Nuestra primer boda egipcia se acercaba y las dudas comenzaban a inquietarnos.
¿Estará bien si voy vestida así?
¿No importa que nadie nos conozca?
¿Y qué les vamos a regalar a los novios?
Pero nuestro anfitrión y su mamá tenían todo bajo control, y como si fuésemos Barbie y Ken, cada uno agarró a uno de nosotros y nos llevaron a prepararnos.
A Wa lo vistieron de chaqueta y pantalón formal, camisa y corbata, mientras que a mi me dejaron con mi propia ropa y únicamente me pusieron una campera negra con peluchito en la capucha. Wa estaba claramente más formal que yo, pero como desconocía las reglas de etiqueta del país no me cuestioné mucho nada. Aparentemente, a los que somos extranjeros se nos perdona la etiqueta (o la carencia de ella).
EL ULULAR FEMENINO EN UNA CELEBRACIÓN TRADICIONAL
Cuando caímos al casamiento los votos casi habían terminado, pero llegamos justo para escuchar lo que supusimos fue la promesa de compromiso dictada con la mano del novio sobre una tela finamente decorada.
La concreción de los votos se cerraron con una serie de gritos femeninos que me recordaban a un ave nocturna, un aullido ulular triunfante y a su vez inquietante que brotaba esporádicamente detrás del novio. A veces el sonido comenzaba cuando alguien regalaba a los novios un sobre con que intuíamos contenía dinero, y otras veces brotaba sólo porque no podía ser contenido.
Poco a poco, fue dando comienzo a la formación de un círculo también femenino en cuyo centro bailaron los nuevos esposos, circulo que a veces se expandía dejando paso a niños, camarógrafos y algunos varones que se acercaban a curiosear, y a veces volvía a cerrarse en una noria estrecha de vestidos largos y velos largos.
Para esta altura, a nosotros, meros observadores, ya habían cosas que nos llamaban la atención, por ejemplo el hecho de que los vestidos de las mujeres eran mayormente claros, al contrario de la cultura occidental donde ir vestida de blanco o color marfil era opacar a la novia, acá parecía no solo normal sino hasta recurrente.
A su vez, nos costaba ubicar la presencia de los hombres, ya que la mayoría se encontraban apartados, en un grupo a un lado de la pista de baile mientras los novios bailaban en el círculo de féminas.
Y por último, al fondo de la pista de baile había una especie de escenografía donde podía verse claramente una cama sobre un fondo decorado. Fue cuando nuestra mente empezó a divagar. Nos parecía muy contradictorio que en una sociedad donde las mujeres deben cubrir sus cabellos y los vestidos llegan a los tobillos, la pareja de recién casados estuviesen bailando de manera que parecía que el la llevaba a ella a la cama, en un mensaje claro y bastante explícito. Con los ojos desorbitados, esperábamos el momento en el que ambos llegaran a la cama de la escenografía (como una simbología por supuesto, no esperábamos que pasara nada en esa cama).
Rato después descubrimos que estábamos equivocados y si bien esa escenografía se usaría luego para sacar fotos, nuestras mentes habían imaginado demasiado libertinaje, y el novio no estaba llevando a la novia a la cama, sino que simplemente estaban bailando solos, mientras los invitados los observábamos alrededor, dejándoles la pista de baile para ellos solos.
En algún momento y ante una señal que no pudimos reconocer, la novia quedó encerrada en un círculo de mujeres, mientras que el novio se dirigió a un grupo de trajes oscuros al otro costado de la pista, y acá fue donde empezó el bailongo.
Para nosotros era muy raro ver que las mujeres bailaban amontonadas a un lado, y los hombres bailaban haciendo payasadas uno al otro.
Además, si lo veías de lejos, era una masa de colores claros y pastel, con una masa de colores oscuros un par de metros al costado, bien diferenciados.
Las mujeres bailaban de manera que parecía que estaban representando lo que la letra de la canción del momento dijera; movían las bocas como si fueran ellas quienes cantaban la canción y hacían gestos con los brazos y las manos que indicaban lo que la canción decía, es decir se señalaban a si mismas y negaban con los brazos, o los extendían al cielo en señal de gratitud, etc. También saltaban mucho y no paraban de reír.
Por supuesto, no había movimientos provocativos en su baile, sino más bien interpretativos.
En cuanto a los hombres, se abrazaban y caminaban hacia adelante, levantaban las patitas, se daban caderazos, se filmaban con el celular y también reían.
Nosotros observábamos todo con ojos de quien presencia un ritual completamente nuevo, hasta que nos empezaron a llegar las peticiones de fotos.
Cuando alguien nos pedía una foto, daba coraje a otro para hacerlo, y así en un momento determinado teníamos miedo que los novios vinieran a quejarse de que les estuviésemos quitando protagonismo.
Pero no, eso no sucedió y cuando más o menos todos los interesados tuvieron su foto, nos escabullimos a la mesa que nos habían asignado, desde donde miramos nuestros alrededores tomando una botella de agua que alguien nos trajo.
Fuimos conociendo algunas personas, y yo tuve mi propia compañera de boda cuando una niña de alrededor de 12 años que hablaba un poquito de inglés decidió convertirse en mi guía personal a través de mi primera boda egipcia. Me llevó a recorrer el lugar y llevar a cabo una de las principales actividades que aparentemente son comunes en estos eventos: sacarse fotos con las decoraciones.
Yo que no soy una persona muy fotogénica y que además no me gusta sacar 10 fotos iguales, tengo que aceptar que me generaba un poco de ansiedad cuando la nena, con toda la mejor intención, me hacía poner bajo un arco de flores rosas y hacer diferentes poses, o quizás allí haciendo como que bajo la escalera, ahora sentada con la mano en la rodilla, ahora de espaldas, y un largo etcétera más.
Y no te creas que este era un entretenimiento femenino, no señor. Muchos varones hacían exactamente lo mismo solo que nuevamente, los varones se sacaban fotos entre ellos y las mujeres entre ellas. Nunca se juntaban, para nada.
En una de estas vueltas a la mesa, después de una de las tantas sesiones fotográficas, Wa me cuenta las noticias: “te lo perdiste” me dice “me hicieron bailar con el novio, me daba caderazos y el camarógrafo nos filmó en primer plano”.
Mi explosión de risa se vio súbitamente interrumpida cuando me dijeron “la novia te está esperando… tenés que ir a bailar con ella”.
Yo que la última vez que había bailado fue en mi cumpleaños de quince años empecé a sentir la gota de sudor corriendo por la espalda… “no pero yo no bailo, que vergüenza, no sé como bailar acá…”.
El chico que nos llevó al casamiento se puso serio “la novia ya te vio y está esperando por vos… no podés decepcionarla”.
Una chica rellenita y muy simpática apareció como invocada y me llevó de la mano a la pista de baile mientras mi escolta de 12 años nos seguía atrás. Yo no entendía qué estaba pasando cuando me ví en medio de un apretado grupo de mujeres vestidas en colores pastel. La chica rellenita me agarró de las manos e intentaba moverme los brazos para que pareciera que bailaba (o que al menos lo intentaba) y en algún momento me pegó un empujoncito que me dejó de cara a la novia, la que me sonrió con calidez y también intentó bailar conmigo (digo “intentó” porque creo que lo yo hice no fue bailar) durante unos eternos 20 segundos.
Después mi guía de 12 años me dio unas vueltitas, le di algunas a ella haciéndome la que sabía lo que hacía (spoiler: no sabía) y escapé apenas pude del montoncito de mujeres.
Fueron los 3 minutos más largos de toda la celebración.
En algún momento cuando el sol ya se había ocultado la gente dejó de bailar y se acomodaron en sus respectivos asientos: la cena había llegado.
Yo soy consciente de que agarro el tenedor de manera un poco extraña, así que cuando la niña que se sentaba a mi lado (mi guía) me dijo “no no no, así no” creí que se refería a eso y quería que lo sostuviera como una lady, con el dedito índice hacia adelante, pero no… resulta que me dijo que el tenedor tenía que agarrarlo con la mano derecha y cortar con la izquierda. Fue entonces cuando miré a las demás personas en la mesa y todos agarraban los cubiertos así… no podían ser todos zurdos.
Aparentemente lo que rige esta regla es la propia cultura árabe, que considera que la mano izquierda es impura, por lo tanto la derecha es la utilizada para llevar la comida a la boca (aun usando cubiertos).
También hay ciertas normas de gala que no son necesariamente árabes e implican lo mismo, el uso del tenedor con la mano derecha, pero no era este el caso.
Mientras yo luchaba por cortar carne con la mano izquierda, veía a Wa tan campante comiendo con el tenedor en la mano izquierda… el se salvó porque no tenía “guía personal”, así que fue el único de la mesa que comió con el tenedor en la mano izquierda.
Pero si hablamos de comodidad, lo que más captó mi atención fue ver como la única mujer completamente cubierta con un burka sentada a la mesa (el velo que sólo deja al descubierto los ojos) tenía que levantarse el manto con una mano cada vez que se llevaba comida a la boca, pero no demasiado, lo suficiente para que el tenedor pase.
Aun sabiendo que es un tema cultural y que quizás ellas estén acostumbradas, no deja de ser algo chocante para nuestra mirada occidental.
Luego de este breve momento para comer que apenas duró una hora, todas las mesas quedaron únicamente ocupadas por las personas más mayores nuevamente, o aquellas que tenían bebés a cargo, mientras que los demás saltaron a la pista a seguir con el bailongo. Si algo nos sorprendió de los casamientos egipcios es la energía que los invitados tienen ya que prácticamente todo el día están danzando sin parar.
También fue llamativo el hecho de que aunque en la vida diaria las mujeres cumplen un papel más sumiso donde hasta en las calles pasan más desapercibidas, en el casamiento son las que causan más alboroto, las que están siempre saltando y bailando, pegando grititos y riéndose.
Sin dudas, entre los dos grupos bien diferenciados de hombres y mujeres en la pista de baile, y a diferencia de lo que vemos en las calles, acá es el grupo de las mujeres el que más llama la atención.
De alguna manera el casamiento entero se sentía algo más femenino que masculino, aunque eso quizás no sea tan diferente a la cultura occidental.
Dejamos el casamiento socialmente agotados, pero con la hermosa experiencia de haber vivido un ritual diferente al que uno está acostumbrado, siendo esta búsqueda por los ritos locales una parte importante de lo que uno busca cuando viaja para poder vivir más la cultura desde dentro.
Pero nuestra noche no terminaba ahí… de hecho, recién estaba comenzando.
CABALGANDO EN LA MADRUGADA EGIPCIA
Luego del casamiento, la persona que nos hospedaba nos invitó a salir a caminar por la ciudad.
Sobre las 23 hs recorríamos las calles de Asiut, maravillándonos con la vida nocturna, mucho más longeva de lo que creíamos.
No solo la mayoría de las tiendas estaban abiertas, sino que además había ferias de frutas y verduras sobre las calles, como si fueran las 10 de la mañana.
Gente de todas las edades recorría los puestos con sus bolsitas y los más jóvenes se juntaban en grupos a comer o simplemente caminar como nosotros. Es cierto que predominaba la presencia masculina en las calles, sobre todo aquellos que salían por diversión, como si el lugar de la mujer durante la noche estuviera limitado ya sea o bien dentro de la casa o comprando alimentos.
Nos ubicamos en la parte exterior de una especie de bar/restaurante, donde habían colocado una televisión afuera, frente a muchas mesas y sillas.
En algunas podía verse la siempre presente shisha, una especie de pipa de pie mas parecida a una lámpara, utilizada para fumar, que funciona con agua en su interior. La persona inhala el humo a través de una manguerita (explicado con palabras para que todos me entiendan) y según entendemos, este puede tener una gran variedad de sabores a elección del consumidor.
El fútbol es una pasión muy presente en todo Egipto, cosa que de vez en cuando nos hacía sentir un poco como en casa. De hecho, la remera de Uruguay de Wa fue reconocida en muchas oportunidades.
Esta vez el partido que estaban emitiendo era la final del mundial de clubes de este año, o dicho de otra manera, la final la jugaban el Real Madrid y Al Hilal.
Los egipcios alentaban obviamente por el cuadro de Arabia Saudita, mientras que en el cuadro español jugaba un uruguayo (Valverde) que casualmente hizo un gol mientras nosotros estábamos viendo.
Mientras Wa y yo disfrutábamos de un capuchino barato y rico, como nos tiene acostumbrados Egipto, nos percatamos de que yo era la única mujer del lugar, y entonces entendí las miradas curiosas que siempre estaban pegadas a mi nuca y que solo notaba cuando giraba súbitamente la cabeza.
Ni el lugar ni la hora son propios para una mujer en Egipto.
Luego de terminado el partido, continuamos deambulando por las calles de Asiut.
En algún momento del día anterior había surgido el tema de mi gusto por los animales y lo mucho que me gustaría volver a andar a caballo, a lo que el muchacho que nos hospedaba nos había comentado que su tío tenía caballos y que quizás podíamos conocerlos, pero siendo esta nuestra última noche con él, no creímos que hubiera oportunidad de llevar esto a cabo.
Pero cuando ya pasaba la medianoche en nuestra caminata nocturna, y creyendo que estábamos volviendo al hogar para irnos a dormir, nuestro anfitrión nos informa que su tío nos esperaba en su casa.
Al poco rato estábamos en un almacén egipcio, al otro lado del mostrador, viendo al tío de nuestro anfitrión hacer las últimas ventas de la noche después de invitarnos un jugo de cajita.
El almacén trajo consigo la nostalgia del Uruguay de los 90´s y recuerdos de infancias también tras el mostrador.
Por ahí viajaba nuestra mente cuando el tío de nuestro anfitrión nos dice que pasemos al auto.
Poco rato después estábamos en una casa de Asiut, cerca de las vías del tren, viendo y acariciando perros, caballos y vacas, intentando socializar con gallinas, y aupando cabras bebés.
Preparamos luego una alfombra en el piso sobre la cual se acomodaron bandejas con carne asada y tomate que comimos con las manos y tirando de vez en cuando algún pedacito a los gatos que se acercaban atraídos por el olor.
Los ojos me brillaron cuando el hermano de nuestro anfitrión, un muchacho joven pero ecuestre experimentado, me preguntó si realmente me animaba a andar a caballo.
¿Qué si me animaba dice?
Estaba esperando este momento.
–¿Sabés andar a caballo? -me preguntaba él.
–Sí si, ya he andado antes -respondía enfáticamente, mientras Wa me miraba con una ceja levantada y me decía bajito “¿segura que sabés andar a caballo?”.
Digo… ¿Qué tan distinto podía ser de las veces que andaba en Pony en el Prado y en el Parque Infantil cuando tenía 7 años y aquel señor viejito me enseñó a manejar las riendas?
¿O de la vez que anduve en aquel caballo grande con 12 años, aquel que se desaforó y empezó a correr y tuve que esquivar una rama de un árbol agachándome en la carrera?
Claro que sabía andar a caballo.
A ver, desfachatez no me faltaba, y valentía aparentemente tampoco, pero lo que no conocía era el mundo que puede llegar a ser ensillar un caballo.
Con este muchacho aprendí desde cómo se debe entrar al lugar donde está el caballo, y qué sonido hacer para tranquilizarlo, pasando por cómo peinarlo para estimular la circulación sanguínea y continuar apaciguándolo, hasta dónde pararme para colocar las diferentes monturas con la seguridad de que el caballo no vaya a propinarme una coz.
Todo el proceso fue largo y hermoso de aprender. Lo único que no me gustó y que no sabía es la forma en la que se colocan las riendas en la boca del animal, porque no me era difícil ponerme en el lugar del caballo y pensar en lo incómodo que debe ser llevar un pedazo de hierro dentro de la boca del cual uno luego tironea para dirigirlo. Pero nada podía hacer yo en ese momento para cambiar siglos de ingeniería ecuestre más que intentar no cinchar demasiado las riendas cuando estuviera sobre el.
Alguien me trajo un té que no pude terminar porque el momento había llegado… tenía que subirme al caballo.
Caballo que para fines informativos contaré que era una yegua mayorcita y la más alta del lugar, y además estaba embarazada, por lo que mis cuidados hacia ella eran todavía más excesivos de los que normalmente tengo cuando un animalito me deja ser parte de el en un lazo tan íntimo de confianza como lo es el montarlo por ejemplo.
Después de un pequeño impulso acompañado de saltito me encontré sentada sobre “Grandma”, como llamaban a la yegua que me dejó ser su compañera de pasos por un ratito. Ahora me encontraba con el desafío de hacerla caminar sin golpearle la panza con el pie, que era una de las maneras más típicas.
Intenté chiflarle pero no me hizo caso, así que me propusieron que le diera con el talón en las costillas… me dolía en el alma, así que solo la toqué un poquito con el talón y afortunadamente Grandma comenzó a caminar.
Así que sobre la 1 de la madrugada nos encontrábamos allí, en una casa rodeados de animales, andando a caballo.
Grandma resultó bastante obediente, y según el hermano de nuestro anfitrión yo sabía dirigirla muy bien, cosa que me demostraba a cada rato con gritos de “good jooob!” cada vez que Grandma obedecía a mis suaves tirones para doblar o detenerse. Confieso que esas palabras me trajeron paz; aparentemente mi “basta experiencia” andando a caballo en el pasado (léase con ironía) había dado resultado y mis enfáticas afirmaciones de “claro que sé andar a caballo” no habían sido en vano.
Eso o quizás Grandma era la yegua más empática y bondadosa del mundo.
Wa no quiso intentarlo, pero nos sacaron una foto donde parecemos los protagonistas de una telenovela de las 17 hs o la tapa de un libro de Johanna Lindsey, solo me faltaba el gorrito vaquero, y a Wa le faltaba tener el torso al aire.
Luego volvimos a la casa de nuestro anfitrión donde nos tocó dormir separados ya que la casa se rige bajo las reglas de su mamá, y por temas de religión, al no estar casados Wa y yo, se nos pidió que durmiésemos separados, así que yo compartí cama con ella y Wa durmió en el cuarto del hermano de nuestro anfitrión.
Un casamiento, una caminata nocturna, ver un partido de futbol en un bar egipcio, estar al otro lado del mostrador, cenar sobre una alfombra en el suelo y montar a caballo en la madrugada… sin dudas este había sido nuestro día más variopinto de Egipto hasta ahora.
UN DESCANSO EN MEDIO DE LA VIDA LOCAL
Nuestra próxima anfitriona seria alguien con quien no sabíamos que conectaríamos tanto.
Crissy, una chica alemana recién mudada a Asiut (pero con experiencia en vivir en varios países) nos recibió en su hogar durante más días de los que planéabamos estar.
Fue de esas personas con las que conectamos desde el principio, aquellas con quienes llegas a sentir que mas que invitados somos compañeros de piso.
Si bien Asiut se considera una ciudad en la que no hay nada para hacer, para nosotros fue casi un hogar y fue donde desvelamos uno de los misterios que desconocíamos de Egipto.
Primero que nada el hecho de ser un lugar tan local y por ende no tan acostumbrado al turismo, hacía que si bien seguíamos siendo “famosos” y la gente nos pedía fotos y demás, no había mucha gente pidiéndonos dinero por el simple hecho de ser turistas, más bien al contrario, al ser un lugar no tan acostumbrado al turismo, muchas veces sentíamos que las personas nos daban un trato especial, cosa que si bien no es mala y venía con la mejor intención posible, a veces nos hacía sentir culpables.
Por ejemplo, en una oportunidad donde acudimos a un puesto de verduras a comprar algunas cosas, el señor que atendía decidió cobrarnos con una foto… luego que tuvo su foto con nosotros, no quiso cobrarnos los productos. Finalmente luego de mucho insistir dijo que el costo sería de 1 EGP (o sea, un peso de Uruguay). Obviamente era un precio simbólico para dejarnos contentos.
En el supermercado, casi el único que encontramos, también sentíamos que el trato era excesivamente amable al punto que no nos quedaba claro si era algo general o era por ser notoriamente extranjeros.
Si bien en Asiut era todavía menos frecuente, tengo que poner las manos en el fuego por Egipto, y dejar en claro que hasta ahora nunca nos sentímos “estafados” con el típico incremento al turista, tan común en tantas zonas. Ni siquiera en Alejandría donde están un poco más habituados al turismo.
Así que a la hospitalidad egipcia le sumamos también la honradez referida a los costos.
Pero todo tiene sus claroscuros y hay cosas que en ciudades más locales se advierten aun más, por ejemplo el tema de la suciedad en las calles.
Aunque hubieran señales en la calle que dijeran “la limpieza es un comportamiento civilizado” no necesitabas caminar mucho más para descubrir que la frase “haz lo que digo y no lo que hago” podía encajar mejor en Egipto. Y la metralleta de los militares que apuntaba hacia la vereda justo detrás del cartel que pedía limpieza parecía no meter mucha coerción en la gente.
También fue en Asiut donde nos cansamos de los cánticos de las mezquitas, todo hay que decirlo.
Si bien el primer país donde escuchamos los rezos emitidos por parlantes desperdigados por toda la ciudad fue en Surinam, y por tanto en Alejandría no fueron novedad (en Alejandría lo aturdidor eran las bocinas de los autos) fue en Asiut donde empezamos a sufrirlos un poco porque teníamos una mezquita apenas a una cuadra de la casa donde nos estábamos quedando.
Cerrar las ventanas no los silenciaba. No había manera de ignorarlos.
Crissy nos contaba que cuando tenía alguna reunión de trabajo por videollamada tenía que esperar a que terminaran los rezos para continuarla. A ese punto.
A veces eran las 3 de la madrugada y nos despertaban los rezos.
Así entonces, lo que en un momento fue la gloria de estar inmersos en la cultura de forma inevitable, la cosa fue transfigurándose hasta el punto de poner los ojos en blanco cada vez que empezábamos a escucharlos (especialmente cuando esto sucedía durante la madrugada).
Otra cosa llamativa que notamos en Egipto pero aun más en Asiut, probablemente por ser una ciudad mayormente local, es que el hecho de que ver niños trabajando no es tan extraño. A veces los veíamos ayudando a atender al público en alguna tienda o cargando cajas chicas.
Pero lo que nos dejó con una sensación agridulce que no sabíamos para donde maniobrarla fue cuando, buscando un lugar que hicieran duplicados de llaves con nuestra amiga Crissy, y luego de atravesar una calle llena de tiendas de reparación de autos donde a juzgar por las caras de la gente parecía que nadie había visto un turista (o tres) en su vida, llegamos a un local chiquito pero bien abastecido donde solo había un niño de no más de 10 años.
El fue quien nos atendió y mientras esperábamos a un adulto para realizar la copia de la llave, lo vimos tomar la llave de Crissy, y comenzar a trabajar en una máquina. Menos de minutos después, la copia de la llave estaba lista y nosotros no sabíamos si felicitarlo o pedirle que juegue más y trabaje menos.
Y aunque nuestros días en Asiut fueron mayormente dedicados a disfrutar de la vida de rutina por un breve lapso de tiempo, donde nos dedicamos a escribir, cocinar, ver películas a la noche y tener largas conversaciones con nuestra “compañera de piso”, también fue el lugar donde lo vimos a el de cerca por primera vez…
El Río Nilo tiene algo mágico para quien viene de afuera.
Tengo el recuerdo de las clases de historia en el liceo, donde siempre era fácil recordar cual es el río más largo del mundo, y donde nos explicaban como esta tirita de agua es capaz de abastecer a todo un país, y la importancia que representa para el mismo.
El Rio de la Plata es hermoso y lo llevamos en el corazón, y recorrer el Amazonas en canoa fue mágico para nosotros, pero el Nilo es el primero que se me viene a la mente si hablamos de ríos, así que tenerlo tan cerca fue de las experiencias más recordadas de nuestro pasaje por Egipto.
En ese momento no sabíamos que luego podríamos verlo desde los lugares más impensados, que caminaríamos a un lado de sus miles de canales y veríamos como alimenta a la agricultura local, e incluso que lo navegariamos, pero esta vez fue especial en sí misma porque fue la primera, y las primeras veces se sienten con una intensidad única que no podés sacarte nunca de la cabeza.
EL MISTERIO DE LAS MUJERES DESAPARECIDAS
Adaptarse a la cultura del país que uno está visitando puede ser desafiante a veces, fácil o difícil, incluso a veces puede “hacerte ruido”, pero lo que suele ser siempre es un cúmulo de signos de pregunta.
Uno va por terrenos desconocidos intentando entender lo que le rodea (ay, esta humanidad que uno lleva dentro), buscándole explicación a lo no entiende.
Y nosotros no entendíamos DONDE CAZZO SE METÍAN LAS MUJERES EGIPCIAS.
Las habíamos visto en pequeños grupos paseando por la rambla de Alejandría, o comprando en las calles comerciales de Seis de Octubre, comprando en las ferias e incluso regentando tiendas de venta de vestidos de novia, pero rara vez veíamos mujeres en las calles durante la tarde de los fines de semana.
Alguna se veía claro, pero muchas menos que los hombres, y no podía ser que fueran muchas menos en relación poblacional.
¿Se quedaban en casa? ¿Tenían que cuidar a los niños? ¿Preparar la comida o limpiar la casa? ¿Realmente era eso… era SIEMPRE eso? ¿No estaba bien visto que salieran por ocio? ¿O simplemente no querían salir?
Muchas preguntas nos asediaban en este aspecto, hasta que conocimos a una chica egipcia que Crissy contactó, y nos invitó a salir con ella y sus dos hijos una tarde del fin de semana… o sea un viernes.
¿No te habíamos contado eso no?
Pues bien, aprovechamos este inciso en la ciudad más libre de turistas que estuvimos para contarte que en Egipto los días viernes y sábado corresponden al fin de semana y su domingo es nuestro lunes.
Así que salir un viernes con ella, es como si en nuestra cultura occidental estuviésemos saliendo un sábado.
La chica nos llevó a las afueras de Asiut, a una ciudad pegadita llamada “New Asiut” (Nuevo Asiut), una de esas extensiones de ciudades que se están armando constantemente en el país, como ya habíamos experimentado en “Nueva Menia”. Siendo Egipto el cuarto país mas poblado en África a 2023 con más de 106.000.000 habitantes, no nos extraña que estas ciudades estén constantemente naciendo.
Allí nos hizo entrar a un espacio enorme, amurallado y con rejas, explicándonos que ese era el club más popular de todo Asiut (y Nuevo Asiut). Nosotros no entendíamos bien a que se refería con “club” pero estábamos deseosos de aprender.
Habiendo presentado el pasaporte y atravesando la estricta seguridad del lugar, nos adentramos en lo que pronto descubriríamos era la resolución del misterio.
Una vez dentro lo que haya depende del club.
Nosotros visitamos dos el mismo día y pudimos ver las diferencias que pueden haber entre uno y otro.
El primero, el amurallado con mucha seguridad se llama “WADI DEGLA” y tiene muchísimos servicios en su interior, desde tiendas con “chucherías” a la venta (broches de pelo, maquillaje y dermo-cosmética, perfumes, etc) hasta restaurantes y cafés, pasando por gimnasio, piscinas, canchas de deportes, y por supuesto, lugares para sentarse al aire libre y juegos para los más chiquitos.
Según nos explicó la chica que nos llevó, te permiten entrar con comida siempre y cuando sea algo chico “para los niños”, como snacks, alguna torta casera, y no mucho más. Si querés consumir algo más, tenés que comprarlo allí adentro.
He de decir que los precios de la comida no eran malos para ser un lugar tan exclusivo.
La zona de las piscinas fue un tanto particular para nosotros porque vimos mujeres nadando con el hijab puesto, mientras otras nadaban con remera de cuello alto y calzas. Solo las más chicas eran las que usaban un bañador un poco más ligero, que dejaba ver por ejemplo los brazos. Los hombres si nadaban a torso desnudo pero en distintos “carriles” de la piscina.
En cuanto a los gimnasios, obviamente estaban separados por sexo, al igual que los que se ven en las ciudades.
Pasamos allí la tarde, primero recorriendo el lugar, y luego comiendo en la zona de las mesas y sillas. Para esta altura, el club se había llenado y aunque habían algunas familias con hombres, la gran mayoría de las personas consistían en grupos de mujeres con niños, los cuales andaban desparramados por ahí jugando.
Según nos contó la chica que nos llevó, este lugar era perfecto para pasar la tarde porque era un lugar seguro donde llevar a los niños y dejarlos jugando sin demasiada supervisión (gracias al nivel de seguridad del club) mientras los adultos se dedican a conversar y comer algo.
Entendimos perfectamente por qué este club era el más exclusivo de Asiut (y también el más caro) luego que conocimos el otro al que nos llevó la chica egipcia, donde nos esperaba su mamá con algunas señoras más.
Este segundo club estaba en la ciudad misma de Asiut, era más pequeño así como a la vista menos lujoso. Habían algunas tiendas, y un pequeño restaurante, así como un parque con juegos para los niños, pero no mucho más.
La mejor parte del club como tal era el hecho que se ubicaba justo al lado del Nilo, aunque separado por una reja, lo cual se entiende desde el hecho de que son lugares familiares donde la mayoría de las personas van con niños.
La mamá de la chica que nos acompañaba y sus amigas fueron un amor. Nos llenaron a comida casera y a través de su hija, la mamá hacía algunas preguntas que pueden resultar incómodas para quienes venimos de otra cultura.
Resulta que la señora tenía un hijo de 38 años que aun no se había casado, y quería intentar enchufárselo a Crissy. Cuando ella explicó que tenía novio, la señora le preguntó si no tendría alguna amiga alemana para ofrecerle a su hijo, a lo que nuestra amiga respondió de forma muy educada que él es quien debe elegir la chica de quien se enamore, y ella no podía presentarle a una amiga esperando que se casaran.
Todos nos reímos, pero en el fondo todos sabíamos que este fue un choque cultural en formato de diálogo amigable.
Así fue como una tarde de Asiut descubrimos el misterio de la desaparición de mujeres durante los fines de semana.
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