Pajaritos retro
Luego de un desayuno familiar, con Javier y sus hijos, el se dispone a llevarnos en el auto hasta la Ruta 3, para que sigamos haciendo dedo hacia Punta Tombo, una pingüinera de la cual nos enteramos en el camino y queríamos visitar.
Antes de esto, nos pusimos a hacer un cartel, para probar hacer dedo usando este recurso. Para eso, le dibujé un pingüinito, y el nombre del destino.
Cuando estábamos saliendo en auto, tuvimos que correr un poco por la cuadra porque Richard había osado escaparse, y justo antes de que las niñas se pusieran a llorar, lo encontramos abajo del auto del vecino, y pudimos volverlo a su hogar.
Una vez en la Ruta 3 nuevamente, nos llevó 10 minutos ser recogidos por alguien que nos dejó en la entrada de la ruta que nos llevaba hacia la pingüinera. Apenas bajamos del auto, no terminamos de apoyar las mochilas que ya nos paró un auto para levantarnos. Dentro iba una tía con sus dos sobrinos (no nos quedó claro si era la sobrina y el novio o hermanos). La señora nos contó que sus sobrinos quisieron levantarnos pero ella tenía miedo. También dijo que además, viéndome a mi con el pelo azul, no sabía si eso le daba más confianza o menos, pero su sobrina dijo que a ella le parecía que era algo que inspiraba más confianza porque si fuéramos asesinos querríamos pasar desapercibidos, y el pelo de colores no era acorde a eso. Buena deducción Watson. El muchacho era mucho más callado que las féminas del grupo.
Fuimos todo el camino charlando sobre nuestro viaje. Ellas nos preguntaban encantadas como se nos había ocurrido hacer esto, qué tan difícil era, etc. La sobrina de vez en cuando le decía “¿Ves tía? No pasa nada, se puede levantar gente de la ruta”. Me encanta que le quisiera demostrar a la tía, que realmente no todo el mundo ahí afuera es tan malo como nos quieren hacer creer en la tele.
La Pingüinera – Punta Tombo
Una hora nos llevó llegar hasta Punta Tombo. Una vez allí, levantamos las mochilas del maletero, nos despedimos, agradeciéndoles de todo corazón, y esperando dejarles una buena experiencia a ellos también.
Algo curioso y que la verdad, no estaba muy bien coordinado en ese lugar, ya que podía prestarse para hacer chanchullos, es lo siguiente: si eras extranjero, la entrada salía más cara, 250 pesos argentinos si no mal recuerdo, siendo que si eras Argentino, salía 100 o algo asi. El caso es que a las personas que estaban adelante nuestro, la persona en la garita donde se vendían los tickets les preguntó si eran Argentinos, a lo que ellos respondieron que sí, entonces les cobraron la entrada barata. Nunca les pidieron documentos. Cuando nos tocó a nosotros, les dijimos la verdad, que eramos Uruguayos, asi que nos pidieron las cedulas de identidad, y pagamos 250 cada uno.
La verdad es que, de haber querido, podíamos haber dicho perfectamente que éramos Argentinos, ya que además, el acento uruguayo es muy similar (y aunque no lo fuera, disimular una escueta frase como “somos argentinos” tiene bastante chance de éxito, sobre todo si sos alguien hispano-hablante).
Al entrar, lo primero que se podía visitar era una especie de museo donde explicaba muchas cosas sobre los pingüinos y sobre la pingüinera en sí. Había mucha gente joven, como si fueran en excursión de secundaria o algo así.
Acto seguido, fuimos al baño antes de ir a la pingüinera, es decir, donde veríamos a todos los pajaritos retro en blanco y negro.
Cuando salímos del baño, nos preparamos para emprender la caminata de aproximadamente 1 kilómetro que había para llegar al lugar, cuando de repente vemos que al principio del camino, un auto nos estaba esperando. El muchacho del auto de la familia que nos había alcanzado hasta ahí, saca la cabeza por la ventanilla y nos dice “¿Vamos chicos?”. Alabada sea la gente buena. Nos ahorraron un kilómetro de caminata al rayo del sol con las mochilas. La bondad existe y es mayoría gente, no se olviden de eso.
La caminata fue larga, el lugar era enorme, y ¡había tanto para ver! Nunca en la vida habíamos visto tantos pingüinos juntos.
Había un camino establecido para los humanos, pero a veces, y ante la sorpresa y alegría de quienes pasábamos en ese momento, algún que otro pingüinito se cruzaba en el camino para pasar al otro lado de el, o simplemente se hechaba a descansar al lado, momento en el que era apabullado sin piedad por un montón de lentes de cámaras y celulares. Sí, me declaro culpable.
Vimos pingüinos tomando solcito, pingüinos descansando dentro de sus nidos-cuevas, pingüinos caminando, pingüinos llevando pasto a su nido, pingüinos empollando, pingüinos peleando, pingüinos desconcertados, pingüinos durmiéndose parádos, pingüinos pingüinos pingüinos. Y además, sueltos, nada de jaulas ni peceras. Pingüinos everywhere… ¡y qué feliz estaba yo!
Como una imagen vale mas que mil palabras, les dejamos algunas fotos donde se pueden apreciar a estos simpáticos animalitos.

I believe i can flyyy…
Sí, lo confieso, por más que no se podían tocar, cuando ví uno descansando a la sombra de un banco en el camino “de los humanos”, no aguanté la tentación de acercarme e intentar acariciarlo… pero el pequeño ser de esmoquin no quería darme ni la hora, me hizo unos ruidos raros que interpreté como un gruñido, y luego de apenas hacer 2 o 3 caricias, lo dejé en paz. Puedo entenderlo, el pobre buscando un poco de paz, y una pesada como yo queriendo acariciarlo. No lo culpo.
De vez en cuando, en el camino nos encontrábamos con la familia que nos había llevado. Wa aprendió que debía pulir sus habilidades sociales (que ya de por sí no son muchas, y yo tampoco puedo vanagloriarme de tener demasiadas) cuando en un momento que nos cruzamos con los muchachos del auto, él les dice “después nos encontramos en la entrada para salir si les parece” a lo que ellos respondieron con una sonrisa, y de a poco, medio al disimulo, aceleraron la marcha hasta que los perdimos de vista.
Ante mi mirada desaprobadora, el pobre Wa dice “¿hice algo malo?”.
Le dije por qué me pareció que ese comentario fue desacertado: podía ser incómodo para ellos escuchar eso, porque quizás no querían llevarnos de vuelta a la ruta, pero al decirle eso Wa, los ponía de alguna forma en compromiso, como si tuvieran la obligación de llevarnos de vuelta, sólo porque nos habían arrimado hasta allí, y quizás ellos no querían pero a su vez les daba cosa decirnos que no. Además, a lo mejor ellos querían quedarse a comer en el parador que estaba adentro de la pingüinera, pero obviamente no nos iban a andar invitando, y si nosotros no comíamos allí, quizás se sentían incómodos sabiendo que los esperábamos afuera muertos de hambre mientras ellos se partían la boca en el parador. O sea… no, no era un comentario acertado.
Cuestión, que no los vimos más, y al terminar el recorrido, nos quedamos en el camino de tierra que había al lado del parador, que es por donde salían todos los autos que se iban de la pingüinera. El camino entre el parador y la salida a la ruta era largo, asi que teníamos que hacer dedo allí dentro, a ver si alguien que saliera nos querría llevar.
La situación estaba complicada… no sólo porque nadie nos levantaba, sino porque además, como bien rezaba el cartel del parador, era evidente que estaban asando cordero adentro, porque el olorcito que salía de ahí nos estaba matando. No habíamos comido nada desde el desayuno, y se nos hacía agua la boca. Tampoco estábamos dispuestos a gastar plata en un parador, no porque no tuviéramos, sino porque la gracia de este viaje justamente es gastar la menor cantidad de dinero posible (ya habíamos gastado bastante pagando la entrada a la pingüinera).
Así que ahí estábamos, con la boca babeando, las mochilas en el suelo, levantando el pulgar, esperando a nuestro próximo ángel salvador.
En una oportunidad, tuvimos que rechazar una camioneta que paró porque tomarían otra ruta más adelante. Luego, rechazamos una pareja de señores ya mayores pero con pintas de hippies, que nos ofrecían llevar a uno de nosotros porque tenían sólo espacio para uno ya que su camioneta estaba repleta de menesteres de todo tipo (comprobable hechando una rápida mirada la interior de la camioneta).
En un momento determinado, mientras divagábamos sobre el plato de cordero asado y una Coca Cola bien fresca, mirámos entre los arbustos al costado del camino donde estábamos, y nos damos cuenta que estábamos siendo acechados, a menos de 2 metros de distancia…

Desafío: encuentre al pingüino acechador
El descubrimiento de esta presencia de alguna manera hizo la espera más amena, ya que ahora estábamos distraídos mirando cada tanto qué hacía nuestro compañero de camino. Aparentemente, su nido-madriguera estaba justo ahí, entre esos arbustos al costado del camino. Era raro que hubiera llegado hasta allá, tan lejos del resto de los pingüinos. De alguna manera empaticé con el animalito por esta característica.
Luego de una generosa espera, nos levanta una pareja que nos alcanza hasta la ruta 3, y nos salva de la llovizna que se largó, a los pocos minutos de subir al auto. El camino fue muy ameno charlando con ellos, respondiendo las típicas preguntas de cómo es hacer dedo, cómo nos ha ido con eso, etc. La verdad es que éramos 5 en el auto, porque la chica estaba embarazada.
Estas cosas me hacen pensar –sí, otra vez- en lo buena que puede ser la gente. Pensar que ella estando embarazada podrían desconfiar más, temer por la vida que llevan, fruto del amor, y no levantar gente desconocida en el camino. Pero en vez de eso, prefirieron confiar.
RUMBO A COMODORO RIVADAVIA
Escasos 5 minutos después íbamos a bordo de un camión, donde su conductor (cariñosamente, el “Nah”, por su uso frecuente de esta muletilla) y Wa conectaron enseguida para hablar de política.
Durante un tramo del viaje, intentamos pasar un camión de gas inflamable que iba delante nuestro, por mayor tranquilidad nomás… el hecho de que su matricula fuera 666 no nos dejaba muchas esperanzas tampoco.
Con “Nah”, nos fuimos acercando a Comodoro Rivadavia, y en el trayecto, nos compartió su opinión de la ciudad: gris, fría, industrial.
Nos contó que es una zona llena de familias que se trasladaron allí por las esperanzas que brindaba el petróleo, y que si bien muchas de estas familias tienen muy buen nivel económico, la ciudad en sí irradia tristeza y la amabilidad no es lo más común. La gente está siempre apurada, pensando en negocios.
Sobre las 8 de la noche, pudimos comprobar con nuestros propios ojos de lo que “Nah” nos hablaba: ciudad gris, desolada, donde los autos último modelo pasaban a gran velocidad, levantando estelas impensables de polvo movidas por el fuerte viento incesante, que nublaban la visión distópica que brindaban las cigüeñas extractoras de petróleo.

Una empresa llamada “Windland” y un árbol crónicamente inclinado… no necesitamos hacer más comentarios acerca del viento de Comodoro…

Pichón de cigüeña… no precisamente las que me gustan pero bueno…
Aún así, luego de despedirnos del chofer y conectarnos al wifi de una estación de servicio, confirmamos que una pareja muy simpática nos alojaría en su hogar. Caminamos un buen rato buscando su casa, hasta que finalmente llegamos a la puerta de Maxi y Nicole.
Mientras esperábamos que nos abrieran, me dí cuenta que podía comunicarme con el gato que estaba sobre el techo, que luego descubriríamos, era su propia gata, y que ellos desde adentro, sentían que un gato se comunicaba con su minina… la sorpresa fue tal cuando se enteraron que no era con un gato precisamente la comunicación.
Maxi y Nicole eran unos anfitriones muy simpáticos, como de nuestra edad. Nicole además llevaba otra vida esperando salir dentro de poco, así que ya íbamos conociendo dos chicas embarazadas en un día.
Hablamos de viajes, y comimos pizza casera, y conservas de conejo, y de berenjena compradas en Perú.
Nos contaron que nosotros seríamos de los últimos huéspedes en ocupar el “cuarto de invitados”, repleto en ese momento de cajas de colores y juguetes, ya que se estaba convirtiendo poquito a poco, en el cuarto del futuro niño, y algo de eso tendría, porque esa noche dormimos como bebés.
Hi.
La viveza criolla no esta en ustedes, je. Digo para no haberse avivado y decir que si eran argentinos en la garita del lugar y así pagar menos.
Quien no estaría feliz rodeada de uno de los animales mas geniales y lindos como los pinguinos??, de no ser así es porque o no es humano o no es de este planeta 😛
¡Hola!
Totalmente, solo verlos ya alegran el día.
Un saludo y gracias por comentar.
Soy Angela, me había olvidado de poner mi nombre o capaz que mi comentario ya me delataba sola 😅
Jaja, el comentario era un poco delator si.
BO.. yo no levanto gente en la ruta y por eso soy un pelado malo.. simplemente no quiero socializar en el auto =)
Jajaja obvio que no! Yo creo que a lo que se refería la chica cuando le decía a la tía que se podía levantar gente en la ruta, es que no todos los que hacen dedo son asesinos o ladrones, ya que la tía de ella no estaba convencida de levantarnos porque tenía miedo que fuéramos ladrones o algo de eso (lo dijo ella misma).
No se referían a que si no levantas gente sos malo jaja xD.
Así que no, por no levantar gente no sos un pelado malvado maquiavelico dark side ;).