¿Se acuerdan de aquella canción de Dragon Ball?
Aquella que decía «este desierto, se transformará, paraíso es lo que pronto será» (¡vamos todos!) … bueno, eso fue precisamente lo que pasó cuando pasamos de Perú a Ecuador.
El desierto, amarillo y marrón, al que nos tenía acostumbrados el Norte de Perú dio paso a un verde exuberante, lleno de palmeras y bananas.
Pero déjenme contarles primero, nuestras peripecias en la frontera.
¿Cómo? ¿Ya estamos en Ecuador?
Resulta que luego de visitar los manglares de Perú, tomamos una mototaxi, utilizando los últimos soles que nos quedaban y que de todas formas teníamos que gastar.
El chofer se apiadó de nosotros, y por el mismo precio por el que únicamente nos sacaría de «El Bendito» dejándonos en otro pueblo, decidió llevarnos hasta la frontera, para que no tengamos que caminar tanto.
Cuando nos bajamos, nos encontramos en un lugar que parecía ser el detrás de bambalinas de una feria (mercado).
Encontramos algunas miradas sospechosas, pero como no nos gusta desconfiar por las apariencias, alejamos los pensamientos de peligro de nuestras mentes.
Buscando hacia qué lado debíamos caminar para cruzar la frontera, se nos acerca un policía y nos dice que cuando nos vió vino a ayudarnos inmediatamente porque estábamos en una zona muy peligrosa, y éramos carnada fácil.
Nos indicó cómo llegar a la frontera para hacer el trámite de migraciones, y nos acompañó unos pasos.
Creyendo que habíamos entendido, seguimos solos cuando el policía se despidió.
De repente, nos vimos caminando a través de una feria (o mercado) en donde los precios me tenían impactada… ¿un vestido nuevo por 9 soles? ¿Sandalias por 3 soles? Era increíblemente barato.
De repente, el cartel que apareció sobre nuestras cabezas lo aclaró todo.
Ya estábamos del otro lado de la frontera.
Y claro… los precios estaban en dólares.
ILEGALES EN HUAQUILLAS
Lo que nos preocupaba ahora, era encontrar el edificio de migraciones para realizar los trámites debidos, mientras tanto, éramos visitantes ilegales en el país.
Preguntando, hubo gente que nos dijo que teníamos que haber hecho el trámite de salida en Perú, sino no íbamos a poder hacer el de entrada a Ecuador.
Ya no teníamos dinero para volver a Perú, caminar hasta la parte de migraciones de allí serían muchas horas de caminata, y hacer dedo no era una posibilidad porque ya estábamos en medio de la ciudad, así que decidimos arriesgarnos y buscar el edificio de migraciones en Ecuador.
Preguntando nuevamente, llegamos a la parada de un bus que nos dejaría justo donde queríamos.
El chofer nos cobró 0,50 dólares a cada uno, y cuando nos sentamos, vimos un cartel que se reía en nuestra cara.
El trámite de migraciones llevó un par de horas. Como ha habido tanta entrada de venezolanos al país, el trámite estaba un poco más demorado que de costumbre; había filas diferenciales según fueras venezolano o de cualquier otra parte.
Nadie nos revisó la mochila. Un sello nuevo en el pasaporte y un «bienvenidos a Ecuador» fue suficiente para volvernos legales.
MACHALA
Atravesando rutas rodeadas de palmeras, llegamos a la ciudad costera que nos recibiría por los próximos días.
Las palmeras tienen eso que, al menos ante mis ojos, hacen ver al paisaje tan paradisíaco y tropical que es imposible no experimental alegría al verlas.
Según nos contaron, a los habitantes de esta zona de la costa les llaman (a veces despectivamente) monitos, porque es donde se produce gran parte del banano del país.
A ver, a partir de ahora van a tener que entenderme que cuando digo «banano» voy a estar intentando referirme a varias clases de bananas a la vez… plátano (verde), banana (dulce), orito (banana pequeñita), y la banana rosada que aún no probamos y a decir verdad, no sé si esa es típica de esta zona de la costa.
Machala está ubicada en la provincia de «El Oro», y es la capital bananera del mundo, siendo la principal productora y exportadora de banano a todas partes del globo.
Uno de los atractivos de Machala (además de ir a ver las plantaciones de palmeras) es el malecón.
Caminando por el malecón, llegamos al puerto de Machala, desde donde podemos tomar una lancha que por sólo 4 dólares nos lleva a la isla de Jambeli, y nos regresa nuevamente al puerto.
Jambelí es una isla a pocos kilómetros de Machala, rodeada de manglares, y en la cual se extiende una playa, bastante turística.
Según dicen, la isla de Jambelí se está hundiendo, por lo que es probable que en unos años más ya no sea posible visitarla, y ésta quede, como cantaba el cangrejo Sebastián, bajo el mar (cómo estamos hoy para las canciones animadas).
Nosotros no la visitamos, pero se lo contamos a ustedes para que se apuren, si es que estaba en sus planes veranear en Jambelí.
Además de eso, Machala no tiene grandes atractivos turísticos, lo que no significa que no valga la pena visitarla.
Como puntos interesantes, encontramos la Plaza Colón, inaugurada en el 2013, en donde se puede apreciar la Rosa de los 4 vientos esculpida en la parte central del piso de la plaza, y la famosa carabela que además oficia de café durante el día.
También se pueden visitar el cangrejo mecánico (que en otras épocas se movía) en el Parque Acuático, o la catedral, en los alrededores de la plaza central (Montalvo).
Y para los estómagos felices, les cuento que en Machala probé el mejor helado de coco de mi vida.
Los helados artesanales, de estos que se hacen en un vasito plástico, son un dulce bastante popular en la ciudad, y de hecho, hay una calle llena de heladerías, justo frente al malecón.
¿Lo bueno? Son exquisitos y baratos.
¿Lo malo? Que es difícil tomar uno solo.
Y para que sigamos engordando juntos, porque así nos consolamos entre nosotros y nos decimos excusas como «hay que darse el gusto en la vida» y cosa así, les cuento que en Machala también son bastante populares las chocobananas, que son, básicamente, una banana helada, clavada en un palito, y bañada en chocolate.
Si la vida te da limones hacé limonada, y si te da bananas, ¡hacé chocobananas!
PASAJE
Luego de Machala el dedo nos llevó hasta un pueblito llamado «Pasaje».
Estamos en época de elecciones de alcaldes en Ecuador, y la camioneta que decidió llevarnos, luego de unos 15 minutos de espera con el pulgar hacia arriba, lucía un pegotín que alentaba a un señor de apellido Barriga a ser el próximo alcalde de la zona. Y si se lo estaban preguntando, no, no tiene nada que ver con el insistente cobrador de impuestos de la vecindad del Chavo.
El señor de la camioneta estaba un poco sorprendido de la facilidad con que nos subíamos a un auto de un desconocido, y nos dijo «capaz que yo tengo un revolver acá abajo del asiento, y ahora lo saco y les pego un tiro».
Como no era el caso, acá estamos, escribiendo este post.
Pasaje resultó ser un pueblo muy tranquilo, en dónde toda la gente nos miraba con sorpresa, cosa a la que ya estamos acostumbrados, pero esta vez, la sorpresa pasó a la acción, y mientras pasábamos el rato sentados en la plaza principal, se acerca un muchacho y el diálogo inicial fue más o menos así:
-Hola, hello, ¿cómo están? ¿speak spanish?
-Sí, somos de Uruguay.
-¿Dónde?
-Uruguay, hablamos español.
-¡Uruguay! Ecuador le ganó a Uruguay, ¿te acordás? -dice el señor, mirando a a Wa.
-No, no me acuerdo no.
-¿Cómo no te vas a acordar? ¡Si les ganamos! ¡Nosotros, les ganamos a ustedes!
-Ah mira… no, ni idea.
-Bueno pero no importa que no te acuerdes, fue así, les ganamos.
-Ahá… muy bien.
-¿Y ustedes son pareja?
-Si, somos novios.
-¿Y vos confías en el? -me pregunta a mí.
-Sí, confío.
-¡Con ganas tiene que decirlo! Y usted, ¿confía en ella? -esta vez dirigiéndose a Wa.
-Sí claro que confío.
-¿Y la conoce bien?
-Si, la conozco bastante bien sí.
-Entonces si el día de mañana tienen un hijo, y les sale moreno y de ojos negros… ¿vas a desconfiar de ella? Porque tu sos gato, y ella es gata, ¿confiarías en ella?
-Si, confiaría -dice Wa.
-Muy bien… así tiene que ser, porque ¿sabés qué pasa? Aunque los dos sean gatos, puede haber un gen lejano que haga que les salga moreno, y no vas a caerle a ella que capaz no hizo nada malo.
-¿Qué significa gato? -le pregunto yo, refiriéndome a por qué nos decía gatos.
-Gato es un gato, esos que hacen «miau».
-Bueno si, pero…
Después entendería que en Ecuador le llaman «gato» a la gente de ojos claros.
La conversación de repente se tornó una sesión psicológica. El muchacho nos contó que estaba separado, que sus hijos estaban en Italia y que ahora la ex-esposa le exigía plata, pero que el ahora estaba en pareja con otra chica y que no tenía plata para la ex-esposa. Estuvo largos minutos haciendo catarsis con nosotros hasta que una llamada a su celular lo distrajo.
-Hola… hola amor. Sí, acá estoy, comprándote un regalo para ti. Sí, ya voy para casa.
Y dándonos bendiciones, se despidió.
El alcohol en su aliento no lo volvió ni agresivo ni incoherente, sólo hablador.
Apenas se alejó unos pasos, el señor mayor del banco de al lado nos mira y sonríe, haciendo un gesto señalando al muchacho que se iba.
Acto seguido, se pone a charlar con nosotros.
Nos contó sobre los lugares que el visitó de Ecuador, y nos recomendó varios. Nos contó cómo de diferente eran las cosas antes, y que, en vez de estar charlando con nosotros, tendría que estar haciendo los mandados que le encargaron, pero eso no le impidió quedarse conversando más de 20 minutos.
Tres caravanas de propaganda política pasaron alrededor de la plaza, interrumpiendo su conversación en tres oportunidades.
Finalmente, el señor se levantó apurado diciéndonos que ahora sí, iba a hacer los mandados, y se fue.
Allá nos quedamos nosotros, escuchando la musiquita que sonaba sin cesar en la plaza, haciéndonos sentir dentro de un juego de rol, viendo como los vendedores de pelotas y muñequitos inflables discutían sobre cuál de ellos tenía derecho a estar en la puerta de la iglesia; puerta de la cual salía una pareja con dos niñas vestidas como angelitos blancos, y la vendedora de jugo de guayaba gritaba por vigésima vez.
Y FINALMENTE, LA TIERRA TEMBLÓ
Nuestro último día en Pasaje, y justo antes de salir a la ruta, pasamos a conocer a un chico de Nicaragua con quien nos habíamos comunicado antes, que planeaba comenzar su viaje de mochilero por Sudamérica esa misma semana.
La visita fue breve porque no podíamos dejar que se nos hiciera tarde para hacer dedo, pero conversamos durante una animada media hora, en su apartamento que próximamente se quedaría solito.
En un momento determinado, él se levanta de la silla en donde estaba sentado para ir a buscar su futura casa durante el viaje (la mochila) y justo ahí, el piso se puso a bailar salsa.
Se sintió como cuando estás de las vías del tren y pasa el tren… solo que más cortito.
Wa y yo nos miramos con cara de «¿qué está pasando?» y el muchacho se quedó quieto, para enseguida agarrar las llaves y colocarse cerca de la puerta, en clara posición de «cualquier cosa salgo corriendo».
Señoras y señores, después de haber estado mes y medio en Chile, el país donde los temblores son el pan de cada día, sin sentir siquiera uno, vinimos a sentirlo en Pasaje, Ecuador.
Al principio, creímos que cuando el muchacho se levantó de su silla, movió algo y eso fue lo que sentimos, pero aparentemente, sólo nos llevó un par de segundos darnos cuenta que era imposible mover el piso así nomás, y ahí fue cuando nos miramos con cara de desconcierto.
Después sonreímos, contentos de haber experimentado el primer temblor de nuestras vidas.
Somos conscientes que no es un tema para tomárselo como una vueltita en el mambo o en la montaña rusa del parque de diversiones, pero entiendan que para nosotros, eso de que la tierra se mueva era una sensación nueva y novedosa.
Tenemos claro que no nos haría ninguna gracia si llega a niveles de destrucción masiva o de generar heridos.
Más adelante nos enteraríamos que había sido un temblor de magnitud 6.3, lo cual no es mucho, pero aún así suficiente para alertar a la gente que ya está acostumbrada a ellos, como el chico que agarró la llave enseguida.
Lo que todavía no sabíamos, es que ese sería el primer temblor de nuestras vidas, pero no el último, y que el próximo estaba más cerca de lo que imaginábamos.
ME ENCANTA!!!