicarse con señas y palabras en árabe, sin demasiado resultado. Lo que sí llegamos a entender es que el nos decía que podíamos tomar un mini-bus para ir a la estación de mini-buses. Varias veces intentámos explicarle que queríamos ir caminando, que no había necesidad de tomar un bus hasta allí, pero el insistía. En ese tire y afloje estábamos, casi detenidos en medio de la calle, cuando un señor se acerca y nos auxilia con sus conocimientos de inglés.
Explicamos que queríamos ir caminando a la estación de mini-buses para ahorrar el costo de un mini-bus, que no era necesario, que podíamos caminar hasta allí, pero el muchacho insistía, al punto que nos hizo seguirlo.
Cuando llegamos a un cruce de calles bastante transitado, el mismo detuvo a un mini-bus y nos hizo subir. Después habló con el chofer, y nos dijo “free” (gratis).
Por si acaso, intentamos darle dinero al chofer, pero se negó.
De repente nos vimos arriba de un mini-bus, llevándonos a la estación de mini-buses, sin haber pagado boleto pero aun así estaba todo bien. No entendíamos nada.
Habiéndo visto (y probablemente entendido mejor que nosotros) toda la situación, un adolescente que iba en el asiento detrás nuestro pagó nuestro boleto, y nos dimos cuenta porque en los mini-buses de Egipto, para pagar el boleto se hace un pasa manos desde los asientos de atrás hacia adelante hasta llegar al chofer, y como nosotros estábamos adelante del todo, fuimos los encargados de pagar nuestro propio boleto con dinero ajeno.
De más está decir que intentar pagarle el boleto al muchacho también fue en vano.
Nos daba culpa porque en realidad no es que no pudiésemos pagar el boleto, es que no queríamos pagarlo siendo que podíamos caminar, pero como se dieron las cosas no nos habían dejado mucha chance a elegir, nos habían subido a un bus y después todo había pasado muy rápido, los egipcios con su excesiva intensidad te arrollan en oleadas de hospitalidad imposibles de esquivar.
Cuando llegamos a destino, el adolescente detrás nuestro se bajó con nosotros, y aunque hablaba todavía menos inglés que el muchacho anterior, nos guió hacia la estación de mini buses que distaba aun a algunas calles de allí.
En el camino le dimos un recuerdito de Uruguay e intentamos explicarle con las típicas señas de señalarnos a nosotros mismos y luego señalar la palabra, que ese nombre, Uruguay, era nuestro país.
En el camino nos preguntó si teníamos dinero para el siguiente transporte a lo que nos apuramos a responder que sí, no sea que nos quiera pagar este otro también.
Una vez más nos subimos a un mini-bus, el cual estaba parado esperando a ser llenado para arrancar.
Apenas entramos, apareció un muchacho en la puerta pidiéndonos foto, lo que animó a dos más a hacer lo mismo y todo el bus se volvió un set de fotografía improvisado lleno de sonrisas y agradecimientos.
Finalmente, el mini bus arrancó cuando aun nos quedaban unas 3 horas de sol.
Fue a bordo de este minibús donde vimos una forma que caracteriza al país y lo representa de forma internacional.
Estaba un poco maltrecha, y a lo lejos parecía más una pequeña montaña, pero mal o bien era lo que era… la primer pirámide que vimos en Egipto. A la pasada sí, de lejos, también… pero sí.
Menos de una hora después llegábamos a Beni Suef.
Chequeando los mensajes, nos encontramos con un chico que podía recibirnos ese mismo día en Nueva Menia, una de esas ciudades nuevas construidas cerca de otra más antigua (en este caso era Menia). Eso significaba que nos quedaban aun más de 150 kms por recorrer esa misma tarde, por lo que nuevamente, nos pusimos a buscar un medio de transporte rápido y barato… y esta vez nos acordamos del tren.
Nos habían dicho que era todavía más económico que los mini-buses, por muy imposible que eso pareciera ya que éstos cuestan alrededor de 1 dólar por una distancia de quizás 100 kms. Pero más allá del precio (que también influía) nos hacía ilusión tomar un tren, sobre todo viniendo de un país donde los trenes de pasajeros están casi extintos. Así que nos pusimos a caminar por Beni Suef buscando la estación de trenes.
Para que entiendas lo que pasó a continuación tengo que explicarte la experiencia de cruzar las calles en Egipto.
Hasta ahora, en los países donde habíamos estado, los automóviles y los seres humanos convivieron siempre en armonía, pero separados. La calle es territorio de los vehículos rodados mientras que la vereda es para los bípedos.
Cuando un bípedo necesita entrar al territorio de los rodados debe hacerlo con respeto, ya que está entrando a una tierra que no le pertenece. Debe ser cauteloso y esperar que los rodados le permitan el paso antes de avanzar, y al hacerlo, mantener cierta distancia entre ambas especies. Los bípedos deben aceptar la supremacía de los rodados dentro de su territorio (aunque las leyes, en teoría, los protejan).
Pues en Egipto no es así.
En Egipto los bípedos se rebelaron.
En Egipto tanto bípedos como rodados ocupan las calles sin diferenciación. Las personas caminan entre los autos a veces rozándose o haciendo zig-zag entre ellos, y no esperan a que éstos le den el paso para cruzar, sino que se lanzan al asfalto esperando que los vehículos paren justo 1 cm antes de tocarlos (o menos).
Fue así que un día nos dimos cuenta en qué nos habíamos convertido cada vez que cruzábamos una calle en Egipto: éramos la ranita.
¿Te acordás aquel juego que con unos pocos pixeles sobre fondo negro encarnabas a una rana (un pixel) que tenía que cruzar una calle (un conjunto de pixeles en forma de líneas) esquivando autos (más pixeles sueltos) hasta llegar al otro lado sin ser aplastada?
Si no te acordás es porque sos muy joven, pero si te acordás vas a entender perfectamente la situación de las calles de Egipto.
Habiendo explicado esto, nos encontrábamos yendo a la estación de tren de Beni Suef e intentando salir vivos en el intento, cuando luego de cruzar una calle en la que una moto quedó prácticamente tocándonos al detenerse de forma muy súbita delante de nosotros, un muchacho se nos acerca y hablando en inglés nos dice que cruzar las calles acá puede ser complicado y que tengamos cuidado. Ese fue el inicio.
Se presentó y luego de saber nuestras intenciones, se ofreció a acompañarnos a la estación de tren, luego de mostrarnos la bolsita negra de la compra que llevaba en la mano y decirnos que de todas formas tenía el resto del día libre.
El fue el primer egipcio que nos expresó su deseo de irse a vivir a Canadá, como luego descubriríamos que por algún extraño motivo es el destino soñado de varios de sus compatriotas.
Charlando llegamos a la estación de tren, en la cual desde un principio se sentía una presencia militar importante, cosa que notaríamos luego, es algo bastante habitual en el país.
Primero había que pasar todos los bolsos que uno tuviera por un escáner de rayos X como los de los aeropuertos, y dejar las pertenencias pequeñas aparte.
Algunos militares acudieron a nuestra llegada y preguntaron cosas que no entendimos, por lo que nuestro reciente compañero continuó la conversación. Luego nos contó de forma disimulada y en voz muy baja que le dijeron que los extranjeros tenían que pagar en dólares, pero que si no teníamos dólares podíamos pagar en moneda egipcia, pero sea como sea, el importe sería el establecido para turistas, que distaba -aparentemente- mucho del precio local.
El muchacho se disculpaba con nosotros como sintiendo vergüenza de las leyes de su país, y poniéndose en la fila de la ventanilla para comprar los tickets consultó el precio. Pareció discutir un poco con el ventanillero hasta que finalmente se dio vuelta y nos dijo que el costo para el turista hasta Beni Suef era de 310 EGP, es decir unos 10 dólares cada uno.
Este importe nos parecía excesivo, tomando en cuenta que otras personas nos habían contado que el tren era mas barato que el mini-bus, y el costo de éste último las veces que lo habíamos utilizado en Alejandría había sido extremadamente económico (menos de 0.25 dólares, es decir 10 pesos uruguayos, por distancias de 20 kms o mas). Fue por eso que en el caso del tren, por más que el precio al turista sea diferente, algo no cerraba, la diferencia era demasiado alta para el medio de transporte supuestamente más económico.
Pero como no habíamos tomado suficiente transporte público para estar seguros, estábamos ya resginándonos cuando tuve una idea y dije en voz alta “¿y si vamos a la estación de mini-buses?”.
El muchacho me miró por dos segundos y con la energía de quien está en una especie de misión aventurera dijo “ok, let´s go!” (“ok, vamos”).
De alguna manera este hecho parecía habernos quitado la vergüenza que podía aún existir entre personas que no se conocen, y el muchacho hablaba incluso más fluído que antes. Nos contó sobre su infancia y cómo terminó en aquella ciudad, así como de sus planes de migrar una vez acabada la universidad.
Cuando llegamos a la estación de mini buses él averiguó el precio por nosotros, y para nuestra sorpresa, el costo del boleto hasta la ciudad a la que queríamos llegar era de 30 por persona, es decir, mas de 10 veces menos que el costo del tren (en vez de costar 10 dólares cada uno, costaría 1 dólar cada uno).
Intercambiamos números de teléfonos celulares y le agradecimos toda la ayuda que nos había brindado, no sin antes sacarnos una foto para el recuerdo.
Una vez dentro del mini-bus la hospitalidad no paraba. Uno de los pasajeros hablaba inglés, y se ubicó detrás de nosotros para poder ayudarnos en el camino de ser necesario (fue quien le explicó al chofer dónde nos queríamos bajar, por ejemplo).
Nuestro día terminó llegando a Nueva Menia, una extensión de la ciudad de Menia (cosa que luego aprenderíamos es normal que suceda en el país) y siendo informados por nuestro anfitrión que al día siguiente iríamos a su ciudad natal, Asiut, donde nos darían ropa adecuada para asistir al casamiento de su primo.
Este día había estado lleno de sorpresas y hospitalidad egipcia en su máxima expresión, pero aparentemente el día siguiente también prometía.
EL EXTREMO CUIDADO AL EXTRANJERO, UNA «SHARIA TURÍSTICA» ENCUBIERTA
Esa mañana partimos con la familia que nos hospedaba en otro mini-bus rumbo a Asiut, una ciudad apartada de la atención turística pero exquisito para conocer la cultura local.
Mientras rodábamos por la ruta, la mamá del chico que nos estaba hospedando me mostraba las canciones cantadas por ella, en una aplicación aparentemente popular en el país, y con pocas palabras en inglés nos hacíamos entender. Me puso perfume en la muñeca y el viaje se desarrolló tranquilo… hasta que nos paró un control policial.
El mini-bus se detuvo a un costado de la ruta y algunos uniformados aparecieron. Poco a poco comenzamos a notar como la gente del transporte se daba vuelta a mirarnos y los policías oscilaban sus pupilas entre el chofer y nosotros.
El chico que nos hospedaba levantó la voz en un momento determinado para dar una respuesta a las autoridades, y pudimos escuchar “Uruguay”. Un señor ubicado al lado del chofer se dio vuelta e incluyó “Latinoamérica” / «América Latiné» en una oración que tiró al aire.
Una chica que iba sentada adelante se volteaba a mirarme y sonreía con ternura, cosa que me confundía porque aparentemente había algún problema del cual nosotros éramos el epicentro, y ella sonriéndome tan tranquila. En algún momento me dijo algo que no entendí, a lo que respondí con un “no arabiata” (no hablo árabe).
Entonces, se puso a hablar con la madre del chico que nos hospedaba, quien en algún momento le dijo a la muchacha “nice to meet you” (“encantada de conocerte”) y enseguida la muchacha me miró y repitió esa frase, esta vez dirigida a mi. Le respondí “Shukran” (gracias) a lo que ella miró confundida a la madre de nuestro anfitrión y por algunas palabras y la expresión sorprendida entendí que lo que le estaba diciendo fue algo así como “¡ah pero si habla algo de árabe!”.
Mientras todo esto pasaba dentro del bus, nuestro anfitrión se bajó a hablar con los policías. Volvímos a escuchar “latinamerica” y observamos la expresión resignada de nuestro amigo, hasta que finalmente volvió a entrar al mini-bus, y este fue autorizado a arrancar.
Parecieron horas pero la realidad es que fueron menos de 10 minutos.
Cuando pedimos explicaciones porque no entendíamos qué había pasado, nos esperábamos para ser víctimas del odio de las personas del bus, ya que estábamos convencidos que nosotros éramos los culpables de la demora.
Nada más lejos de la realidad.
Nuestro anfitrión nos explicó que más bien fue todo lo contrario.
Aparentemente, los mini-buses tienen un orden de salida que deben cumplir al viajar entre ciudades, primero sale uno, luego sale el siguiente, y así, por lo que en los controles policiales, los oficiales saben qué bus debe llegar a qué hora, cual primero y cual después.
El bus en el que íbamos llegó al punto de control policial antes de la hora estipulada, y antes que el bus anterior a el, por lo que en estos casos la policía retiene al mini-bus hasta que llegue el que debe llegar a esa hora, y luego deja ir al retenido. Además, también suelen revisar los bolsos de la gente (que van sobre el techo del mini-bus).
Pero como esta vez el mini-bus tenía extranjeros dentro, el chofer explicó esta situación, y por eso la policía dejó ir al mini-bus antes de lo estipulado y tampoco revisó los bolsos de los pasajeros.
La cara de resignación de nuestro anfitrión se debía a que los policías le pidieron que si recibía extranjeros en su hogar debe notificarlo a la policía.
Es este entonces un buen momento para explicar cómo manejan las autoridades la presencia de extranjeros en Egipto.
Cuando una persona de este país recibe a un extranjero en su hogar, debe notificar de esto a las autoridades para que de esta forma la policía pueda “cuidar” del extranjero. Es muy común que la policía siga a los turistas y les pregunte donde están siendo hospedados, e incluso los escolte hasta que lleguen allí.
A nosotros no nos pasó, pero hablamos con extranjeros que nos contaron que vivieron varios días con oficiales a modo de escolta. A veces hasta los esperaban a la salida del edificio donde se estaban quedando para acompañarlos a donde fueran, incluso a comprar víveres al almacén de la esquina.
También nos enteramos, cuando nuestros días en Egipto estaban llegando a su fin, que habíamos sido muy afortunados al haber podido viajar tanto entre ciudades en mini-buses locales, porque normalmente, la policía no permite a los extranjeros tomar este tipo de transporte ya que consideran que puede ser peligroso para ellos, obligando al turista a tomar trenes que son mucho más caros ya que tienen precios diferenciados para locales o turistas (cosa que ya habíamos corroborado en Beni Suef) y además suelen darle al turista las clases altas, no las más económicas, para asegurar su seguridad.
Incluso sucede, según nos contaron, que un turista debe quedarse en hoteles seguros para ellos, que usualmente son más caros que los hoteles para locales; suponemos que algunos de estos últimos aceptarán turistas, pero si se ponen estrictos, no deberían si no pertenecen a ese grupo de hoteles “seguros para extranjeros”.
Por un lado, todo esto puede tomarse como parte de la hospitalidad egipcia, pero por otro lado también es cierto que en un intento por proteger al extranjero, pueden también limitar su libertad en el país, por lo que si bien la intención es buena, no es difícil ver extranjeros quejándose de sentirse casi acosados por la policía.
En lo personal, nuestra experiencia no fue negativa ya que nunca sentimos que nuestra libertad se viera condicionada, pero es cierto que siendo extranjero te puede tocar la “ayuda obligada” de las autoridades, y si eso sucede, no podés hacer nada al respecto más que aceptarla.
Todo esto no hace mas que hacernos ver paralelismos entre el trato que por ejemplo se le da a la mujer, (en el cual se la trata de cuidar a un extremo que la ata hasta en su vestimenta), pero llevado al turista, al cual se le dice todo el tiempo, «podes hacer esto, pero esto no, y todo esto es por tu bien», y que en el fondo, se siente mas como una cordial extorsión a la cual decidimos bautizar acuñando el término de «Sharía Turística».
LA HOSPITALIDAD QUE DUELE
¿Alguna vez escuchaste que la línea que separa el dolor del placer es muy fina?
Seguro que sí, y probablemente llegaste a experimentarlo.
Pues algo así es lo que sucede con la hospitalidad egipcia.
A lo largo de nuestros viajes hemos experimentado muchísima hospitalidad, y aunque siempre es algo que habla muy bien de la gente del país, algo que se retiene como un buen recuerdo y en general como un punto más a favor del lugar, en Egipto es tan extrema que puede llegar incluso a provocarte culpabilidad y en algunos casos hasta cierta incomodidad.
Es una sensación positiva tan fuerte que casi duele.
Muy a nuestro pesar cuando nuestro viaje por Egipto llegaba a la mitad nos descubrimos devolviendo los saludos de los locales con menos energía que al principio, y en una oportunidad hasta tuvimos que decir “ok, pero solo una foto porque ya nos sacaron muchísimas hoy”.
No queremos sonar desagradecidos porque realmente nos sentimos muy abrazados por el cálido recibimiento egipcio, y la ayuda que nos brindaron en todo momento es de los recuerdos más lindos que tenemos de todos nuestros viajes, pero mentiría si dijera que luego de un tiempo había momentos en los que solo queríamos sentarnos en una plaza a comer algo sin ser reconocidos como extranjeros para poder tragar un bocado sin dejar un “thank you” atragantado.
También está el otro aspecto que no es hospitalidad como tal, pero que se encuentra muy presente en el país, y es la curiosidad desmedida por el turista, en donde muchísimas veces nos hizo desear poder sentarnos en un parque sin sentir 30 miradas fijas siguiendo todos nuestros movimientos.
De hecho, a Wa le pasó de entrar en un baño de McDonalds con cuchicheos mayormente femeninos a sus espaldas, y cuando salió había más de 10 cámaras de teléfonos celulares apuntando a la puerta del baño esperando el momento en que el saliera para acribillarlo a fotos.
Claro que nosotros también le sacamos fotos a la gente de vez en cuando ya que muchas veces es la mejor forma de inmortalizar la cultura local en una imagen, pero intentamos (y esperamos) no incomodar a la persona. Y aunque parezca la misma situación, la diferencia la hace la cantidad de veces que esto pasa para cada uno.
Para esa persona quizás seamos los únicos turistas que le sacan una foto ese día ya que somos minoría, pero cuando la cosa es al revés y sos una minoría a la que la mayoría le pide foto, puede llegar a resultar incómodo.
Obviamente, los propios egipcios no tienen la culpa de que al extranjero pueda resultarle cansadoras algunas de sus atenciones, de hecho la simpatía del primer ciudadano egipcio que nos dio la bienvenida al país es la misma que el ciudadano número 300 que hizo lo mismo, lo que cambia es que para él quizás sea la primer bienvenida del día que ofrece a alguien, mientras que para nosotros quizás es la número 40 que escuchamos y respondemos en el día.
Yo supongo que algo así es como se siente la gente famosa, que después sale con lentes oscuros para que no los reconozcan. Están agradecidos a su público, pero necesitan pasar un poco desapercibidos.
Así con todo, hay que diferenciar la hospitalidad y ayuda desinteresada con la curiosidad de la cual se encuentra víctima el extranjero, y aclarar que estamos sumamente agradecidos con todas las personas que hicieron que Egipto se encuentre a día de hoy en el top de países hospitalarios en los que hayamos estado. La naturalidad, alegría y espontaneidad de su gente, unida a sus ganas genuinas de ayudar al forastero son realmente de las cosas mas bellas que nos llevamos del país, y sin dudas un aspecto particular que hacen que la sociedad egipcia sea única para el viajero.
Desconocemos si esta característica es típica de los países árabes ya que hasta ahora Egipto es el único en el que estuvimos, pero de momento, podemos decir que la deuda que tenemos con el pueblo egipcio va a quedar para siempre en la columna del “debe” de nuestro viaje, y nos llevamos a su gente, desde aquella que nos brindó una sonrisa hasta la que que nos ayudó des-interesadamente, e incluso aquellas que nos pidieron fotos, en un recuerdo inolvidable.
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