Cuando empezó esta aventura sabíamos, gracias al primer viaje piloto realizado en 2016, que uno determina dónde comienza pero no donde termina.
No solo lo sabíamos, sino que también lo anhelábamos, porque cuando eso sucede significa que no todo está trazado, que los caminos se construyen y las situaciones surgen con ese efecto sorpresa que tanto nos gusta.
Por eso aquel día, alrededor de una fogata, nos dimos cuenta que de alguna manera estábamos siendo parte de una caravana, y sin mediar más palabras, no pudimos evitar sonreír.
¿NOS VAMOS?
Aquel día Marc estaba emocionado de forma más burbujeante que de costumbre, y nos contó el motivo: una amiga suya seguía el blog de un grupo de viajeros que recorrían partes del globo buscando un lugar para formar una comunidad donde poder vivir en armonía, bajo los mismos ideales que ellos comparten. El grupo está conformado por individuos de varias edades y nacionalidades, cuyo medio de transporte son autos y camionetas, y en estos momentos se encontraban en EE.UU. Dado que Marc tiene un terreno en Winsconsin y podía interesarle el plan que este grupo busca llevar a cabo, quizás estaba dentro de sus posibilidades ofrecerles un lugar donde detener su caravana itinerante, en principio por un tiempo, con posibilidad de establecerse si ambas partes así lo acordasen.
Marc se comunicó con los viajeros, y acordaron fechas, en principio, aproximadas.
Ya conocemos el alma caritativa de nuestro amigo, así como su entusiasmo por conocer seres itinerantes a lo largo y ancho del país, así que tampoco nos sorprendió cuando nos propuso lo siguiente: “¿qué les parece si nos vamos a pasar unos días a mi propiedad en Winsconsin, y aprovechamos a visitar el Lago Superior, que queda muy cerca?”.
También nos ofreció la posibilidad de quedarnos en su casa, pero la respuesta de nuestra parte era bastante obvia, y algunos días después comenzamos el primer viaje rutero con nuestro amigo Marc.
RUTAS DEL NORTE
La mañana comienza con un montón de café dispuesto en las mejores tazas térmicas que probamos en la vida, las mismas que justo antes de arrancar el auto casi olvido encima del techo, siendo un clásico de la población estadounidense, según nos contó Marc mientras subímos al corcel metálico; aparentemente, en este país no es difícil ver autos andando con un vaso sobre el techo, producto del reciente olvido de sus conductores.
Por supuesto que si ves esto en un auto en marcha probablemente el olvido fue reciente porque como sabemos -por leyes de la física que no quiero recordar- si el auto está en marcha no sería demasiado el tiempo que el recipiente aguantaría erguido sobre el techo.
El combo rutero lo completa una caja de 6 donas por U$S 1 que compramos en el Dollar Tree el día anterior, y aunque no son las mejores (Marc compra unas mucho más ricas) nos hizo sentir inmersos en la cultura.
Unas 7 horas nos separaban de nuestro destino en Winsconsin y la primer parada la estamos realizando en uno de esos típicos restaurantes que suelen aparecer en todas las películas de carretera, con asientos acolchados y lámparas bajas con pantallas amplias y coloridas.
Varios kilómetros más adelante la fantasía del local de comidas clásico es ampliamente superada por la agradable sorpresa de de las “Rest área” (“área de descanso”) que consiste básicamente en una gran área de estacionamiento (parqueo) rodeada de mesas, asientos, una construcción con baños, máquinas expendedoras de bebidas y snacks, y personal que ofrece mapas de la zona a las almas errantes que por allí pasamos.
Según nos dijeron, estas zonas de descanso se encuentran en todo el país.
Todo en ellas es de uso público y gratuito (con excepción de los productos de las máquinas expendedoras) y al el que nosotros estamos visitando se encuentra rodeado de áreas verdes muy bien mantenidas.
No creemos que sea posible acampar en estos lugares, pero nuestra mente no puede evitar pensar en qué excelente lugar sería en caso que viajando a dedo uno se quedase varado en las cercanías.
Apoyándonos en el baúl del auto comemos un poco de pollo deshidratado y huevos duros que Marc trajo, y con las energías recargadas, continuamos el “roadtrip”.
PUERTOS GEMELOS – unidos y separados por el agua.
Duluth es una ciudad grande, y aunque ha perdido un poco aquel carácter de escondite turístico donde los ciudadanos adinerados se entregaban al ocio, es imposible no notar el glamour que aun destilan sus casas.
Es cierto que para nosotros casi cualquier casa que vimos hasta ahora en el país se ve lujosa, pero en Duluth la diferencia era notoria, incluso para nosotros.
Aparentemente, Duluth vivió épocas muy prósperas, sobre todo durante el siglo XX, donde cumplía con importantes actividades portuarias para el país, así como fábricas de acero, muchas de las cuales permanecen en pie y como símbolo característico a día de hoy.
De hecho en algún momento fue la ciudad con más millonarios per cápita del mundo entero
Pero seamos sinceros… lo que todos recordaremos de ella por los siglos de los siglos, es que fue el lugar que vio nacer a Bob Dylan.
La ciudad está justo en el límite del estado de Minnesota, siendo su vecina la ciudad Superior, separada de ésta por un puente.
Eso significa que apenas cruzamos el puente aquel día, pasamos de estar en el estado de Minnesota, a estar en el estado de Winsconsin.
La diferencia entre ambas ciudades es, a nuestro parecer, bastante notoria estéticamente hablando.
Mientras que en Duluth se ven casas más señoriales y muchas fábricas y construcciones de cemento, en Superior resaltan los ladrillos, y al menos a gusto personal, resulta más agradable a la vista que su vecina adinerada, sintiéndose más cálida y acogedora.
Lo cierto es que cada ciudad tiene un puerto que, por decirlo de manera entendible “comparten el mismo trozo de agua” pero a su vez, éste espacio acuático es atravesado por el límite entre estados, dándole así a esta zona el nombre de “Twin Ports” (“puertos gemelos”).
Es un poco difícil de explicar, pero muy fácil de entender con una imagen.

Creditos de la imagen: extraída de Wikipedia
Con la presencia de otros puertos que mueven mayores cantidades de negocios, hoy en día los Twin Ports no constituyen quizás los más importantes del país, pero ciertamente no pierden su utilidad, ni dejan de ser un caso particular por tratarse de puertos gemelos.
Bueno, por eso y por estar ubicados en el lago de agua dulce más grande del mundo, con el que apenas estamos teniendo nuestro primer acercamiento, aunque solo sea visual.
EL CUERNO DE LA ABUNDANCIA – BIENVENIDOS A CORNUCOPIA
Un poco más allá del cartel que presenta al pueblo, salta a la vista una construcción circular, techada, hecha en madera, bajo cuyo techo dos objetos llaman la atención de cualquiera que se digne a mirar: primero, un caño que emergiendo del piso emana constantemente un chorro de agua subterránea y cristalina que vuelve a la tierra a través de una rejilla ubicada sobre un pequeño pozo de tierra.
Segundo, una pequeña biblioteca solidaria, donde a pesar de estar en una época donde tocar objetos que fueron tocados por otras manos puede convertirse en el fundamento de una película de terror, nada detuvo a los habitantes de este pueblo a contribuir a la expansión de la lectura entre su gente y aquellos que solo estamos de paso.
Proveniente de la expresión en latín “cornu copia” (cuyo significado literal sería “la abundancia del cuerno”) este pueblo honra su nombre no tanto por el dibujo del famoso cuerno del cual salen frutas y verduras que representó la abundancia entre griegos y romanos cientos de años atrás, representado en el cartel que da la bienvenida a Cornucopia, sino además por brindarle honores al nombre ofreciendo agua potable y cultura, de forma totalmente desinteresada.
Alimento al alma y el cuerpo, ciertamente una buena representación de la abundancia.
Un pueblo como este merecía que se le dedicase más que unos minutos para hacer uso de sus ofrecimientos, así que luego de llenar bidones que serían nuestra bebida en los días venideros, pasamos un rato en la pequeña costa, la cual pertenecía ni más ni menos que al Lago Superior, aquel que vimos de lejos hace un rato y ahora podíamos incluso tocar.
EL ÁRBOL QUE INTENTÓ BLOQUEARNOS EL PASO
El auto de Marc giró en la ruta y se introdujo por un túnel de árboles que apenas comienzan a mostrar signos de un otoño colorido. No hay casas a la vista, pero algunos huecos en la maleza representan entradas a propiedades privadas.
Fue delante de uno de estos huecos donde lo vimos… o mejor dicho, donde no lo vimos.
El auto de Marc avanza hasta toparse con barreras anaranjadas y una señal de “calle cerrada” nos deja en jaque mate.
“¿Dónde está la entrada a mi propiedad entonces?”, se pregunta nuestro amigo.
Deshacer el camino andado nos encara con una entrada entre los árboles que a Marc le resulta familiar, identificándola como la entrada de sus vecinos “de en frente”, si es que podemos aplicar esos términos en propiedades donde las delimitaciones no están dadas por formas ajedrezadas.
“Pero entonces… acá debería estar la entrada a mi propiedad”, dice, mientras señala un montón de ramas en diagonal, al otro lado del camino
¿Un montón de ramas?
En efecto, un árbol de dimensiones gigantescas atraviesa la entrada que ahora se camufla bajo tonos secos de marrón y amarillo. Es tan grande, que las posibilidades de moverlo se reducen a cero, así que enseguida nos encontramos entrando a la propiedad del vecino de “en frente”, donde una pareja en sus cincuentas nos saluda.
Luego de ser presentados, él nos cuenta que vivió algunos años en Chile por lo que entiende y habla un poco de español; a partir de allí, cada vez que se dirige a nosotros lo hace en nuestro idioma natal.
Marc plantea el inconveniente del árbol y se entera que hace unos días hubo una tormenta tan grande que tiró abajo varias cosas, entre ellas ese ejemplar que ahora yacía en el suelo.
Nosotros conversamos ahora con la señora, quien a pedido de Marc que insistía, nos dispusimos a aceptar el tour que la señora nos ofrece.
La cabaña es el sueño de aquellos amantes de este tipo de viviendas, con todos los clichés que podés esperarte encontrar en una: desde la chimenea de piedra, pasando por la gama de colores sobrios, las ollas colgando del techo y las decoraciones a base de naturaleza muerta.
Salimos de la casa con el fondo de mi voz diciendo cosas como “cuando sea grande voy a tener una cabaña así” y al acercarnos a Marc y el vecino, descubrimos el taller que éste último tiene. Se dedica al negocio de la leñería, pero en su taller hay también arcos y flechas, maquinarias y herramientas, cosas todas bastantes familiares para mí.
Lo único que no es familiar y que me genera una curiosidad aparentemente indisimulable, es aquel trampolín enorme que se ve a unos pasos de distancia, al aire libre, bajo los árboles de la propiedad de esta pareja que en algún momento nos comentaron que eso estaba allí por sus nietos.
Algo habrá percibido Marc en mis ojos, porque sin esperar una respuesta por mi parte se dirige al leñador y le pregunta si podría yo subirme a saltar en el trampolín.
Me sentí mucho menor de lo que soy (anatómicamente hablando) pero tan agradecida, que después de unos mil “thank you” me fui al trampolín, y con Wa siguiéndome con la cámara de video en “play” en el teléfono, comprobé una vez más que mi condición física no es la mejor pero que la felicidad de ese momento no podía ser opacada con ningún kilo de más o ejercicio de menos.
Minutos después allí estamos, frente al tronco derribado horizontalmente, Marc Wa y yo preparados con guantes, el señor vecino preparado con una motosierra.
Ante la caricia violenta de este último, la máquina emite un ronroneo que evoluciona a rugido cortando la tranquilidad de la naturaleza circundante. Los trozos de madera comienzan a caer.
Rato estuvimos moviendo ramas y troncos a un lado del camino, y poco a poco la entrada apareció ante nuestros ojos… como también el buzón aplastado contra el piso, único indicio humano de que más allá de aquel hueco en la maleza, una propiedad tenía nombre y apellido.
Un trozo de tronco fue nuestro material de estudio mientras el leñador nos explicaba como medir la edad de un árbol según sus anillas, conocimiento que teníamos pero que pocas veces habíamos podido aplicar en un tronco de aquellas dimensiones.
Aquel recibimiento por parte de la naturaleza no hizo más que comenzar, porque aunque ya habíamos llegado al que sería nuestro hogar por los próximos días, todavía teníamos cosas que hacer… como descifrar un puzzle y encontrar un lugar donde dormir, por ejemplo.
UN TRONO ENTRE LA MALEZA Y UN TECHO SOBRE LAS CABEZAS
El terreno de Marc es amplio, con una especie de claro en medio y rodeado de bosque, donde los únicos indicios de presencia humana en el se reducen a 3 objetos: el buzón de la entrada (ahora derribado), el camper cerrado que descansa sobre una colina sin ser abierto hace más de 15 años, y el trono plástico que se esconde entre la maleza para aquellos que estén suficientemente apurados como para encontrarlo.
Nuestro amigo tiene el don de convertir cualquier tarea en un juego, así que construir un aro de piedras que sirva de cuna a la futura fogata que nos daría calor y alimento, se transformó enseguida en “el puzzle que teníamos que resolver”.
Aquellas piedras grandes que ahora acarrean Wa y Marc colina abajo, fueron recolectadas a muchos kilómetros de distancia y traídas poco a poco en varias visitas que Marc realizó a su propiedad en el pasado. Este puzzle, como Marc llamaba al aro, sería el resultado de un trabajo de varios meses de realización.
Quizás es por esto que verlo terminado nos produce esta satisfacción excesiva quizás por tratarse de un círculo de piedras… quizás es gracias a aquella piedra tan bien fijada y de forma tan plana que nos proporciona, además, una pequeña mesa de piedra a un costado de las parrillas, o quizás sea por aquel ritual que se anuncia implícitamente alrededor de las fogatas.
Teniendo calor y alimento asegurados, ahora tocaba jugar a las casitas.
El viejo camper que descansaba sobre la colina (por llamarle de una manera más ostentosa a aquella elevación en el terreno) no fue abierto desde hace mas de 15 o incluso 20 años, y su origen probablemente se remonte a los años 70, siendo originalmente de los padres de Marc.
Luego de varias deliberaciones y de encontrar la forma de bajarlo de aquella elevación, conseguimos ponerlo en terreno llano, no tan lejos del aro de piedra, dejando ahora un montón de pasto seco en el lugar donde antes descansaba esta potencial casita.
Ni Wa ni yo vimos antes semejante obra de arquitectura nómade.
Lo que parecía una caja para guardar cacharros con posibilidad de acoplarse a un auto, comenzó a transformarse en algo menos que una casa y mucho más que una carpa.
Durante mucho rato fuimos piezas auxiliares en ese despliegue de tecnología que Marc manejaba con más destreza de la que él mismo creía, y esa cajita anaranjada y blanca comenzó a convertirse en hogar.
La cosa se puso intensa cuando descubrimos que, en realidad, nosotros no éramos inquilinos en ella, sino ocupas.
Marc empuja la estructura que mueve los rieles bajo los colchones (porque sí, tiene colchones) y deja al descubierto un ser vivo que aunque parece estar dormido, las múltiples curvas que su cuerpo crea delatan el estado de alerta en el que se encuentra.
Yo la vi primero.
-Hay una… serpiente adentro.
Y enseguida comencé a sentirme muy estúpida (al mejor estilo siglo XXI) a la vez que intrépida mientras enfocaba la cámara del teléfono cada vez más cerca de la ocupa que comenzaba a impacientarse.
Marc hizo una pausa y me preguntó si le estaba sacando una foto, pero ante mi declaración “no… es video”, tomó al animal de la cola sin reparo ninguno, y la revoleó al mejor estilo poncho de la Sole.
La desalojada vino a caer no muy lejos, y por el movimiento del pasto no me cabe dudas de que volvió a acercarse a nosotros, pero ya todo estaba hecho… el camper estaba montado, y ella debía buscarse un nuevo hogar durante aquellos días.
Pensando en cosas que suelen pasarse por la cabeza en este tipo de situaciones (¿tendría hijos la serpiente? ¿conseguirían otro lugar donde dormir? ¿dormiríamos nosotros con sus hijos dentro del camper?) ya solamente queda una tarea pendiente.
Nos dirigimos ahora a una zona perdida entre los árboles que rodean el claro donde dejamos el aro para la fogata, nuestra nueva casita transitoria y el auto.
El objetivo principal es cortar algo de leña para el fuego, pero detrás de esto, y aunque nadie lo dice en voz alta, se esconde un motivo mucho más importante: estamos de camino a conocer el trono.
Atravesando ramas bajas, por una línea imaginaria que fuimos demarcando cada vez más a fuerza de pasos, y cruzando sobre el pasto seco que alguna vez cubrió el camper, llegamos al sitio en cuestión, y fue cuando lo vimos.
La luz del sol no llegaba a iluminar sus bordes lisos, su color verde intentaba camuflarse con la naturaleza que lo rodeaba, pero tanto esplendor nunca podría pasar desapercibido, ni en el más confuso de los paisajes.
Allí está, casi brillando ante nuestros ojos: el trono.
Aquel retrete cuadrado que más adelante permitiría minutos de contemplación, de expiación, de limpieza terrenal, mientras sentados sobre su suave estructura contemplaríamos la vida misma, circundante, en su máximo esplendor, a la vez que una parte de nuestro ser dejaba este mundo como lo conocemos para formar parte de otro, mucho más profundo, en las entrañas de la tierra; aquel retrete nos daba la bienvenida, nos hacía saber que sin importar las posibles inclemencias del tiempo, sin importar las serpientes ocupas ni los pies fríos, él estaba allí para hacernos sentir como en casa.
De más está decir que este water-cló orgánico era el motivo de orgullo de Marc, y no le faltaba razón.
Recogemos leña y nos encontramos nuevamente en terreno bajo, donde con fuego ya ardiendo cocinamos un guiso de lentejas.
También intentamos hacer un té con unas flores rojas que crecen en los alrededores, pero resultó demasiado ácido y nadie supo disimular la expresión al tomarlo. Un té que vuelve a la tierra.
En la noche, las luces de los autos iluminan la negrura clara de un cielo con estrellas, y es cuando conocemos a las personas de la caravana que estamos esperando… aunque primero conocemos a sus perros, quienes corren hacia nosotros y mientras algunos se dejan querer, otros ladran por largos minutos hasta que finalmente se medio acostumbran a nuestras voces.
Las últimas horas de la noche las pasamos entre guiso y pensamientos de unión, mientras la vía láctea aparecía sobre nuestras cabezas y muy atrevidamente nos abstraía de vez en cuando.
LA VENGANZA DE LAS DESALOJADAS
Hoy es el día.
Despertamos dentro de nuestra casa-carpa sintiendo el sol golpeando suavecito en la lona cerrada mediante cierres metálicos, de esos que ya no se hacen.
Nuestro compañero de aposento ya no está allí, pero un murmullo llega desde el exterior. Son las 8 de la mañana, momento que consideramos oportuno para despertarnos ya que sobre las 9 partímos en una expedición en busca de lagos gigantes, playas y algunas cosas más que nadie pudo preveer.
Los ojos se nos vuelven rayitas cuando impactamos contra la luz matinal, y luego de lavarnos los dientes ayudándonos con uno de los bidones del agua solidaria de Cornucopia, nos ubicamos en dos asientos libres alrededor de la fogata que ya ardía en medio de aquel puzzle, nuestro circulo de piedras.
Petit, el perrito menos tímido del grupo canino se acerca a nosotros pidiendo cariño mientras nos mira con esa cara de consumidor de cannabis tan suya, y una de las chicas de la caravana nos ofrece café; los demás ya tomaron el suyo, así que con un poco de vergüenza aceptamos.
Minutos después, la cafetera de expreso gorgotea sobre la parrilla, y en tazas metálicas disfrutamos del calor que golpea nuestra piel apenas entibiada por el sol del Norte.
Marc habla con los demás sobre el método que utilizan para preparar el café, y en pocos minutos estamos todos opinando sobre preferencias.
-En Europa el expreso es muy popular -cuenta Vera.
-Sí, y siempre se toma en medidas pequeñas, como si fuera un shot, sin azúcar o con muy poca. No es como acá que usualmente se toma la taza grande -agrega Agustí.
-Sí, aunque yo prefiero mi taza grande de café en las mañanas -apela Marc, en defensa de sus tazas grandes (como las nuestras).
-Sí… el expreso es bueno, pero yo también prefiero la taza grande -si se trata de café, no puedo quedarme callada, aunque tomando en cuenta que se nos acaba de convidar con el “shot” de expreso, me da un poco de vergüenza admitir mi predilección por las típicas tazas grandes llenas hasta el borde.
El desayuno culmina con sándwiches y pan de molde con mermelada y mantequilla de maní, un clásico estadounidense.
Antes de partir quiero hacer uso una vez más del trono, porque si bien durante la noche alejarse unos pasos del grupo te sume en la más negra oscuridad y podes arreglártelas en cualquier lado, durante el día es conveniente caminar cuesta arriba para alcanzar aquel asiento tan inspirador, perdido entre los matorrales.
Me consta que donde está el pasto seco que alguna vez yacía bajo el camper, en el camino hacia el trono, había aparecido alguna que otra serpiente (nunca más de una) cuando alguien atravesaba esa zona, así que aquella mañana le pedí a Wa que me acompañase por si acaso. Pero no esta vez… esta vez sería diferente.
Dado que nunca más había visto a esta inquilina desalojada, así que antes de salir hacia la caminata quise emprender el viaje al trono completamente sola, y allá que me fui, tarareando bajito para inculcarme despreocupación. La misión se completa con éxito, mis segundos en el trono se desarrollan con normalidad, y me dispongo a bajar alegremente la colina, rumbo al grupo que conversaba tranquilamente.
Es ahora cuando las 6 personas reunidas alrededor de la fogata escuchan un grito, y al dirigir hacia sus miradas en dirección del sonido, vislumbran la figura de una chica de trenzas que corre como alma que lleva el diablo, levantando pastito a su alrededor y moviendo los brazos hacia los lados como si quisiera volar.
No se me había cruzado una serpiente… se me habían prácticamente enredado bajo los pies, apenas estos hicieron contacto con el pasto seco de aquella zona, unas 4 o 5 serpientes que yo asumo eran “adolescentes” dado su tamaño. Mientras corría pensaba en que bien merecido teníamos este intento de derribo cual liliputienses a Gulliver… ¡no habíamos desalojado una serpiente, sino una familia entera!
UNA PLAYA CASI PRIVADA
Vera me presta su sombrero porque está más a mano que el mío, y una vez listos todos los que queremos caminar, la expedición da comienzo.
Por el sendero rodeado de árboles nos vamos juntando y separando en diversos grupos, hasta que finalmente quedamos desperdigados en 3: Marc y Kate toman la delantera, seguidos por Wa y yo, escoltados al final por Vera y Agustí.
Unos pasos más atrás Petit y Shailo corren, se pierden, vuelven a aparecer y toman la delantera para perderse nuevamente más tarde.

Un poco antes de tomar las posiciones definitivas
Pasamos a un lado de una pequeña quinta de vegetales, probablemente de alguna de las casas ocultas en la maleza; vegetales que no necesitaban mayor protección que un portón bajo de madera y tejido.
A veces alguna entrada hacia evidente la escasa presencia humana en los alrededores… a veces no.
Una señal de “calle cerrada” no detiene a Marc y Kate, quienes atravesando por el costado continúan el camino, y así lo hacemos nosotros, los seguidores.
Entre caminos cada vez más irregulares, vegetación más espesa y una superficie que mutó de horizontal a diagonal en dirección ascendente, descubrimos lo que Marc quería mostrarnos en principio; una solitaria playa se deja escuchar, y unos pasos más allá se hace visible.
Nuestro tercer encuentro con el Lago Superior.
Petit es el único valiente que entra al agua sin dudarlo cuando lo desafiamos a ir a buscar un palito lanzado con malicia infantil a las olas.
Marc, quien ya sabemos disfruta mucho de los paisajes donde el agua fluye, se sienta en uno de los troncos de árboles caídos y pierde su mirada en el casi horizonte que este inmenso lago ofrece.
-¿Es un buen lugar verdad? -pregunta y afirma a la vez.
Los árboles de esta playa son un caso particular; parecen intentar retenernos ofreciéndonos asientos por doquier; algunos incluso emergen de la arena y quedan suspendidos en el aire, ofreciendo un divertido juego de trampolín para aquellas almas y/o cuerpos que no se conforman con un asiento estático (como una humilde servidora).
Con el peso de la calma que intentaba retenernos, emprendemos nuevamente nuestro camino, porque la expedición apenas está comenzando y todavía hay Lago Superior para rato.
HONGOS
En efecto, el camino cuesta arriba se hace cada vez más denso; la vegetación comienza a dejar de ubicarse a los costados y comienza a interponerse en todas direcciones; los caminos son cada vez menos caminos.
Nadie se aleja demasiado; los más rápidos deben ser pacientes y los más lentos deben intentar apurarse un poquito para llegar a un equilibrio… y después tenés a Wa, que haciendo caso omiso al código de etiqueta implícito en los trekkings grupales, se adelanta hasta que se lo pierde de vista, y vuelve a aparecer rato después, esperando sentado en alguna piedra (prácticamente lo mismo que hacen Shailo y Pettit).
¿Pero qué pasa cuando el entusiasmo de una persona nos convierte a todos en “caminantes lentos”?
Un grito nos hace voltear.
Agustí dejó escapar una expresión de alegría que no le cabía en el cuerpo. Con un alarido de felicidad se agachó ante algo que los demás no podíamos ver.
La curiosidad nos acerca a él y agudizamos la vista, entonces su entusiasmo nos devela el misterio: Agustí era no sólo un buen cocinero sino que además sabía distinguir muy bien diversas especies de hongos.
Esta combinación, en un entorno húmedo y aparentemente lleno de esta forma de vida silenciosa, eran el paraíso para nuestro compañero de caminata.
A partir de acá la caminata, que hasta ahora era apenas interrumpida con algún que otro sonido poco perceptible de alguna ardilla, se convirtió en una expedición para juntar hongos, en la que todos participamos de buena gana.
Alguien desplegó sus dotes mágicas e hizo aparecer una bolsa (nunca sabremos de dónde salió) la cual se fue llenando ante los gritos de alegría de Agustí, mientras nuestros ojos se entrenaban cada vez más, detectando colores y formas entre las hojas secas, algunas más caprichosas que otras, haciéndonos dudar si realmente estábamos caminando sobre la superficie de la tierra o si algún tipo de cambio dimensional nos devolvió al fondo del Caribe, allá por San Blas quizás, y aquello que observábamos eran corales.

Imposible no recordar aguas caribeñas
Varias especies llenaban la bolsa, siendo el Lactarius Deliciosus el más codiciado de todos.
Ya sabemos incluso diferenciar el verdadero de otra especie similar.
Pero poco imaginaba yo que aquel hongo grandote que vi mientras subíamos una especie de escaleras hechas de raíces, se convertiría en el trofeo de la expedición de los hongos.
–¡Ese es un Chantarelle! ¡El hongo para risotto! -casi gritó Agustí cuando lo vió.
-Entonces… ¿se puede comer? -pregunto, entendiendo de comida, pero no de hongos.
-¡Claro! Es de los más caros. En España uno como esos puede costar 10 euros -observa Agustí, casi extasiado.
Con semejante hallazgo mi orgullo “honguero” está saciado con creces.
¡En tu cara Super Mario!
EL LAGO DE AGUA DULCE MÁS GRANDE DEL MUNDO
La búsqueda de los hongos no acortó el camino, pero lo hizo sin lugar a dudas más divertido.
Muchos pasos y varios hongos encontrados después, podemos decir que finalmente estamos llegando a la cima desde la cual nos encontraremos una vez más con el famoso Lago Superior.
Conocido como el lago de agua dulce más grande del mundo, y el más grande del grupo de “Los Grandes Lagos” (integrado además por el lago Michigan, Hurón, Erie y Ontario) el Lago Superior es a veces llamado “mar cerrado”, probablemente por su extensión, que al verlo genera esa sensación de estar ante una masa de agua mucho más grande de lo que uno entiende por “lago”. Este grupo de lagos comparten además territorio con Canadá.
De todas formas, no creo que el atractivo del lugar esté dado únicamente por el lago, sino además por la naturaleza que lo rodea, y las cavernas que se forman a sus orillas, algunas de las cuales se pueden ver inclinándonos un poco sobre unas estructuras de madera pensadas especialmente para que la gente no se vaya con todo y alma derechito al fondo del lago.
Vemos chicas posando de forma muy profesional frente al lago, y de fondo, alguien le pide a Vera y Agustí que le pongan la correa a Shailo… el tamaño del can asusta a algunos, mientras que embelesa a otros.
El lugar es concurrido, aunque según nos cuenta Marc, en época pre-covid, suele haber más gente.
Nuestras lentes también enfocan paisajes y el disparador se presiona varias veces, aunque no tantas como para impedirnos disfrutar un rato del paisaje sin sacar el teléfono de nuestros bolsillos.
Volvemos cuesta abajo, sin dejar de buscar hongos pero ya algo más distraídos por el aire fresco con el que el lago nos refrescó. Una señora bastante mayor que iba cuesta arriba con su esposo me sorprende doblemente, primero por verlos subiendo por aquel trekking, lento pero con seguridad, y segundo por la frase que me suelta al pasar a mi lado “nice hat kiddo!” (“¡lindo gorro chica!). Me sorprende porque voy tan distraída que no esperaba un comentario repentino, y porque tampoco esperaba entenderlo, así de sopetón, estando yo con la cabeza entre las ramas (literal y metafóricamente), pero la sonrisa que le ofrecí a la señora se mantuvo durante todo el camino de vuelta.
BAJO EL MANTO DE LECHE DE ERA
Agustí está tan entusiasmado, que enseguida se pone manos a la obra para preparar un almuerzo con entrada incluida, y que mejor entrada que los Lactarius Deliciosus para esto.
Vuelta y vuelta en la parrilla, un poquito de sal, y no se necesita nada más.
La simplicidad y perfección son dos características que podrían definir la cocina de este español entusiasta de los hongos, una buena combinación para un compañero de grupo en un camping.
¿Qué? ¿Me estás preguntando si realmente son tan deliciosos como su nombre promete?
Te lo voy a responder así: a Wa no le gustan los hongos. Estos le gustaron. Fin.
La entrada fue liquidada con el lujo de poder repetir, dando paso al plato principal que como no podía ser de otra manera, consistía en risotto con el hongo Chantarelle y otro llamado Lengua de Buey. El segundo plato serían fideos erectos. No me juzguen, Agustí dijo que para ese plato, la forma de darse cuenta cuándo están listos los fideos es cuando uno ve que se ponen erectos, así que para mi ese plato de ahora en más se llama así, fideos erectos (no me importa si otras personas le dicen paella de fideos). Para esto, usamos los hongos Porccini Oboletus y algo más de Lactareos Deliciosus.
En la noche, una pareja joven (cuyo chico se parecía a John Lennon) llegaron con sus hijas chiquitas para compartir una charla alrededor del fuego. Se presentaron como los vecinos del terreno de Marc, quienes antes vivían en una yurta y ahora estaban construyendo su propia casa (John Lennon resultó ser carpintero).
Vienen acompañados de sus dos mascotas a las cuales ya habíamos conocido previamente, una cachorra de pastor australiano que parecía no tener botón de apagado y un perro “Gran Pirineo”, raza creada para cuidar a las ovejas de los osos, así que es fácil imaginar el tamaño del susodicho; hablando en criollo, era similar a un Golden pero blanco y más grande, y era tan abrazable que cuando venía no lo dejábamos en paz.
En aquel variopinto grupo aunque cargado de variadas nacionalidades (estadounidense, canadiense, española, alemana, uruguayas) todos compartímos trozos de nuestras vidas y pensamientos, las cuales se dejaban acariciar por las llamas mientras atravesaban de un lado a otro de la fogata.
Alguien propone desplegar el cine… ¿cine? ¿Cuándo pasamos de camping a glamping?
Una pantalla blanca dispuesta sobre una de las camionetas de la caravana, y un proyector apoyado sobre una mesa plegable comenzó a dejar ver algunas imágenes de prueba, pero la misión se abortó antes de comenzar; la dueña de la camioneta tenía que moverla para disponer su cama y poder irse a dormir. La verdad, creo que nadie lo lamenta demasiado… la conversación está demasiado acogedora como para interrumpirla, y aunque un cine portátil en medio de la naturaleza sería una experiencia nueva para nosotros, sentimos que lo que ganámos es más si continuámos compartiendo aquella noche entre palabras que van y vienen.

Wa con el perrote de los vecinos
Las nubes están comenzando a cubrir la vía láctea, y las primeras gotas comienzan a caer.
No estamos seguros si la lona del camper es impermeable pero tomamos el riesgo.
No sabemos si amaneceremos empapados, pero caer en un sueño lento con el sonido de las gotitas que golpeaban la tela, con ese efecto hipnótico que sólo la lluvia es capaz de generar fue la mejor forma de pasar nuestra última noche en la propiedad de Winsconsin.
EL RETORNO DE LOS PARQUES
Nos despertamos igual de secos que como nos acostamos y compartímos el último desayuno con la caravana de viajeros.
Todas las despedidas fueron cálidas, pero quizás la que más me llegó al corazón por lo inesperado de su carácter, fue la de aquel perro grandote, el que bauticé Scooby Doo haciendo caso omiso a su nombre verdadero, que siendo el más desconfiado con las personas, el que no dejaba de ladrar a los desconocidos y era imposible que se dejara tocar por gente ajena a la caravana, en aquel último desayuno no sólo se sentó a mi lado alrededor de la fogata, sino que me dejó acariciarlo y me aceptó como parte de la manada cuando, en un intento por dejarlo claro, se trepó encima de mi (cosa que poco le duró porque los demás vinieron a bajarlo en seguida antes de que muriese aplastada, y no solo de amor).
Poco sabíamos en aquel entonces que volveríamos a vernos, y que cuando lo hiciésemos, aquel terreno pelado estaría convertido en algo más similar a un hogar.
En nuestro camino a Montevideo visitamos una feria local, cerca de Cornucopia, donde los vecinos de los alrededores tienen puestos en los que venden comida casera, miel, antigüedades, y demás artículos.
Un poco más lejos visitamos también a una amiga de Marc; Sally no solo es un amor de persona con una sonrisa indeleble, sino que además era un arquetipo inculcado a la fuerza por las películas y documentales estadounidenses. Sally es una señora mayor, que vive en una casa tipo rodante (o similar), en un terreno lleno de lo que algunos podrían considerar chatarra pero que para otros son tesoros; alguien fácil de imaginar 40 años más joven, utilizando pantalones oxford, pelo largo y lacio atravesado por una vincha, que ahora vive sus años de retiro alejada de las metrópolis, con un gatito como único compañero.
Por último, pasamos por algunos parques nacionales, todos gratuitos y exquisitamente cuidados. Las zonas donde en otras épocas se hacían exposiciones o cosas por el estilo estaban ahora precintadas, únicamente abiertas para utilizar el baño, ya que con motivo del covid se intentaban evitar las aglomeraciones en espacios cerrados.
Afortunadamente, en aquellos parques no falta el espacio al aire libre, y en más de una oportunidad esquivamos los trekkings marcados para trepar rocas siguiendo el curso de los rápidos, encontrando puntos privilegiados donde los demás visitantes no llegaban.
Nos sorprendió encontrarnos con señalizaciones que además de estar escritas en inglés, tenían su correspondiente traducción al somalí.
Marc nos contó que eso se debe a que algunas ciudades de Minnesota tienen mucha población inmigrante de Somalia, como por ejemplo Wilmar, una de las ciudades vecinas de Montevideo y la cual conoceríamos luego de pasada en el auto, justo antes de estacionar ante el patio trasero de la casa de Marc, nuevamente en Montevideo.